La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha cruzado todas las líneas rojas posibles en un discurso que recuerda más a la propaganda de la ultraderecha que a la intervención de una representante institucional. Desde la tribuna del II Foro de Salud de elEconomista, Ayuso acusó al Gobierno de España de estar “provocando” una inmigración irregular masiva con el fin de “crear problemas de convivencia, saturar los servicios públicos y reventar el país”.
Lejos de tratarse de un desliz, sus palabras fueron cuidadosamente elegidas, buscando agitar los temores, fomentar el odio y reforzar un marco narrativo profundamente excluyente. Calificó al presidente Pedro Sánchez como “el capitán del barco pirata” y prometió llevar la política migratoria del Gobierno “ante Europa y los tribunales”, una amenaza vacía pero que retrata bien su estrategia: desinformación, confrontación y desprecio por los derechos humanos.
Un discurso propio de Vox
Ayuso ha adoptado sin matices el lenguaje de Vox, convirtiendo la Presidencia madrileña en una plataforma para amplificar ideas racistas. En un tono indignante, señaló como culpables al Ejecutivo central y al propio sistema de acogida de inmigrantes, ignorando deliberadamente que esos centros —como el de Alcalá de Henares o el de Campamento— existen precisamente para garantizar un mínimo de dignidad a personas que huyen de guerras, persecuciones o pobreza extrema.
Lo más preocupante no es solo el tono, sino el fondo de sus afirmaciones. Acusar al Gobierno de “crear el problema” con “una inmigración perfectamente medida” es no solo una mentira, sino un mensaje que resuena con los peores discursos conspiranoicos. Es el mismo marco utilizado por los grupos de ultraderecha que han protagonizado disturbios en Alcalá de Henares tras un crimen aislado, generalizando la violencia y responsabilizando a todos los inmigrantes por igual.
Una presidenta irresponsable y peligrosa
Lejos de apaciguar los ánimos, Ayuso los enciende. Mientras en Alcalá de Henares los neonazis pintan esvásticas y gritan “negros al cementerio”, la presidenta se presenta en televisión pidiendo el cierre de los centros de acogida. Alimenta el miedo, legitima el odio y se sitúa de facto como aliada política de quienes atentan contra la convivencia democrática.
No le importa que, según datos oficiales, no haya una relación directa entre los centros de acogida y el aumento de la criminalidad. Tampoco le importan los informes de las asociaciones que trabajan con inmigrantes, que alertan del hacinamiento, la falta de recursos y la lentitud en los procesos de derivación. Para Ayuso, el sufrimiento es una herramienta política. Y el racismo, una estrategia electoral.
La mentira como método
En su misma intervención, la presidenta llegó a sugerir que Cataluña está cometiendo un “golpe financiado por todos los españoles” al negociar su financiación. Un mensaje igualmente tóxico que busca confrontar territorios, romper la solidaridad interterritorial y alimentar un nacionalismo madrileño reaccionario.
Además, no dudó en atacar personalmente al presidente catalán Salvador Illa, acusándole de “doble cara” y de “no saber con quién gobierna”, después de que éste la acusara de utilizar políticamente el terrorismo durante el aniversario de Miguel Ángel Blanco. Una acusación más que justificada si se tiene en cuenta que Ayuso insinuó que ETA estaría satisfecha con los actuales acuerdos del Gobierno, lo que supone una banalización inaceptable del sufrimiento causado por el terrorismo.
Una política sin límites éticos
Ayuso ha demostrado que no tiene escrúpulos. Utiliza el dolor, el miedo y la mentira como herramientas de poder. Su política no se basa en hechos, sino en emociones descontroladas, en pulsiones irracionales, en una visión de la sociedad dividida entre los “buenos” (ella y los suyos) y los “malos” (todos los demás: inmigrantes, catalanes, progresistas, feministas, periodistas...).
La presidenta madrileña ha convertido cada foro público en un plató para su show personal. No le interesa resolver problemas, sino crear conflictos. No busca soluciones, sino enemigos. Lo grave no es solo lo que dice, sino el hecho de que sus palabras legitiman y alimentan a quienes quieren destruir el Estado social y democrático de derecho.
Mientras Ayuso sigue desplegando su ofensiva ultra, el PP calla o aplaude. Alberto Núñez Feijóo no solo no le corrige, sino que cada vez se parece más a ella. Y en el Congreso, su grupo se alinea cada vez más con Vox, alimentando una espiral peligrosa que está transformando la derecha española en algo indistinguible de la extrema derecha europea.
El silencio también es responsabilidad. Y hoy, quienes callan ante los discursos de Ayuso están permitiendo que se siembre el odio, que se criminalice al diferente y que se degrade la democracia.
La vergüenza de Madrid
Lo que Díaz Ayuso ha dicho no puede quedar impune. No se trata de una polémica más. Se trata de una peligrosa deriva antidemocrática, racista y falsaria. Desde su cargo institucional, ha insultado la inteligencia, ha atacado a los más vulnerables y ha intentado incendiar Madrid para sus propios fines partidistas.
La pregunta ya no es si Ayuso ha perdido el norte, sino si la sociedad madrileña está dispuesta a tolerar que se hable en su nombre para estigmatizar, mentir y fomentar el odio. Porque lo que está en juego no es una disputa política más, sino los fundamentos de la convivencia democrática.