Feijóo ha tenido uno de esos domingos surrealistas con los que suele obsequiar a los españoles. El hombre que no fue presidente del Gobierno porque no quiso (al menos eso dice él) se plantó en Sevilla para presidir la reunión interparlamentaria de no sé qué y, una vez más, tiró del manido manual de siempre. Elecciones, elecciones y elecciones. “O se somete a las Cortes o se somete a las urnas”, dijo sobre el presidente del Gobierno. Le sale muy caro al PP un señor que no sabe superar el discurso obsesivo y machacón que viene manteniendo desde hace tres años, concretamente desde abril de 2022, cuando fue elegido nuevo líder del partido tras la carnicería de Casado. ¿Para qué pagarle un jugoso sueldo al ciudadano Alberto, un guiñol que siempre repite lo mismo, como un loro, en cada aparición pública? Bastaría con quitarlo a él y poner a Siri, la asistenta virtual mucho más barata a la hora de recitar, como un papagayo, los ingredientes del pan de masa madre. Para lo que hace Feijóo, bastaría con contratar en su lugar a uno de esos robots chinos de nueva generación y destinar el dinero a otra cosa, yo qué sé, a pagar abogados para el chorreo de casos de corrupción que asolan al partido, a costear las facturas de Génova 13, a ayudar al novio de Ayuso, que el chico lo está pasando mal con Hacienda estos días.
Feijóo es un individuo absolutamente prescindible. Siempre con el mismo mensaje monotemático, siempre con la misma matraca: Sánchez malo, Sánchez caca, hay que echar al déspota Sánchez. O sea, el mismo “váyase señor González” de los tiempos de Aznar. Así, cuando da una rueda de prensa en un foro empresarial de Madrid, pide elecciones. Cuando viaja a Valencia para darle un espaldarazo a Mazón y proponer algo potable para la reconstrucción tras la riada, pide elecciones. Y cuando va a Bruselas para tratar sobre algún asunto de enjundia y trascendental de verdad, como la amenaza de Putin, el conflicto de Ucrania y el gasto en defensa de Von der Leyen de cara a la Tercera Guerra Mundial, él erre que erre. Elecciones, elecciones y elecciones. Feijóo suelta el mismo disco rayado allá donde va y con independencia del asunto a tratar. Lamentable aquel día en que el mundo contenía la respiración por la tensión entre Rusia y la OTAN –que puede arrastrar al garete a la humanidad– y él atormentaba al pueblo con sus quejas sobre Koldo y Jessica, la amiga entrañable de José Luis Ábalos, y el cursillo universitario de Begoña Gómez. Discurso pequeño de político pequeño.
El gallego está en permanente campaña electoral y se ha convertido en el dirigente más cansino de la historia de España (lo cual ya es decir). ¿Cuál es su programa o proyecto de país? No lo sabemos, caso de que lo tenga. ¿Qué piensa de la quiebra del orden internacional, del genocidio de Gaza, de la recesión que se avecina por los aranceles de Trump? Se desconoce. Feijóo es un trilero que esconde sus bazas, seguramente porque no sabe cómo jugar las cartas. Ayer, cuando USA vetaba las operaciones de Repsol en Venezuela, dejando a nuestra multinacional energética colgada y sisándole más de 500 millones de euros, él, una vez más, pasó palabra. Ni media, ni mu, mutis por el foro. Lógico, no pudo articular un discurso coherente porque ponerse de lado de nuestra petrolera y de los intereses de España sería tanto como ponerse en contra de Trump, y por ahí no. Al final, Maduro cubrió el atronador silencio al recordar que los venezolanos son un pueblo libre que toma sus propias decisiones y que se relaciona con España como quiere, no una “colonia” de Washington. Lo que tenía que haber dicho Feijóo, lo dijo un tipo con chándal. Patético.
Hasta The Wall Street Journal ha calificado la guerra de los aranceles de Trump como “la guerra más idiota” de la historia. Y Feijóo nada, a la política de lo pequeño, al trazo grueso, a la palada tosca y chusca. Parece que no le interesa nada de lo que está pasando en el mundo y que nos afecta directamente, quizá porque aceptar el debate serio supondría caer en múltiples contradicciones. No lo tiene fácil para articular un discurso elevado de gran estadista. Si se posiciona contra Trump en defensa de la economía española, como haría cualquier patriota, se enemista con Abascal, que es el chico de los recados del magnate neoyorquino en nuestro país. Así que tiene que callar. No ha llegado a la Moncloa todavía y ya está secuestrado por el trumpismo.
De los pactos con Vox, Feijóo no habla nunca. Pasa como de puntillas y sin hacer mucho ruido. El líder popular siempre escurre el bulto para no tener que explicar por qué se asocia con la ultraderecha machista, supremacista y negacionista cuando en Europa sus compañeros de la derecha democrática están poniendo un cordón sanitario de padre y muy señor mío a los neonazis. Ciertamente, lo tiene mal el jefe de la oposición para no quedar en evidencia cada vez que se sube a un escenario. Es cargante como él solo y nunca dice nada brillante o interesante, todo lo más algún chascarrillo que otro propio de una película de la saga Torrente. Hasta los suyos bostezan en sus mítines y actos públicos, aunque a veces, cuando aparece el cartel de aplausos, finjan que están a muerte con el líder. Nos encontramos ante el hombre más inane, insulso y plano de la democracia. A su lado, el previsible Mariano Rajoy era Winston Churchill. “No pararemos hasta que España tenga un Gobierno del que fiarse”, sentenció. Y lo dice el político que se ha entregado vilmente al fascismo posmoderno, o sea a los aliados de Trump y Putin, dos peligros públicos para la tranquilidad y la paz de los españoles. Tremendo.