Garamendi quiere una España de albañiles de sol a sol

El presidente de la patronal se niega a la reducción de jornada pese a que numerosos países europeos la están implantando

03 de Julio de 2024
Actualizado a las 16:19h
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Antonio Garamendi, presidente de la patronal.

Resulta curioso comprobar cómo Garamendi, patrón de patronos, va modulando su discurso (más duro o más templado, según) en función de la situación política de este país. Cuando las aguas están calmadas, se muestra como un hombre dialogante y conciliador. Cuando el gallinero anda revuelto y en el PP tocan a rebato contra el Gobierno, en una de esas cruentas campañas teñidas de histeria, furia y cainismo, él también se pone el traje de patriota, cornetín en una mano y sable en la otra, y a la guerra contra el rojo masón. Lo que mande el señor, en este caso Feijóo.

No vamos a descubrir ahora que la Confederación Española de Organizaciones Empresariales es la franquicia empresarial de la derecha de este país. Pero al menos podrían poner de presidente a uno que disimulara un poco. A Garamendi se le ve todo el cartón, la tramoya, vamos que no es un actor convincente. Ayer, el dirigente de la CEOE calificó de “arbitraria, unilateral e intransigente” la propuesta de Yolanda Díaz de reducir la jornada laboral (38 horas y media este año, 37 horas y media el 1 de enero de 2025). La andanada conservadora provocó el ultimátum de la ministra (esto va a hacerse sí o sí, dijo) y su reacción airada, acusando al jefe de los empresarios de alinearse con la “extrema derecha”.

No vemos nosotros a Garamendi como un nazi peligroso, es más bien un intendente, mozo de carga o criado que sigue la voz de su amo. En este caso la voz le susurra al oído que, en medio de la ofensiva de los tribunales contra la amnistía, con el PP incendiando el Tribunal Constitucional y el juez Marchena apretándole las tuercas a los procesistas de Puigdemont, lo que toca es extremar la presión contra Sánchez. Y él, un chico aplicado, baja la cabeza, se humilla como el siervo más fiel (en plan a los pies de su señora, como decía José Luis López Vázquez en sus películas, y andando sin rechistar).

Garamendi siempre ha hecho lo que le dicen, pero ahora ya se ha quitado la careta y practica un entreguismo del PP a calzón quitado que resulta sonrojante. Un presidente empresarial, en un país moderno, democrático y avanzado, debe estar para negociar lo que sea mejor para el sector (para todo el sector, no hay empresa sin trabajadores y viceversa). Si subir los salarios es algo bueno para todos porque reactiva la producción y genera empleo, tiene que firmar ese pacto de rentas sin dudarlo. Si una reforma laboral supone un paso adelante en el intento de abolir los contratos abusivos, debe sumarse a ese acuerdo (finalmente lo hizo a regañadientes y despotricando). Y si la sociedad española reclama más conciliación familiar y laboral, porque un trabajador más feliz es un trabajador más productivo, ¿cómo no va a pasar por ese aro? Pues no. El hombre está a lo que está, a lo que ordene el alto mando genovés. O sea, bloqueo sistemático, no a todo, negacionismo económico (según él, España se hunde cada vez que se recupera algún derecho laboral).

 

En Islandia probaron un programa piloto de 35 horas y tanto sindicatos como patronos están encantados. No colapsa la economía por ir adoptando medidas acordes con el siglo XXI y si cuatro bares improductivos de los extrarradios urbanos tienen que cerrar por la reducción de jornada, no se acabará el mundo. Es el mercado, amigo, y los que no sean competitivos o rentables tendrán que echar la persiana. Garamendi está fuera de la realidad, entre otras cosas porque sigue el guion que le escriben los de arriba. El hombre vive en un pasado que ya no es, o sea en aquel mercado laboral desrregularizado y caníbal que impuso Rajoy con sus esclavistas minijobs. Este país, como cualquier otro, avanza cuando la izquierda legisla para ir ganando en derechos de los trabajadores. Si por Garamendi fuese, aún estaríamos en el calendario laboral sin vacaciones ni fines de semana, en la jornada veinticuatro siete sin horas extra y en el trabajo infantil. Es decir, en el franquismo laboral, en la zanja de sol a sol, en el pañuelo de cuatro nudos en la cabeza, con botijo, y al tajo hasta reventar. El presidente de la CEOE quiere una España de albañiles que no ven el pelo a sus familias en toda la semana, hasta el domingo, día de misa, porque siempre están dando el callo en la cadena perpetua del andamio.

Ahora que la extrema derecha avanza en toda Europa es un buen momento para detenerse y pensar qué opciones políticas miran más por los derechos de los trabajadores. Occidente y sus democracias no han avanzado precisamente por la bonhomía o humanidad de los empresarios. Tuvo que ser la clase obrera la que cogiera la hoz y el martillo y se echara a la barricada para reclamar la condición de persona, y no de bestia, del sufrido proletario. 

La reducción de la jornada laboral, incluso a cuatro días, como se plantean los sindicatos alemanes, es algo bueno económicamente (el empleado trabaja más y mejor cuando no le chupan la sangre hasta la extenuación); socialmente (la conciliación familiar fortalece las relaciones interpersonales); y sanitariamente (evitamos miles de bajas al año por enfermedades profesionales ligadas al sobreesfuerzo, como el maldito estrés y la trágica depresión). Haría bien Garamendi en enfocar los problemas de la economía desde el punto de vista técnico o profesional, haciendo caso a los informes de la UE, de la OCDE y de la OMS que aconsejan trabajar menos para mejorar la productividad, y no a las directrices de Génova 13, que ya solo se mueve con un solo objetivo: acabar con Sánchez, aunque sea a costa de acabar también con la salud de todos nosotros.

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