No hay Gran Coalición PSOE/PP, solo una tregua en medio de la batalla

27 de Junio de 2024
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Sánchez y Feijóo en una imagen de archivo. Operación
Sánchez y Feijóo en una imagen de archivo.

Cinco minutos después de que PSOE y PP alcanzaran un acuerdo para renovar el CGPJ, tras cinco años de bloqueo, los partidos más radicales salían en comandita, horrorizados e histéricos, denunciando que esto es el principio de la tantas veces anunciada y temida Gran Coalición. Santiago Abascal acusa a los populares de haber claudicado ante los socialistas (otra vez la hiperbólica fábula del traidor que tanto rédito da en las urnas), mientras que Sumar amenaza con votar no al pacto y los indepes vascos y catalanes, más el resto de partidos nacionalistas, advierten de que no cuenten con ellos para ir en el mismo barco que la derecha española. Podemos y el audaz Rufián han ido incluso más lejos al afirmar que el PSOE ha abierto una etapa de “gran coalición”.

Así es nuestro modelo político, un traje apresuradamente cortado en 1978 que se nos ha quedado viejo y estrecho, caduco y apolillado. Cuando la tela se cose por un lado –un pacto por la Justicia entre los dos grandes partidos después de los navajazos palaciegos del último lustro debería ser como para felicitarse–, saltan las costuras por otro. Y así resulta imposible avanzar. Hay una especie de maldición española, ancestral, atávica, que nos condena a que, de una forma o de otra, tengamos que vivir en constante y permanente jaula de grillos.

Pero más allá de la sempiterna gresca cainita de nuestros políticos, cabe preguntarse si este pacto tras cinco años de parálisis, cuando la Justicia, y por tanto la democracia, olían ya a muerto, es el principio de una Gran Coalición, tal como advierte Rufián. Y ahí tenemos motivos suficientes para sospechar que para nada. Dejemos al margen el artificioso final de Casablanca protagonizado por los impulsores del acuerdo, Bolaños y González Pons, ambos empeñados en convencer a los españoles de que esto es el comienzo de una hermosa amistad (seguramente el primero en el papel del perspicaz inspector Renault y el segundo en el del duro Rick Blaine) y vayamos al fondo del asunto.

Aquí no nace nada, no brota nada, no se arregla ni se reforma nada. Y mucho menos hay coalición alguna. No la hubo en ningún momento de la historia de España y no la habrá. Entre otras cosas porque ni a Sánchez ni a Feijóo les interesa reeditar unos nuevos Pactos de la Moncloa para dar estabilidad al país. Al líder socialista porque ese abrazo del oso con el PP sería tanto como su suicidio político, servir de carne picada para esa máquina del fango que está denunciando a todas horas veinticuatro siete. El votante de izquierdas no le perdonaría jamás ese entreguismo cuando se ha pasado media vida gritándonos que viene el fascismo de la mano del PP. ¿Llegan los nazis y él se une a ellos en una especie de Gobierno de concentración nacional? Algunos barones derechizados lo entenderían y aplaudirían, la militancia de Ferraz no, y mucho menos el votante. Lo que le renta a Sánchez en las urnas es seguir con el cuento del lobo, o del zombi facha resucitado, como en Malnazidos, el film gore sobre la Guerra Civil Española, así que va a seguir por esa senda. No le va mal al premier. De momento, conserva la Moncloa y tiene un relato al que agarrarse. ¿Qué más se puede pedir? Miren ustedes como está Macron, en pelotas demoscópicas (ya no le vota nadie) y haciendo las maletas ante la llegada de Le Pen al Palacio del Elíseo. Así que ni tan mal.

Pero es que a Feijóo tampoco le interesa implicarse en una cohabitación con los socialistas. En el gallinero de la derecha patria no está el horno para bollos, ni las cosas como para ir de francachelas con los sanchistas. Un pacto de renovación del CGPJ para que los jueces no terminen a tiros en un Puerto Hurraco judicial es una cosa y otra muy distinta llegar a acuerdos mayores. A poco que firme otro papelamen con Sánchez, a nada que se le ocurra hacer cualquier tontería de demócrata blandengue, se lo meriendan al gallego entre los feroces ayusistas y los ultras de Vox. Dicen los tertulianos y analistas sesudos de Madrid que Feijóo es hoy más líder que hace una semana, ya que por fin se ha atrevido a dar un golpe en la mesa enfrentándose a Ayuso, a Abascal, a la caverna de Federico y Carlos, a la Brunete judicial y a las élites financieras. Pero todo eso está por ver. Si aquí no hay Gran Coalición por ninguna parte, mucho menos un líder conservador fuerte y consolidado. Puede que el jefe de Génova haya dado ese golpe en la mesa que dicen (más bien una suave palmadita), pero sigue tan secuestrado como antes por el mundo reaccionario y carpetovetónico.

Este acuerdo, histórico sin duda, debe verse más bien como una tregua encarnizada en medio de la batalla. España ha entrado en una dinámica de autodestrucción donde solo puede quedar uno: Sánchez, Feijóo, Ayuso o Abascal (este último cada vez con menos posibilidades de éxito, ahora que le están brotando, como setas, chiquipartidos ultras y aprendices de Franquitos como Alvise). La renovación del Poder Judicial no es más que un entierro digno, el de nuestra maltrecha Administración de Justicia (entre todos la mataron y ella sola de murió), y habrá que ver qué truco se le ocurre ahora al bipartidismo para seguir controlando el goloso juguetito. Cerrar el CGPJ reformando la Carta Magna (que es lo que toca) para acabar con la politización, no lo van a hacer (no se atreven a soltar el nudo constitucional atado y bien atado); y optar por el modelo corporativo para que sean los jueces quienes elijan a los jueces es un trágala que el PSOE no consentirá nunca, ya que supone entregar la judicatura a las asociaciones eminentemente conservadoras (acabando con el principio de que la Justicia emana del pueblo español). Así que habrá que estar atento a ver qué conejo se sacan de la chistera. Uno cree que todo este cambalache con fanfarrias y confetis que se han montado PP y PSOE no es más que un sonrojante y descarado juego de gatopardismo. O sea, que todo cambie para que todo siga igual. Al tiempo.

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