El día que la derecha se una en España, la izquierda dejará de existir. El PSOE va vendiendo que las elecciones del 9J han demostrado que el presidente del Gobierno es el último dique de contención, el último bastión ante el avance de la extrema derecha, que ha conquistado Francia, Alemania, Austria e Italia. Pero España no es ningún oasis del progresismo europeo. Al contrario, lo que hay es una guerra a muerte y sin cuartel entre familias nostálgicas, entre castas reaccionarias. A un lado el PP, que sigue absorbiendo el voto de amplio espectro, desde el centro hasta el extremo duro, pasando por el desencantado de siempre del PSOE. Al otro Vox, que conoce un fuerte impulso hasta los seis escaños. Y finalmente Se acabó la fiesta, el chiquipartido de Alvise Pérez que se ha sumado a la batalla a última hora (aquello tan castizo de éramos pocos y parió la abuela). El agitador de Internet ha provocado un terremoto en el mundo conservador español. Ya hay quien le da hasta 6 escaños en las próximas elecciones generales, convirtiéndose en llave del futuro Gobierno.
La derecha española está en plena fase de convulsión, y lo que salga de ese rediseño, de esa redefinición del tablero, no será bueno para el socialismo. Gracias a que hay un trío mal avenido, salva los muebles el llamado bloque de progreso. Sánchez no debería apuntarse el tanto de gran salvador de la democracia. La democracia la han salvado, votando en las urnas, los pocos ciudadanos con algo de sentido común que quedan en este país. La gente que aún no ha caído en el egoísmo anarcocapitalista y todavía cree en el bien común y el Estado de bienestar; la gente que aún cree en la igualdad y los derechos humanos; la gente que aún tiene algo de fe en una Europa unida próspera y sin guerras. Que Sánchez se haya beneficiado de ese último arreón de valentía y dignidad de los últimos acorralados demócratas no quiere decir que él sea el hombre idóneo para dirigirlos. El votante de izquierdas fue ayer a las urnas tapándose la nariz, echando pestes del macronismo sanchista moderado y a sabiendas de que su papeleta, más allá de frenar el delirio neofascista, servirá para poca transformación social.
La atomización, la fragmentación en varios partidos, un mal secular de la izquierda, está penalizando fuertemente también a la derecha. Lo que sí ha hecho Pedro Sánchez es resistir el plebiscito que le había planteado Alberto Núñez Feijóo (mantiene intacto el granero del 30 por ciento de los sufragios, el mismo porcentaje, decimal arriba decimal abajo, que logró en las generales). Una consulta de la que tanto PP como PSOE se ven ganadores. Los comicios que se saldan con una ultraderecha cada vez más fuerte en el seno de la Unión Europea, aunque los partidos europeístas siguen teniendo la mayoría, dejan en España una victoria de los populares, pero por la mínima y a costa de Ciudadanos, tras obtener 22 escaños, solo dos por encima del PSOE.
En Ferraz hay sensación de alivio y no debería haberla. Solo han ganado en Cataluña, Navarra y Canarias. El resto del mapa es azul. Fuentes del PSOE reconocen que confiaban en conseguir el empate técnico, que finalmente no se ha producido. Aún así, creen que han salvado los muebles cuando la situación es como para echarse a temblar. Con los ultras arrasando en toda Europa, el Gobierno debería acometer medidas ambiciosas, reformistas y correctoras capaces de movilizar a la izquierda en los tres años que quedan de legislatura. Pero no parece que el programa monclovita vaya a apostar por un giro radical ni por una revolución verdaderamente socialista, que sería lo lógico. Ya que la izquierda va a ser liquidada en tres años, mejor morir con las botas puestas y fiel a los principios que entregándose a un centrismo absurdo.
Mientras se aclara el futuro, Moncloa descarta un adelanto electoral e insiste en que hasta 2027 no se volverá a convocar a los españoles a las urnas. Feijóo lo va a tener difícil a partir de ahora. Ya ha agotado todas las balas que le quedaban (elecciones locales, generales, gallegas, vascas y catalanas) y la bola siempre termina en la casilla roja de la ruleta. No hay cambios de suficiente entidad como para dar por muerto al sanchismo. Su estrategia de erosionar al Ejecutivo en las urnas, elección tras elección, no ha dado resultado. Como ya no se puede votar más, de momento, el gallego tendrá que asumir su papel en la oposición.
El discurso lo está marcando la ministra Teresa Ribera, para quien "Feijóo se ha empeñado en plantear estas elecciones como un plebiscito contra el presidente del Gobierno y lo ha perdido". "Ha sido un fracaso rotundo", sentencia la cabeza de lista del PSOE a estas europeas. La borrachera de optimismo en Ferraz solo puede tener una explicación: en Moncloa se temían una catástrofe (habían cerrado los ojos y habían apretado las manos alrededor del volante, convencidos de que se la iban a pegar) y finalmente han salido milagrosamente vivos. ¿Otra vez la baraka de Sánchez? Sea como fuere, otros partidos socialistas europeos no pueden decir lo mismo, ya que han quedado reducidos a la categoría de reliquias de los museos de historia.
"Es obvio que nos hubiera gustado ganar, pero creo que es un resultado satisfactorio", insiste Ribera. "Nos hemos quedado prácticamente con la misma foto que hace un año cuando en realidad había quien estaba planteando estas elecciones jugando con todas las herramientas, yo diría que con juego sucio, como un desafío al Gobierno". Ya se conforman con una derrota digna. En tres años el tsunami derechista puede ser de proporciones bíblicas.