Sánchez, el amor en los tiempos de la cólera

25 de Abril de 2024
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Hasta ahora, conocíamos al Pedro Sánchez resiliente del Manual de Resistencia, al Pedro indomable contra los conjurados de Ferraz, al Pedro podemita, al Pedro pacifista, al mediador internacional en Gaza y Ucrania y al antifascista. Pero nos faltaba este otro Pedro, el Pedro más desconocido e interesante: el Pedro humano, el Pedro mortal, el Pedro enamorado.

Su carta abierta a la ciudadanía, en la que deja abierta la posibilidad de dimitir tras la querella fake de la extrema derecha judicial contra su esposa, Begoña Gómez, supone un hito, un caso inédito en la historia no solo de España, sino de Europa y del mundo. “No me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día sí y día también”, le ha comunicado al pueblo en ese escrito para los anales que recupera el género epistolar amoroso tan español.

Suárez se fue (o lo echaron los militares) por agotamiento de la Transición; Felipe palmó por un exceso de ego cesarista; a Aznar se lo llevó una mala guerra y Mariano fue arrastrado por el viento de la corrupción. Sin embargo, ningún dirigente político de este país fue capaz de dejar la dulce poltrona por amor. Sus enemigos de la fachosfera mediática y la derecha caníbal siempre dispuesta a triturar vidas ajenas están descolocados ante la noticia. Dicen que todo es pura estrategia electoral de cara a las catalanas, postureo, una huida hacia adelante al verse acorralado, incluso le afean que la carta no alcance un mínimo valor literario, ni una prosa excelsa y depurada, que ya hay que ser tiquismiquis. ¿Acaso debemos exigirle a un presidente del Gobierno una pluma como la de Lope, como la de Góngora, como la de Quevedo? A una carta solo hay que pedirle que sea sincera y de puño y letra. Una carta no debe ser ni buena ni mala, debe ser auténtica, honesta, escrita desde el corazón. Y, justo es reconocerlo, esta tiene todos los ingredientes para lograr el objetivo deseado.

Bécquer fue el dios literario del Romanticismo, una moda que pegó fuerte durante un tiempo, pero hoy por hoy no lo lee nadie por cursi y superado. La carta de este Pedro enamorado la está leyendo todo el mundo, desde el New York Times a los tabloides sensacionalistas británicos, y mucho nos tememos que seguirá viva por muchos años, quizá décadas. Puede que el autor de la epístola haya sido parco en palabras y metáforas, puede que el genio no se vea por ninguna parte (su estilo es directo, llano, de un cotidiano realismo sucio, ahí está el secreto), pero a esta hora, millones siguen en shock, conmocionados por el golpe de efecto. El amor es una fuerza mucho más fuerte que la política. Platón escribió su sesuda La República, un completo tratado sobre justicia, ontología, epistemología, política y ética, el buen gobierno, en fin, y sin embargo siempre nos acordamos de él por El Banquete y Fedro, que inauguran la era del amor platónico en el devenir de la humanidad. Entre un aburrido y farragoso discurso de investidura y un inmenso poema de amor verdadero y cabal, que es lo que en definitiva ha legado Sánchez para la posteridad en su testamento tuiteado al mundo, siempre el amor, siempre el amor.

Este líder camaleónico no deja de sorprendernos. Es el hombre orquesta, el mago que va improvisando y sacando conejos de la chistera, el Harry Houdini de la política que cuando más atado y amarrado se ve por sus rivales, cuando más hundido está en la cápsula de agua, más fácil y ágilmente se suelta las cadenas para volver a la batalla de la vida. ¿Dará ese último salto mortal sin red que nadie ha dado hasta la fecha? ¿Será capaz de llevar el romanticismo hasta sus últimas consecuencias por encima incluso de los intereses políticos, de la razón de Estado, de la ambición de poder? Si lo hace, convirtiendo España en un trepidante culebrón turco a mayor gloria de un caballero andante de la posmodernidad y su bella dama, hasta lo sacan a hombros de Moncloa.

Uno cree que los siniestros franquistas de Manos Limpias, Feijóo, Abascal, la caverna de Inda, los jueces falangistas expertos en el lawfare, las fuerzas ocultas, los poderes fácticos y todo el facherío patrio han calibrado mal esta jugada, tanto que les puede salir el tiro por la culata. Están creando un mártir de la democracia sin saberlo y lo que es aún peor: un mito del crazy love. Están queriendo matar, en vano, a un Ulises que siempre sale vivo del proceloso y sucio océano de la política para regresar a casa con su amada Penélope. Esta vez se les ha ido la mano con el linchamiento moral del rojo. El pueblo español, sabio y apasionado, puede consentir la estrategia de acoso y derribo de un político, que en este país siempre es un ser odiado, aunque sea inocente. Pero no va a tolerar, bajo ningún concepto, una injusticia tan grande contra un padre de familia y un amante leal. Lo pagarán en las encuestas.

En este país se puede arruinar una vida (como ya hicieron con Pablo Iglesias, con Mónica Oltra y tantos otros) y hasta se puede dar un golpe de Estado con cuatro togas bien puestas. Pero querer liquidar a un hombre colado por su esposa, a un flechado por Cupido, a un loco dispuesto a darlo y a dejarlo todo por amor, incluso entregando el país a la incertidumbre y diciéndole a los españoles ahí os quedáis con vuestro cainismo que yo me largo, eso, eso es imposible de lograr sin que pase nada y todo siga igual.

A cinco días para que acabe el período de reflexión que se ha dado el presidente a sí mismo, nadie sabe lo que va a pasar. ¿Dimitirá tal como parece, se presentará a una moción de confianza, recapacitará y volverá otra vez el estadista razonable? España huérfana por un hombre que se ha liado a la cabeza la manta del amor. Una nación entera en manos de un obcecado Quijote de nuestro tiempo que le da la patada al socialismo por su idolatrada señora Dulcinea. Qué final tan magnífico y conmovedor para la maltrecha izquierda de este país. En una de estas dimite, convocando elecciones para presentarse otra vez. Y mayoría absoluta.       

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