Tal y como pone de manifiesto el estudio, dicha tendencia coincide con un incremento progresivo en la demanda de aceite de soja para la fabricación de combustibles. En efecto, mientras en 2005 tan solo el 6 % del aceite de soja producido en el ámbito global iba a parar a nuestros depósitos, en 2021 la cifra se había triplicado para alcanzar el 20 %. Si tenemos en cuenta los volúmenes de soja procesados en este periodo, estos han aumentado un 580 %, pasando de 2,1 millones de toneladas en 2005 a 12,2 en 2021.
La UE ha contribuido en gran medida a dicho aumento de la demanda. El fomento de la producción de combustibles procedentes de cultivos alimentarios establecido en la Directiva de Energías Renovables ha provocado que el consumo de aceite de soja en la UE se haya duplicado entre 2015 y 2017. Y esta tendencia podría verse agravada en el futuro: tras la catalogación por Bruselas del aceite de palma como materia prima de alto riesgo en 2019 y el abandono previsto de su uso en 2030, la industria se focaliza cada vez más en materias primas como la soja. De ahí que, según cálculos de Transport&Environment, la demanda de aceite de soja podría cuadriplicarse en los próximos años.
Demanda de aceite de soja y deforestación
Según el informe publicado, demanda de aceite de soja y deforestación van de la mano. Amplios territorios de selva, como la Amazonía, y de sabana, como El Cerrado, un extensísimo bioma al sur de aquella, han sido arrasados para convertirse en zonas de cultivo de la soja. Incluso tierras deforestadas para ganadería industrial acaban cediendo a la presión del monocultivo de la soja, lo que fuerza a las explotaciones ganaderas a adentrarse aún más en la selva.
Los datos mostrados por el informe son concluyentes: la superficie de terreno dedicada al cultivo de soja en la Amazonía ha aumentado 10 veces entre 2009 y 2019. Algo coherente con las estimaciones de la FAO, que muestra cómo, mientras la superficie para ganadería se ha mantenido estable en Brasil desde el año 2000, las tierras destinadas al cultivo de soja, maíz y caña de azúcar —los cultivos más demandados para la fabricación de combustibles— han crecido en 23, 6,4 y 5,2 millones de hectáreas, respectivamente.
Paradójicamente, ese aumento de la superficie de tierra cultivada no se está empleando para producir alimentos que satisfagan las necesidades alimentarias de personas y animales, como pone de manifiesto el hecho de que las áreas dedicadas al cultivo de arroz o leguminosas ocupan hoy 3,6 millones de hectáreas menos que en 2000.
Suben los precios de los aceites vegetales
Por otro lado, la fuerte demanda de cultivos alimentarios para producir carburantes ha provocado importantes subidas en los precios de los aceites vegetales, que alcanzaron un máximo histórico en 2021. La presión sobre una materia prima como la soja genera aumentos inmediatos en el coste de otras materias primas, como aceites vegetales, cereales o productos lácteos.
Intensificada por la guerra en Ucrania, esta situación se traduce en un aumento de los niveles de inseguridad alimentaria en numerosos puntos del planeta: según el Programa Mundial de Alimentos, el número de personas en situación de inseguridad alimentaria aguda ha pasado de algo más de 200 millones en 2019 a 345 millones a día de hoy.
Destrucción de ecosistemas
Paralelamente, la destrucción de ecosistemas para el monocultivo de la soja tiene efectos nefastos sobre la vida en espacios de enorme riqueza natural. Según el estudio de Transport&Environment, se calcula que el jaguar ha perdido en torno al 50 % de sus hábitats originales como consecuencia de la deforestación de la Amazonía. Igualmente, en el informe miembros de comunidades indígenas denuncian situaciones de hostigamiento para abandonar sus territorios, incendios provocados, rociamiento de comunidades con pesticidas o contaminación de sus aguas, entre otras agresiones por parte de la industria.
Para frenar todos estos impactos, el estudio apunta a una serie de recomendaciones políticas para la UE, inmersa en el proceso de revisión de la Directiva de Energías Renovables. En opinión de Pablo Muñoz, portavoz de la campaña de biocombustibles de Ecologistas en Acción, “la UE puede y debe frenar el daño que la expansión de la soja está provocando en Brasil y otros puntos del planeta. Para hacerlo, la Comisión y el Consejo deben simplemente apoyar la propuesta del Parlamento Europeo de abandonar en 2023 el aceite de palma y de soja para producir combustibles”.
Algo que aplica igualmente a los Estados miembro individualmente, según recuerda el portavoz ecologista: “España debe sumarse a otros países de la UE que ya han decidido abandonar tanto la palma como la soja. Seguir quemando alimentos en nuestros depósitos no tiene ninguna justificación, como tampoco la tiene seguir deforestando y agravando la crisis climática que nos afecta”.