“Estamos cada vez más desconectados de nosotros mismos y eso se refleja en nuestra relación con la infancia porque es lo más puro”

Alejandro Palomas emociona con su último novela, ‘El día que mi hermana quiso volar’, donde pone el foco en la salud mental de los adolescentes

28 de Diciembre de 2024
Actualizado el 30 de diciembre
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El escritor Alejandro Palomas

El universo literario del barcelonés Alejandro Palomas (1967) es tan personal como sanador para la legión de fieles lectores que posee en una veintena de lenguas. Nunca ofrece situaciones fáciles de asimilar ni complacientes, el compromiso de cada una de sus nuevas novelas va por encima de cualquier ventajismo que a priori se le pueda presuponer a obras que hablan de vínculos familiares y experiencias traumáticas a solventar. En El día que mi hermana quiso volar (Nube de Tinta), Elio debe afrontar la pérdida traumática de su inseparable hermana Eva. El silencio se apodera del joven protagonista ensombreciendo sus relaciones familiares y afectivas. La visita al psiquiatra Mateo será el punto de partida para que logre reencauzar su vida y el diálogo que ambos establecen será determinante para ello.

La frase que encabeza su nueva novela es demoledora: Los niños hablan, sobre todo cuando no hablan”. ¿Los adultos tenemos orejas pero no oídos?

Los adultos tenemos orejas y oídos pero al menos los oídos no los usamos para oír lo que realmente importa. Sobre todo no usamos el oído interno, que es lo que nos conecta con lo interno (si hablamos de oído interno hablamos de conexión con lo que llevamos acumulado de vida). Ahí entra el niño/a que llevamos dentro. Ese es el oído que no utilizamos, el que nos conecta con lo que ya somos. Entonces es muy difícil mirar hacia fuera, no estamos entrenados para mirar a un niño. 

¿En qué momento esta sociedad alocada y desquiciada perdió los hilos comunicantes entre padres e hijos y llenó de ruido cualquier feedback? ¿Qué nos está pasando?

No sé lo que nos está pasando. Estamos cada vez más desconectados de nosotros mismos y eso se refleja en nuestra relación con la infancia porque es lo más puro. Tenemos demasiado miedo a las relaciones puras y a todo aquello que no lleve filtro. Y eso incide en las relaciones padres-hijos. Por eso los padres tienen tanto miedo de fallar y están constantemente intentando proteger a los niños pero de sí mismos, y eso los niños no lo entienden porque no se ven como un peligro. Esa es la primera barrera que se establece entre los padres y los hijos.

La salida de la pandemia no nos ha hecho mejores personas. Eso ya es una evidencia palpable. Quizá también lo es que los lazos que se estrecharon entre familias y padres e hijos por imperativo legal durante largos meses de confinamiento han saltado por los aires. ¿Por qué?

Porque vivimos una situación muy especial, muy de urgencia, de alarma. Vivimos en lo gregario, en intentar protegernos en el nido. Nos dimos cuenta de que teníamos un nido al que volver, un núcleo en el que refugiarnos; cuando el peligro externo desapareció y fue controlado, de repente el nido se convirtió en una cárcel. Y no hemos convertido nuestras casas en un hábitat sano para la convivencia. No es sano ni siquiera para la convivencia entre las parejas, porque eso de tener que crear vínculos de convivencia también habría que revisarlo. Saltan por los aires porque todo es muy frágil, las relaciones familiares, de nuevo, están sostenidas y sujetas por andamios que se pueden caer en cualquier momento porque no se habla y no son capaces de compartir la vulnerabilidad. 

Asegura en su libro que hay más verdad en la pregunta de un niño que en cualquiera de sus respuestas”. Y comienza con esta de su protagonista Elio: Cuando hay dos mellizos y uno muere, ¿el otro sigue siendo un mellizo o se llama de otra manera?”. Poco más se puede añadir…

Es una pregunta que siempre me ha llamado mucho la atención, cuando hay un status que cambia ¿en qué se convierte el que queda solo? Se convierte en un individuo nuevo o para siempre será el huérfano de esa relación. Además es que cuando un mellizo pierde a su otra parte, no es una orfandad, es una amputación, por eso es tan complicado. Esas pérdidas hay que aceptarlas de forma distinta. 

¿Cómo logra meterse en la piel de un niño con una situación personal tan traumática y resultar perfectamente creíble y cercano?

No lo sé. Tal vez porque me meto entero, habito ese cuerpo y transito con él en todo lo que le pasa. No cuento, experimento y cuento lo que experimento. Por eso no sé relatar, sé contar una experiencia.

En su novela sobrevuela en todo momento el tema de la orfandad a todos los niveles y de la pérdida de un ser querido. ¿Los adultos no sabemos transmitirles a los pequeños este sentimiento tan profundo de una forma ajena al duelo puro y duro?

Los adultos tenemos mucho terror al duelo, a la muerte y a la pérdida, y por eso tenemos terror a transmitirla, porque no la transitamos bien. Huimos de ese momento, estamos constantemente rezando para que no llegue y nos tengamos que enfrentar a un miedo que es propio. El niño pregunta con curiosidad y no con miedo, porque desde que nace ve que existe la muerte. Ve que las hojas se caen, los mosquitos mueren cuando les echas spray o las hormigas si las pisas, ve la muerte constantemente, y no le teme hasta que se da cuenta de que le puede pasar a él y que forma parte de un todo. El adulto lo que hace es decirle “no, tú no formas parte de ese todo” y comete el primer gran error al contarle la existencia de la muerte, e intenta ocultarle o maquillarle algo que es el germen de la vida.

Pese a la dureza del tema que aborda, su novela transpira energía positiva. No es nada fácil lograr lo que usted consigue. Pero eso sí, también transmite la idea de que todos debemos poner de nuestra parte para restablecer los vasos comunicantes y sanar de un daño tan brutal como este. ¿Es así?

Sí, es así. Es el bien común. La tarea de todos como tribu que somos, deberíamos arremangarnos y ponernos a sanar a aquellos miembros de la comunidad que necesitan ser sanados. Sobre todo ante las cosas que son un hecho común y que nos pasan a todos como es el hecho de la muerte, la pérdida, la adolescencia, el hecho de ser “hijo de”. No todos somos padres pero todos somos hijos, eso es una experiencia común y hay que hablar de eso también.

Su novela es muy emotiva, llega a tocar esa fibra que todos tenemos ahí, pero que muy pocos escritores logran pulsar en el lector. ¿Pura empatía o hay algo más, un don personal?

No lo sé. Siempre he pensado que tenía hiperempatía hasta que he conseguido dominar ese plus. Lo he conseguido dominar a base de mucha terapia. Me gusta mucho introducir escenas de terapia y flashes de sesiones, en primer lugar porque hay mucha gente que no sabe lo que es y hay que acercarlo a la gente. No sé si es un don personal, pero sé que es mi lugar en el mundo, esas vivencias que transmito y paso al papel es mi manera de encajar.

 

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