Robert De Niro, el gánster bueno

El actor lanza un histórico alegato contra el trumpismo a la hora de recoger su Palma de Oro en Cannes

14 de Mayo de 2025
Actualizado a las 15:08h
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Robert De Niro recoge la Palma de Oro de manos de Leonardo DiCaprio. Foto: Festival de Cannes.
Robert De Niro recoge la Palma de Oro de manos de Leonardo DiCaprio. Foto: Festival de Cannes.

A lo largo de la historia, ha habido grandes discursos sobre la defensa de la democracia, la libertad y los derechos humanos. El impactante Lucharemos en las playas, de Winston Churchill, ante el avance imparable de Hitler; el hermoso I Have a Dream, de Martin Luther King, contra el racismo, la intolerancia y la desigualdad; y, desde ayer, el alegato en Cannes de Robert De Niro contra el nuevo totalitarismo trumpista.

“El presidente filisteo de Estados Unidos empezó recortando ayudas para el arte, los derechos humanos y la educación”, aseguró, al tiempo que llamó a los ciudadanos de todo el mundo a reaccionar, ”sin violencia y con determinación”, ante la ola de fascismo posmoderno. “Somos una amenaza para los autócratas y los fascistas de este mundo”, afirmó De Niro sobre la necesidad de un arte en libertad ante el público entregado, aplaudiendo y puesto en pie, del Grand Théâtre Lumiêre.

A De Niro, patrimonio de la humanidad, lo hemos visto casi siempre en el papel de gánster, de villano o personaje con un lado siniestro. Su rostro duro y curtido y el doblaje magistral de Ricardo Soláns (quien le dio su inconfundible voz de cínico descreído en más de ochenta películas) nos ha acompañado durante toda la vida. Nunca olvidaremos sus interpretaciones como Vito Corleone en El Padrino, como Jimmy Conway en Goodfellas o como Sam Ace Rothstein, el apostador de Casino que controla la banca (una especie de Carlos Fabra al que siempre le toca la lotería). Sin embargo, uno sigue estremeciéndose ante el recuerdo almacenado en su retina del que quizá sea su mejor papel: el de Travis Bickle, ese exmarine veterano de Vietnam metido a taxista que poco a poco va cayendo en una especie de viaje al corazón de las tinieblas del fascismo con su correspondiente delirio: limpiar la ciudad de traficantes, negros y prostitutas.

Sin duda, el perturbado Travis, protagonista de la imprescindible Taxi Driver, es el presagio o dramática premonición de la pesadilla que estamos viviendo hoy en día con el retorno del nazismo. En esa virulenta y enfermiza evolución personal (y política) –desde el ciudadano aparentemente honrado que paga sus impuestos hasta el radical definitivamente tronado capaz de afeitarse la cabeza al estilo guerrero mohawk para empuñar un arma y asesinar a un candidato presidencial–, está la explicación de nuestra realidad histórica contemporánea: la implantación de las ideologías del odio, la decadencia de la democracia y del Estado de bienestar, el distópico resurgir del totalitarismo, en fin.  

De Niro, nuestro admirado De Niro, ha dado el gran paso adelante que todo artista debería dar, por imperativo categórico, cuando el fascismo amenaza la libertad: el de volver a encender la llama del compromiso político y social, el de arengar a la sociedad en la lucha por la causa de la democracia, el de recuperar todos esos valores que habían caído en el baúl de los recuerdos por influencia de los falsos líderes de opinión e impostores de la posmodernidad. Desde La condición posmoderna, de Jean-François Lyotard (1979), sabemos hacia dónde se ha dirigido el mundo en los últimos tiempos. Hacia el individualismo a ultranza (en realidad, egoísmo e insolidaridad); hacia el abandono de las utopías y del socialismo como forma de transformar la realidad; hacia el nihilismo, el aburguesamiento, el descreimiento de todo que solo conduce a la melancolía y al desquiciado modelo de sociedad de consumo y de capitalismo salvaje. Desde ese momento fatal (el de la derrota de la izquierda), los gurús y genios del arte vienen diciéndonos que comprometerse con la causa de la democracia es de moralistas pasados de moda, que la lucha de clases está anticuada y es de horteras, que la ideología contamina la obra y que hablar de justicia social es malo para el negocio, más bien para el arte como negocio y como show.

Toda esa decadencia con descrédito de la política, todo ese derrumbamiento ideológico, astutamente abonado por los poderes financieros y las élites, ha culminado en Donald Trump. Sin embargo, no todo está perdido y de cuando en cuando emerge algún viejo intelectual del mundo de ayer que se presenta ante nosotros como un mensajero del futuro más bien negro y apocalíptico que nos espera. Un heraldo de la verdad dispuesto a darnos un sopapo, a cogernos por los hombros, zarandearnos y gritarnos que debemos despertar y cuanto antes mejor porque la amenaza del fascismo no es el argumento de una mala serie de Netflix, sino algo real ante lo cual los demócratas debemos organizarnos, asociarnos y rearmarnos moralmente.

“El voto es muy importante”, recuerda el actor incombustible que encarnó a Jake LaMotta en Toro salvaje. Todos los demócratas somos ya un poco boxeadores cansados y vencidos, ciudadanos acosados por la embestida del monstruo que nos atiza y nos pone contra las cuerdas con su violencia fanática. Entre los efectos más perniciosos del fascismo está esa facilidad para hacernos creer que todos formamos parte de la misma mugre indecente. No es cierto. Que ellos sean perversos y depravados no significa que toda la humanidad lo sea. La democracia es moralmente superior al nazismo, siempre lo será. Así que, al igual que el gladiador LaMotta se levantaba una y otra vez de la lona, los demócratas noqueados debemos recuperarnos del golpe, mirarnos al espejo y repetirnos aquello de “soy el mejor, soy el mejor”. De Niro, el gánster bueno, nuestro villano de película con un corazón de oro en la vida real, ha llegado a Cannes, fábrica europea de sueños, para recordarnos que los buenos somos más y mejores. “Libertad, igualdad, fraternidad”, dijo entre lágrimas antes de recoger la Palma de Oro. A Trump, ese Al Capone de tres al cuarto, le ha salido un intocable más en ese ruidoso ejército de Eliot Ness que aún no se ha rendido ante la barbarie, la injusticia y la patraña.

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