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El tiempo es el mejor autor, siempre encuentra un final perfecto, decía Chaplin. Pero nuestros políticos, como malos guionistas que son, han dejado pasar el tiempo miserablemente y no han sabido (o no han querido) encontrar un final feliz para una comedia de enredo de cuatro meses que se nos ha hecho demasiado larga, tortuosa, indigesta.

Aquí cada cual ha jugado a su propio juego: Rajoy a dejar que todo se pudriera en el fango panameño del PP; Sánchez a caballero con espada que iba a rescatar España de los dragones de la derecha (al final ha terminado engullido él mismo por un dragón de fuego naranja, o sea Ciudadanos); Iglesias se ha dedicado a hacer humor y a contar chistes fáciles sobre periodistas mientras preparaba el temido ‘sorpasso’ al PSOE, maldito palabro; y Rivera ha jugado a tomar posiciones, a colocarse en Madrid, que es lo que quería la madre del chico cuando lo envió a Villa y Corte a hacer la carrera de San Jerónimo.

En realidad nadie pretendía pactar con nadie, ni le interesaba lo más mínimo. El PSOE no quería nada con el PP de Rajoy El Indecente, ni el PP con los socialistas de la herencia recibida, ni Iglesias con el traidor de Sánchez, ni Rivera con los podemitas de El Coletas que quieren romper España, ni era viable el pacto a la valenciana, ni a la murciana, ni a la vasca o a la catalana con los independentistas, ni las cuentas salían, ni los escaños sumaban.

Todo ha sido un despropósito, un imposible desde el principio hasta el final, un cuento de chinos que nos han querido vender falsamente como real, y ni siquiera el pacto PSOE/Ciudadanos tenía visos de prosperar porque solo ha sido una jugarreta de Rivera (en la que ha caído puerilmente Pedro Sánchez) para anular cualquier posibilidad de pacto a la izquierda.

Hemos asistido a un gran montaje para mantener entretenido al pueblo mientras pasaba el tiempo y así, dejando pasar el tiempo, abusando de nuestro tiempo, es como los cuatro jinetes de la apocalíptica política española han llegado a la semana decisiva, crucial, sin intención alguna de formar un Gobierno.

A falta de unas horas para que expire el plazo todavía simulan que trabajan mucho contrarreloj, que intensifican los contactos, que acercan posturas y ultiman negociaciones, y hasta se sacan de la manga un falso as de Compromís al que bautizan rimbombantemente como Acuerdo del Prado, un documento que no gusta a nadie y que es el típico pacto de izquierdas tantas veces prometido pero que nunca se firma, porque ya sabemos que la izquierda española es cainita y vive mayormente de liquidar al hermano del partido de al lado, ya sea comunista, socialista o feliz utópico.

El Acuerdo del Prado, salvo sorpresa de última hora, no ha sido más que el epílogo del vodevil. Estamos pues en los minutos de la basura, de la prórroga y los penaltis, y nadie va a arreglar lo que no han arreglado en cuatro meses. Así que todo es una excusa para seguir jugando al despiste, marear la perdiz, embaucar al pueblo y hacerle perder el tiempo al Rey, con lo ocupado que está clausurando congresos sobre Cervantes, que es que hay uno en cada pueblo y no da abasto el hombre.

Todo ha sido un gran juego de trileros, el día de los tramposos, una fabulosa pantomima y un teatrillo de varietés, porque el pescado ya estaba vendido desde un principio y lo cierto es que a nadie le venía bien un acuerdo con el vecino porque acordar significa ceder y aquí, en España, no somos de eso.

El pescado se vendió enterito el 20-D, cuando los españoles echaron la papela inútil en los confesonarios de la democracia, unos resignados, otros indignados, y desde ese momento los cuatro partidos se pusieron a trabajar duro no para lograr un acuerdo, sino para ir a una segunda vuelta, que es donde se puede trinchar al adversario político y sacar más tajada electoral.

Han estado haciendo electoralismo desde el primer minuto, jugando a la guerra de trincheras, al desgaste, al gato y al ratón, pero todo era mentira y al final quien ha salido desgastado y asqueado de tanta maniobra calculada, de tanto tacticismo y tanta mascarada estragante ha sido, como siempre, el sufrido pueblo llano, que se hacía falsas ilusiones de librarse por fin de un presidente lleno de tics, de dislexias lingüísticas y de frenillos.

Ninguno de los líderes, ni los viejos ni los nuevos, han estado a la altura de las circunstancias históricas, ninguno ha demostrado talla de auténtico estadista y ninguno se ha atrevido a coger España por los cuernos, porque España es como ese toro de mil quinientos kilos que han metido en el Teatro Real de Madrid para hacer el ‘Moisés y Aarón’ de Schönberg, un semental en principio pacífico y tranquilo pero que puede arrancarse a cornadas violentas a poco que las clases pudientes del palco VIP le toquen las castañas al morlaco.

Así que después de infinitas reuniones estériles, después de miles de ruedas de prensa aburridas y unas cuantas investiduras abortadas que solo sirvieron para que sus señorías se pusieran el esmoquin de la boda, se tomaran unos cafelitos en el bar del Congreso y se preguntaran por las familias, el español de a pie sigue compuesto y sin Gobierno, eso sí, algo más cabreado, escéptico y pobre.

De modo que si dios y Compromís no lo remedian en el último momento con alguna pócima mágica, estamos abocados a unas urnas burocráticas que no arreglarán nada. Felipe VI ha pedido que las elecciones sean rápidas para no alargar la agonía más de lo debido, y austeras para ahorrar en lo posible, no más de doscientos millones de euracos, nada, una broma, una propina, un botellón dominguero que no va a ninguna parte.

El español es así, siempre gastándose lo suyo y lo de los demás. Nos han dado la brasa con el pacto imposible y a partir de ahora nos darán la brasa con unas elecciones reincidentes que solo servirán para alterar unos decimales el enquistado mapa electoral.

Al final, nos espera más de lo mismo: otros cuatro meses de tedio; el día de la marmota; los escaños que no suman; la incompetencia de unos políticos a los que pagamos para que resuelvan problemas, no para que los generen; Rajoy soltando otra vez sus frases inconexas; las guerras internas de Sánchez con Susanita; Iglesias predicando la utopía imposible; y Rivera trabajándose un futuro en la Villa y Corte, que el muchacho no da puntada sin hilo.

Para mí que al español ya se la suda bastante que haya o no haya segunda vuelta. Como nos vuelvan a llevar a votar por la fuerza no va a ir ni dios. Y si no, al tiempo.

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