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Amor político

Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Rafael Víctor Rivelles Sevilla
Nacido en Valencia el 4 de Junio de 1961. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad Autónoma de Madrid en 1986. Especialidad de Psiquiatría. Ejercicio actual en el Hospital Universitario La Paz.
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análisis

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Decía el filósofo Richard David Precht que el amor es un sentimiento muy desordenado. Nadie lo entiende muy bien. Sabemos que existe, aunque es difícil poner de acuerdo a pensadores, científicos, poetas e incluso a los propios amantes, cada uno de los cuales espera del otro expresiones tan dispares de esta turbadora pasión, que la desilusión lo estropea todo a la mínima que la pareja se descuide. El despecho, la traición, los celos, la melancolía e incluso el suicidio y el asesinato constituyen el reverso oscuro del amor. Sin embargo ¿existe algo más hermoso que defender a la amada? Esta era sin duda, la obligación del caballero andante en las gestas medievales. Si. Todavía existen hidalgos en este mundo perro y egoísta.  En España gozamos de nuestro propio campeón, el atribulado Pedro Sánchez, el presidente que lleva camino de ser recordado como el valeroso y fiel defensor de su dama en apuros, Begoña Gómez, amenazada por el dragón ultraderechista de allende los mares y por las malvadas víboras nacionales disfrazadas de periodistas y jueces que manejan la siniestra «máquina del fango»

¿Es posible compatibilizar el puro amor con la interesada y rastrera política? Parece imposible. Seguro que el apasionado Espronceda me daría la razón. Pero Pedro Sánchez me demuestra lo contrario. Me ha hecho reconsiderar que todavía quedan seres puros de corazón capaces de todo con tal de defender a su amada transformándola en la viva representación de la democracia española, ofendida, vilipendiada y difamada.

Tenemos que hacer algo de historia para encontrar epopeyas semejantes. Podríamos comparar a Pedro Sánchez con Agamenón que logró movilizar a todos los siempre desunidos guerreros griegos para vengar el indigno rapto de Helena lo cual desencadenó la guerra de Troya, Me chirría la comparación porque no veo en Javier Milei un Paris creíble. Podemos avanzar unos siglos y recordar al caudillo Atila que marchó sobre Roma despechado por la afrenta que le ocasionó el emperador Valentiniano III al impedir que se desposase con su hermana Honoria. Tampoco, Atila solo se parece a Pedro Sánchez en que ambos han sido llamados «azotes», Atila azote de Dios y Pedro, algo más modesto, solo de la derecha española. Y desde luego Yolanda Díaz no se parece en nada a Gala Placidia, hija, madre y hermana de emperadores, Más cercano se muestra el caso de Eduardo VIII de Inglaterra, capaz de abandonarlo todo, hasta el trono, por la divorciada Wallis Simpson. Sobre ellos cayó todo el peso de la «máquina del fango» (Umberto Eco debe de estar divertidísimo en su tumba de que a los publicistas del PSOE se les haya ocurrido emplear la expresión como muletilla casi para cualquier cosa) Estamos hablando siempre de dirigentes políticos de primera magnitud mundial y que han dejado profunda huella en la historia de la humanidad porque no de otro modo cabe considerar a Pedro Sánchez. Creo que no será necesario que mande la flota para ocupar el estuario del Río de la Plata tal y como hizo Agamenón con Troya para vengar a Begoña. El ejército español ya está al límite con vigilar a los narcotraficantes del Estrecho de Gibraltar y mandar algún viejo tanque a Ucrania. Aunque bien mirado tal vez podría descolgar el teléfono y sin que los servicios secretos israelíes le intercepten la llamada mediante el sistema «Pegasus», pedir ayuda a Macron que desempeñaria el papel del belicoso Aquiles a las mil maravillas. De ese modo, además, salvamos a Francia de meterse en líos con Rusia. Y con el paso de los años, poetas y novelistas recordarán la gesta del heroico presidente del gobierno español que hizo temblar los cimientos de la geopolítica internacional por defender el honor de su amada.

Toda esta historia de amor me reconcilia con la política. No vamos a gozar de un presidente más entretenido en siglos. Cada vez estoy más convencido de que Feijoo no tiene nada que hacer. Hemos pasado del turbio asunto de la corrupción a una aventura galante con la inestimable colaboración del presidente argentino, al que no hay que restar méritos y con Oscar Puente como secundario de lujo. Ya que es ministro de transportes, sería un excelente almirante para la fuerza expedicionaria del Atlántico sur dispuesta a vengar la afrenta. Asediaría Buenos Aires como el Cid Valencia hasta rendir la plaza para ofrecerla en desagravio a la dama ultrajada. Si, no entendemos bien el amor, y menos el amor político, pero es muy bello cuando se presenta, atravesando como una flecha de Cupido el corazón de los gobernantes y consigue transformarlos, aunque no se si en héroes o en payasos, 

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