Belchite, último vestigio de nuestra memoria histórica y una guerra injusta

En la provincia de Teruel se encuentran las últimas ruinas de nuestra guerra incivil y, aunque hoy en día están selladas, siguen siendo un importante vestigio de nuestra desmemoria y el olvidó colectivo de lo que realmente pasó en nuestra contienda

21 de Octubre de 2024
Actualizado a las 11:31h
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Belchite 01 (1)
Una calle de Belchite

La batalla de Belchite fue una batalla de la guerra civil española que tuvo lugar en este pequeña ciudad aragonesa (Zaragoza) entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937 en el marco de la ofensiva del Ejército Popular republicano para recuperar Zaragoza, en manos de los sublevados del bando franquista desde el 18 de julio de 1936. La conquista de esta localidad movilizó un gran número de hombres y medios militares del Ejército Popular que habrían podido ser utilizados en el avance hacia la capital aragonesa, principal objetivo de la operación. Sin embargo, las fuerzas republicanas, al malgastar numerosos recursos humanos en la batalla de Belchite, llegaron exhaustos a los alrededores de la capital aragonesa y las tropas franquistas habían redoblado sus defensas para hacer frente a la ofensiva republicana. 

Así las cosas, la ofensiva para liberar Zaragoza, que  era el objetivo final de la batalla, fracasó estrepitosamente y causó un profundo pesar y decepción en las filas republicanas. Aparte de tomar Zaragoza, la batalla de Belchite, que era parte de una ofensiva generalizada de los republicanos por aliviar a los frentes de Santander y Asturias, que sufrían el asedio de los nacionales de Franco, mostraba a las claras las divisiones en el bando republicano, pues el gobierno republicano de Madrid también quería acabar con el protagonismo del Consejo Regional de Defensa de Aragón, en manos anarquistas. Las luchas internas entre socialistas, comunistas y anarquistas en el bando republicano fueron una constante en nuestra Guerra Civil.

Las consecuencias de la batalla de Belchite fueron devastadoras para el ejecutivo republicano de Madrid: se ahondaron las divisiones entre comunistas y anarquistas, por un lado, y entre socialistas radicales y moderados, por otro; no consiguió frenar la ofensiva nacionalista en el Norte y, finalmente, Santander y Asturias cayeron en manos del bando franquista; y, por último, los nacionalistas ganaron dos semanas muy valiosas para fortalecer sus defensas en Zaragoza y resistir la presión de la ofensiva republicana.

Los republicanos lucharon calle por calle, casa por casa, para aniquilar esta bolsa de resistencia nacionalista formada por militares sublevados, falangistas de primera hora unidos a la causa franquista y algunos centenares de civiles voluntarios que se unieron a las fuerzas resistentes. En total, eran unos 7.000 combatientes y los sitiadores entre los que atacaban la localidad y los que se acercaban a Zaragoza por varias líneas de ataque eran unos 24.000. Los nacionalistas fueron aniquilados literalmente en este pequeño pueblo y sufrieron unas 2.500 bajas y otros 2.400 fueron detenidos. En los días finales del asedio a Belchite, unos 300 sitiados del bando nacional intentaron huir hacia Zaragoza, de los cuales solamente llegaron unos 80. 

En el bando republicano lucharon dos personajes míticos de la historia de la guerra civil española: el comandante del Ejército Popular Enrique Líster, protagonista de numerosas batallas de la contienda, y el militar polaco Karol Świerczewski, más conocido como el general Walter y que después de su destino en España ocuparía importantes responsabilidades militares y políticas en la URSS y la Polonia comunista. Las Brigadas Internacionales, dirigidas por Walter, tuvieron un papel protagónico en la toma de Belchite, aunque el comandante fue ampliamente cuestionado por su alcoholismo y sus errores militares propios consiguientes del mismo.

Esta batalla, que al principio fue vista como una  gran victoria republicana, demostraría a la larga que fue un auténtico error de percepción estratégica del ejecutivo de Madrid que distrajo enormes fuerzas de los objetivos más inmediatos de la guerra, como haber defendido de alguna forma las tomas Asturias y Santander, que cayeron en manos de las fuerzas franquistas en esos días, e intentar concentrar todas las fuerzas en la toma por sorpresa de Zaragoza. Belchite, en definitiva, fue una trampa tendida por los nacionalistas a los republicanos y resultó exitosa para los mismos, tanto en términos militares como políticos, pues agudizó las divisiones y las tensiones entre las diversas familias republicanas y especialmente entre los socialistas, que vivían un duelo casi a muerte entre Indalecio Prieto y Largo Caballero, dos prominentes líderes del PSOE de entonces.

Belchite, que antes de la guerra tenía una población de unos 5.000 habitantes, nunca fue reconstruida. Franco decidió mantenerla en ruinas y sus habitantes, “adoptados por Franco” en la jerga oficial del régimen, serían asentados en una nueva población cercana al campo de batalla denominada Belchite la Nueva. Así permanecerán los restos de Belchite durante décadas, entre el olvido y la desmemoria de lo que ocurrió realmente allí, y recientemente el ayuntamiento de la nueva corporación municipal de Belchite la Nueva decidió vallarlas e impidió el libre acceso a las mismas, siendo solamente posible visitarlas a través de visitas guiadas que organiza la misma. Como si les diera vergüenza recuperar su pasado y darlo a conocer al mundo.

Este espacio, que debería haber sido un lugar para convocar a la memoria y el recuerdo de miles de hombres y mujeres de los dos bandos que murieron en una contienda fratricida, cayó en el olvido. Lastima, porque las ruinas de Belchite hubieran sido una gran oportunidad para haber hecho de las mismas un museo de nuestra guerra civil para que las futuras y jóvenes generaciones aprendieran a qué derroteros llevan la crispación y la falta de cultura democrática en una sociedad polarizada como la de aquella época. 

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