Incendios, calor extremo, sequías prolongadas. La emergencia climática avanza como una ola imparable, pero hay quien prefiere seguir mirando hacia otro lado. A la catástrofe ambiental se suma la irresponsabilidad política de quienes se niegan a asumir la magnitud del desastre.
Un territorio calcinado por las llamas... y por la dejadez
El informe del World Weather Attribution (WWA) sobre la ola de incendios que arrasó la Península Ibérica este verano es demoledor: la crisis climática ha multiplicado por 40 la probabilidad de que se produzcan las condiciones que alimentaron el fuego. Ya no hablamos de futuribles o escenarios hipotéticos: la catástrofe está aquí, ahora, y está provocada directamente por la acción humana.
Las temperaturas extremas, unidas a la sequedad del terreno y la falta de prevención en zonas rurales abandonadas, han generado una combinación letal. El resultado: más de un 1% de la superficie peninsular calcinada y los incendios más graves en tres décadas.
Y sin embargo, mientras arden nuestros montes, los responsables autonómicos del Partido Popular siguen minimizando la dimensión de la crisis, recortando fondos para prevención, rechazando la transición ecológica y banalizando los impactos del cambio climático. No es ya una cuestión de ignorancia, sino de ideología. Porque negar el cambio climático es una forma de proteger privilegios y evitar asumir responsabilidades.
Negacionismo y discursos vacíos en tiempos de emergencia
Mientras el calentamiento global hace que olas de calor como la de agosto, con temperaturas medias 3°C más altas que en la era preindustrial, ocurran cada 13 años, la derecha mediática y política en España sigue instalada en el discurso de la banalidad. Ridiculizan la acción climática como una "agenda ideológica", defienden intereses del lobby energético y se oponen sistemáticamente a toda regulación ambiental con el mantra de la "libertad individual".
Lo peligroso no es solo lo que dicen, sino lo que bloquean. En gobiernos autonómicos donde tienen competencia directa, eliminan planes de gestión forestal, ralentizan las energías limpias y mantienen modelos económicos basados en el expolio del territorio.
La derecha española, como ya hizo con la sanidad, la educación o la vivienda, también ha decidido convertir el medio ambiente en un campo de batalla cultural. No hay voluntad de transformar ni de proteger. Solo hay trincheras ideológicas.
Es una alianza incendiaria: la del negacionismo con el poder económico y la inacción política. Mientras tanto, cada hectárea que se quema, cada pueblo que se vacía y cada vida que se pierde bajo el calor extremo nos recuerdan que la emergencia climática no espera. Y que la verdadera amenaza no es el cambio climático en sí, sino quienes lo permiten para no incomodar a sus aliados.