Carlos Mazón lleva más de cuatro meses caminando por el mundo como un zombi. Un walking dead fallero. Ahora el ABC ha dictado sentencia en una portada para la historia: “Debe irse ya”. Un titular contundente, directo, demoledor. Al hombre de El Ventorro ya no lo apoya ni su propio periódico, el boletín oficial de la derecha y los monárquicos. Y cuando eso pasa, lo mejor que puede hacer un preboste genovés es meter sus cosas en una caja de cartón, salir del despacho e irse a su casa.
La última vez que habló el gran oráculo mediático conservador rodó una cabeza: la de Pablo Casado. Recuerde el lector de esta columna cómo fue aquella historia truculenta. El anterior líder del PP quiso tirar de la manta para limpiar de corrupción las cloacas del ayusismo y el búnker le echó las cruces. “Casado, una dimisión obligada”, publicó el ABC aquel día. Y la gran promesa del conservadurismo español acabó cayendo. Dos días después de aquel portadón, el líder popular presentó su renuncia y Feijóo tomó las riendas del partido (o eso al menos nos contaron). Hoy, la secuencia parece repetirse. Cuando los muchachos del rotativo fundado por don Torcuato Luca de Tena disparan, hay muertos. Y eso que todavía no han cargado las tintas los fusileros de La Tercera, esa temible página del periódico que quita y pone gobiernos.
Debería estar preocupado el exhonorable porque esto es mucho más grave que Feijóo pidiéndole que se calle y no hable más de la riada y del Cecopi; o que Cuca Gamarra escabulléndose por los pasillos para no tener que contestar a los periodistas si respalda o no al delfín valenciano; o que el enfado de Juan Roig y la patronal levantina, cabreada con el president. Esto es todavía más preocupante, esto es una sentencia condenatoria, la “mota negra” de La isla del tesoro, aquel aviso en forma de mancha oscura en un papel o trozo de tela que la comunidad pirata enviaba a quien se salía de las normas de la hermandad bucanera para hacer la guerra por su cuenta. Todo el que recibía la “mota negra” ya podía despedirse de su barco, de su oro ilegal, de la vida. Porque más pronto que tarde caminaba por una tabla, con una venda en los ojos y sobre tiburones hambrientos.
Lo que le está pasando a Mazón, aunque quizá él aún no lo sepa (mejor dicho, no quiere saberlo, no hay más ciego que el que no quiere ver) es que la jefatura le está enviando un mensaje claro y conciso. El mensaje es que está muerto, liquidado, caput. Así se las gastan en Génova 13. Es como en El Padrino, todos lo saben menos la víctima, que es el último en enterarse y solo cae en la cuenta de que su situación es desesperada cuando le están cosiendo el traje de cemento para arrojarlo al canal, en este caso a las aguas turbulentas del Barranco del Poyo. A Mazón le están haciendo un hermoso terno fúnebre, para que vaya guapo a su entierro. Es el estilo o marca PP. En esa casa nunca se manchan las manos, ni se llama al interesado a un despacho para informarle del finiquito en diferido o la rescisión del contrato. Se le da una palmadita en la espalda, se le dice que lo está haciendo muy bien en la reconstrucción de Valencia y con una falsa sonrisa se le firma la condena de muerte o se le echa al vertedero de la historia directamente y a otra cosa. En la ciudad del Turia todo el personal sabe que el jefe está en las últimas. Desde Pacocamps, que vuelve a tomar posiciones, hasta el fiel general Pampols, que no puede hacer nada por su amigo Mazón porque así funciona la cadena de mando en el bando nacional. Inflexible, aplastante, la tradición. Cuando a Franco le sobraba un incómodo, le aflojaba las tuercas del avión y el señalado caía al mar para siempre. Esa fineza, esa pericia a la hora de suicidar a alguien, aunque sea políticamente, siempre la ha tenido la derechona ibérica.
Mazón huele a muerto, aunque él tenga el sentido del olfato algo atrofiado por el shock de la dana, el hedor del barro y la resaca de El Ventorro. Está noqueado el president y en esa confusión mental no se da cuenta de que el sindicato madrileño de camioneros, reunido en alguna tasca o casino ayusista, ya lo ha sentenciado sin piedad. Mazón se hace el sueco de Sueca (gran pueblo valenciano también inundado por la dana), pero ahí está el tribunal de las aguas mediático, el implacable consejo de guerra con su prosa sumarísima, el pelotón abecedista con sus plumas como chopos cargados de pólvora, para darle el último paseíllo y hacer la justicia que la jueza de Catarroja no puede darle al aforado. ¿Quién ha firmado ese editorial letal del ABC? Nadie, todos, el fuego amigo. ¿Quién apunta con el viejo máuser al César fallero caído en desgracia? Quién sabe, nadie en concreto, todos a una, como en Fuenteovejuna. La Famiglia. Fue así como liquidaron a Casado, con un envenenado trallazo a cinco columnas mientras el pacífico Margallo se tapaba los ojos para no ver la sangre.
Las fiestas valencianas avanzan con su fragor popular, sus charangas y sus mascletás. Hay en el ambiente una extraña mezcla de comedia y tragedia, de triste alegría, mientras aparecen en las calles lluviosas las primeras fallas cubiertas por plásticos. El ninot de Mazón es el que triunfa este año. Y no lo van a indultar.