Primero se cargaron el Mar Menor. Ahora van a por Doñana. ¿Qué será lo siguiente, vender por parcelas el Delta del Ebro, urbanizar La Albufera valenciana, construir campos de golf en las Tablas de Daimiel? Ya no cabe ninguna duda: el PP, con sus políticas predatorias y ultraliberales, es una maldición bíblica para el medio ambiente.
No hace falta recordar lo que pasó en Murcia recientemente con la mayor laguna salada del Mediterráneo. Durante años dejaron que los regantes vertieran allí todo lo que se les pasó por la cabeza, pesticidas, basuras, qué sé yo, hasta que el Mar Menor quedó reducido a una sopa verde viscosa, purulenta e inmunda, la famosa anoxia que mata a todo pez y bicho acuático viviente en varios kilómetros a la redonda. A tomar viento la agricultura, el turismo y el futuro de los habitantes de la comarca. Hoy, cuando ya es demasiado tarde porque la laguna se ha convertido en un inmenso cementerio marino, que diría Paul Valéry, el hombre fuerte del PP murciano, López Miras, pide socorro a papá Estado e insta a la sociedad civil a trabajar en común para llegar a un pacto de Estado y salvar el preciado entorno único en Europa. Ya lo podría haber pensado antes, cuando en el PP local arengaban a los regantes a seguir haciendo lo que les viniera en gana con tal de joderle la vida, a Zapatero primero, y a Sánchez después. Pues eso mismo es lo que está ocurriendo ahora en Doñana, donde Moreno Bonilla planea legalizar decenas de pozos ilegales que están desecando los acuíferos subterráneos de las marismas a marchas forzadas. El presidente andaluz se ha entregado al lobby de freseros y no hace caso a nadie, ni siquiera al comisario europeo que le ha advertido de que el paquete de Bruselas por la destrucción del humedal puede ser antológico.
Las diez plagas de Egipto recogidas en el Antiguo Testamento (conversión del agua en sangre, ranas, mosquitos, tábanos, peste del ganado, úlceras, granizo ígneo, langostas, tinieblas y muerte de los primogénitos) no son nada comparadas con la que nos ha caído encima con esta gente de la derecha carpetovetónica y paleta. No hay más que oírlos hablar para saber que todo está irremediablemente perdido y que ya solo nos queda buscarnos una buena sombra, beber con frecuencia (si es alcohol a botijo mucho mejor, únicamente así podremos olvidarnos de ellos) y esperar a que se nos lleve por delante el apocalipsis climático tórrido y canicular que no ha hecho más que comenzar. Al alcalde Almeida le parece que lo de la sequía no es nada urgente ni para preocuparse, y que lo de la ola de calor se arregla con cuatro toldos en Sol para que los guiris no se nos quemen como camarones y puedan seguir con la ruta cultural por Madrid, o sea bares, terrazas y botellones en los pisos turísticos de los fondos buitre.
Ayuso, por su parte, cree que desde que la Tierra existe ha habido cambio climático. Le encanta la boina de mierda que planea siempre por Madrid y que cada año envenena a miles de madrileños. En realidad, no tiene ni pajolera idea de lo que está diciendo, pero ella pone cara de enterada, como una experta del CSICo de la AEMET. Se le da bien poner caritas. ¿Se han dado ustedes cuenta de que a veces Lady Libertad pierde el hilo del discurso hasta el punto de que ni ella misma sabe lo que está diciendo? Háganme el favor, fíjense, fíjense la próxima vez que la vean por la tele. Los periodistas le preguntan por el grave problema del calentamiento global y ella se va por los cerros de Úbeda, casi siempre acaba titubeando, diciendo cosas inconexas, los ojos en blanco, algo flipadilla por la complejidad de la cuestión, como si le fuese a dar un parraque. Al final no aporta nada para solventar el sindiós climático, que ni le importa ni le interesa, y despacha la pregunta dándole estopa a Sánchez, que eso siempre es muy socorrido.
Luego está Gallardo Frings, otro negacionista climático. Este a lo suyo, o sea al discurso acientífico heavy, destroyer, supergore, y a recomendar a los castellanoleoneses que se metan un chute de CO2 en los pulmones nada más levantarse de la cama y antes de salir para la oficina. A Gallardo le encanta el sabor de la contaminación, como aquel coronel fascistoide de Apocalypse Now que se ponía cachondo con el olor a napalm por las mañanas. El dióxido de carbono es que es muy sano, oiga usted, tonifica los músculos y mola mazo, tío, tron.
Y de Abascal qué se puede decir. No pierde ocasión para recordar a las masas obreras desclasadas que los españoles son hoy más pobres que cuando Franco por culpa del fanatismo climático progre y woke. Por cierto, dicho sea de paso, no se le vio por Cuelgamuros, solidarizándose con los camaradas falangistas que protestaban contra la exhumación de José Antonio, él que es tan nostálgico del régimen anterior. Será que se nos está haciendo socialdemócrata y derechita cobarde.
El espectáculo que está dando esta tropa, la derecha convencional del PP y la extrema de Vox (a decir verdad, ya no sabemos dónde están unos y dónde están otros, todos se mueven juntos y revueltos), es sencillamente esperpéntico. Van a estar soltando el discurso antiecologeta hasta que los polos se hayan derretido para siempre, nos caiga encima el diluvio universal y en las ciudades costeras tengan que cambiar el coche por la piragua ante la subida del nivel del mar. El cambio climático avanza mucho más deprisa de lo que habían pronosticado los científicos. A este paso nos vamos todos al carajo un agosto de estos con sesenta grados a la sombra. Qué más da, mientras haya toros y tintorro de verano. Viva España, coño.