Feijóo no parece tener límites en su giro ultra. El gallego se ha propuesto defender hasta el final a su capitán botarate valenciano, Carlos Mazón, y va a hacer lo que sea necesario para que no caiga. Si es preciso cargarse a Teresa Ribera para colocar a un ultra de Meloni como Raffaele Fitto no le temblará el pulso. Ya le puso la alfombra roja a Vox en las instituciones españolas y va a hacer lo mismo en Bruselas, convirtiendo la Eurocámara en un “festival de mierda” o “festival de trols” (tal como denuncia la prensa internacional).
El último montaje del Partido Popular para desviar la atención de la desastrosa gestión durante la dana de Valencia no tiene parangón y recuerda en buena medida a la forma de hacer política de Donald Trump. El magnate neoyorquino se ha propuesto sacar a Estados Unidos de todas las organizaciones internacionales, de la OMS, de la ONU, de la OTAN y de las cumbres sobre el cambio climático, o sea el retorno al aislacionismo y la autarquía, y Feijóo empieza a seguir fielmente ese mismo modelo trumpista. Incendiar la UE para tapar las vergüenzas de Mazón es algo que nadie, ni los más críticos con las maneras reaccionarias del PP, se esperaban. Es evidente que el jefe genovés ha cruzado un peligroso Rubicón sin retorno. Tiene escandalizada a Ursula von der Leyen y confundido a Buxadé, que ve cómo uno de la “derechita cobarde” es más gamberro y antisistema que él. De seguir el dirigente pepero por esa senda trumpizada, muy pronto Vox tendrá que echar la persiana y disolverse por falta de razón de ser.
Nada queda ya de aquel Feijóo supuestamente moderado que bajó de las montañas gallegas para hacerse cargo de las riendas del partido. No es que no haya podido darle la pátina centrista al proyecto, es que no ha querido. La competencia que le plantean Ayuso (internamente) y Abascal (externamente) es demasiado fuerte y ha decidido subirse a ese carro ultra para no quedarse atrás. La imagen de un PP completamente echado al monte en la comisión de investigación de Ayuso contra Begoña Gómez en la Asamblea regional lo dice todo. Populares y voxistas no han arrastrado a la esposa de Pedro Sánchez a ese potro de tortura para hacerle preguntas y aclarar la cuestión de su máster, sino para someterla a un descarnado linchamiento público, a un escarnio que nada tiene que envidiar a aquellos viejos autos de fe medievales.
Los comisionados de la performance de Ayuso, transformados en inquisidores babeantes de odio y sin complejos, se limitaron a subir a la primera dama al cadalso para tirarle unos cuantos tomates, salivajos y exabruptos y poco más. Solo les faltó decir aquello de sufre perra roja, mientras la presidenta de la comisión se limaba las uñas y dejaba hacer. A las derechas ibéricas jamás les ha interesado llegar al fondo de este asunto, ni saber si hubo o no tráfico de influencias, ni siquiera averiguar si Gómez se apoderó del famoso software gratuito (tremendo delito incluso más grave que los dos fraudes fiscales del novio de Ayuso). El único objetivo de esa comisión era despedazarla salvajemente ante la prensa, hacerla trizas ante la opinión pública, lograr la foto de la víctima derrotada, hundida y condenada al silencio (cualquier cosa que hubiese dicho se habría vuelto en su contra, iba advertida de la peligrosa trampa por el abogado Camacho). Desde ese punto de vista, la comparecencia de la esposa del premier socialista ha sido, más que una comisión de investigación, una comisión de exhibición, exhibición del poderío que ha alcanzado el trumpismo neofascista español, exhibición sin pudor de la cabeza de la pieza mayor clavada en una estaca o en una pared, exhibición de un golpe letal, político, judicial y mediático, a la maltrecha democracia española. Un sacrificio humano, sin más, para que la extrema derecha pueda darse un festín, calmando sus instintos más primitivos, su odio cancerígeno y su ansia de canibalismo político.
Lo que vimos ayer en la Asamblea de Madrid y en la Eurocámara (el ajusticiamiento público y en prime time de Begoña Gómez y Teresa Ribera) supone un aviso a navegantes para todo progre de la izquierda woke. Ambas mujeres se han convertido, por diferentes motivos, en la metáfora perfecta de la cacería descarnada contra la gente de izquierdas. Todos, algún día, podemos ser Begoña Gómez; todos podemos ser Teresa Ribera. “Ningún otro candidato a formar parte de la Comisión Europea ha sido tratado con tanta falta de respeto”, se sorprendía ayer una eurodiputada verde alucinada con el tercer grado que Dolors Montserrat le había aplicado a la ministra española elegida por Von der Leyen.
Esa sensación de haber vivido algo diferente y aterrador en Madrid y en Bruselas la han tenido todos los demócratas de bien. La idea de que cualquiera de nosotros pueda ser sentado ante un tribunal inquisitorial, con bulos y mentiras, ha dejado de ser una simple conjetura del estado totalitario para convertirse en una terrorífica realidad. Nadie se encuentra a salvo de esa distopía o revival facha. Todos estamos expuestos a que nos organicen un lawfare en un jugzado falangista o una encerrona en cualquier parte, en un ayuntamiento gobernado por un torero o en una comunidad de vecinos ayusista, arruinándonos la carrera profesional y la vida para siempre. A fin de cuentas, a eso se dedican los comisarios políticos del nuevo franquismo posdemocrático enrolados en siniestras organizaciones como Manos Limpias y Hazte Oír: a sembrar el miedo en la sociedad, a tenernos amordazados con sus querellas fake de medio pelo, a amenazar al zurdo con la muerte civil.
Todo el sistema al completo, desde los tribunales hasta los medios de comunicación, está ya al servicio de una determinada causa o ideología política extremista. No hace falta decir que el espectáculo de decadencia democrática, el show denigrante para la raza humana que vivimos ayer en la Asamblea de Madrid y en Bruselas, ocurrió con el permiso de Feijóo, o más bien con su indiferencia impotente. Desde que Ayuso tomó el control del partido, él no pinta nada. Nos llevan a todos “p’alante”, como dice MAR.