Alberto Núñez Feijóo ha vuelto a subirse al púlpito con su sermón de regeneración moral, apuntando al Gobierno con el dedo tembloroso de la rectitud. Acusa al Ejecutivo de utilizar "prácticas mafiosas" y querer una España "anestesiada con escándalos". Todo muy teatral, muy vehemente, muy indignado. Lo curioso es que el líder del PP parece convencido de que nadie se va a dar cuenta del elefante en su sede: un partido que lleva décadas entrenando en las ligas mayores del escándalo político. ¿Cinismo? ¿Amnesia selectiva? ¿O simplemente Feijóo se ha comprado su propio cuento?
Con un tono mesiánico y una escenografía cuidadosamente populista —Parque Berlín, sol de Madrid, Ayuso al flanco derecho, Almeida al izquierdo—, Feijóo ha pintado al Gobierno como una suerte de organización criminal disfrazada de gabinete. "Prácticas mafiosas", repitió. "Cloacas", insistió. "Mentiras más grandes que la Catedral de la Almudena", clamó. Y todo porque cuatro ministros, según él, se hicieron eco de un bulo sobre un capitán de la UCO que supuestamente fantaseó con colocar una bomba lapa a Pedro Sánchez.
Lo pintoresco, por no decir grotesco, es que esta denuncia llega desde quien preside un partido que todavía no ha terminado de vaciar sus propios sótanos. Porque si hablamos de cloacas, de esas que huelen y manchan, ¿por dónde empezamos? ¿Por la Operación Kitchen, que implicaba a toda una brigada política paralela espiando ilegalmente a Bárcenas? ¿Por los sobresueldos en B del extesorero? ¿O tal vez por la relación simbiótica que durante años mantuvo el PP con determinados comisarios mediáticos y policiales que hoy están imputados, procesados o directamente condenados?
Feijóo se atrevió a afirmar, con una serenidad inquietante, que el Gobierno busca “una España anestesiada con escándalos”. Lo dijo sin titubear, como si no fuera precisamente su partido el que lleva décadas perfeccionando esa técnica de saturar a la opinión pública hasta que ya no distingue entre Gürtel y Lezo, entre Púnica y Taula. Una España que, sí, tal vez esté anestesiada, pero de tanto escándalo made in Génova.
"España está harta, pero no dormida", afirmó con voz solemne. Puede que tenga razón. Pero está harta de la desmemoria impune, del doble rasero y de ver cómo quienes ayer firmaban contratos públicos con mordidas, hoy dan lecciones de ética republicana envueltos en banderas.
Feijóo acusa al Gobierno de mentir y de insultar la inteligencia de los ciudadanos. Curioso juicio viniendo de quien lidera un partido que, cuando no niega, minimiza o justifica lo injustificable, como los tuits de cargos públicos deseando bombas a políticos rivales, o los "casos aislados" de corrupción sistémica. ¿Es esto lo que él llama "servir, no ocupar"? ¿O tal vez la “transformación” que promete pasa por limpiar lo ajeno sin barrer lo propio?
Y por si la hipérbole moral no bastara, el gallego sacó su repertorio de medidas estrella: recuperar el delito de sedición, endurecer penas por malversación, prohibir indultos por corrupción, despolitizar el Constitucional, acabar con los enchufes y reducir ministerios. Claro, porque si hay algo que define al Partido Popular es su lucha feroz contra el nepotismo, ¿verdad?
Todo esto sería un espectáculo tragicómico si no fuera por su peligrosidad. Porque lo verdaderamente preocupante no es lo que dice Feijóo, sino lo que omite. Su silencio sobre los fantasmas de su partido no es casual: es una estrategia. La estrategia de quien quiere hacer olvidar el pasado sin haber rendido cuentas, de quien acusa con vehemencia ajena mientras esquiva con elegancia culpabilidades propias.
No hay mayor audacia que presentarse como el salvador de un país hundido, en parte, por decisiones y estructuras levantadas por los tuyos. Feijóo insiste en que el PP es "la única alternativa" al "sanchismo". Y puede que, en términos electorales, tenga razón. Pero esa alternativa, mientras no limpie su casa, sigue oliendo a cerrado.
Cuanto más señala el barro ajeno, más se hunde en el suyo. Así que sí, España está harta, pero no es tonta. Y puede que algún día, mientras escucha estas arengas catárticas sobre mafia, cloacas y anestesia colectiva, se pregunte: ¿pero este señor se ha mirado en el espejo últimamente?
Y si la respuesta es que sí, entonces el reflejo miente tan bien como él.