El Gobierno sabía lo que iba a pasar. Nadie en su sano juicio puede entender que Carles Puigdemont se plantara en Barcelona, soltara un mitin y con las mismas se diera otra vez a la fuga con total impunidad. Decenas de agentes del CNI estaban detrás del tema (en la frontera y en Cataluña) y cientos de mossos de la Policía Autonómica Catalana se encontraban sobre aviso y con un plan perfectamente establecido para que el líder de Junts no pudiera acceder al Parlament con el fin de sabotear la sesión de investidura de Salvador Illa. Llama la atención, además, que el partido soberanista pudiera montar un escenario –desde el que CP pudiera dirigirse a sus correligionarios–, que no se construye en cinco minutos. Había, por tanto, un pacto mediante el cual el Gobierno permitía que Puigdemont consumara su corta performance en la calle, sin acceder al Parlament, al tiempo que el dirigente soberanista se comprometía a marcharse una vez terminara su farsa.
Solo si incluimos la variante del pacto entre Sánchez y Puigdemont puede entenderse que este último pudiera cruzar la frontera, dormir en Barcelona, pasearse libremente por la ciudad, dar un mitin de varios minutos, y con las mismas marcharse otra vez en dirección a Francia para ponerse a salvo de la policía española. La única explicación posible es que al dirigente secesionista se le dejó hacer a cambio de que no organizara ninguna revolución veraniega inoportuna. En esa línea, fuentes de los Mossos reconocieron ayer que no era el momento de detener al expresident cuando estaba en el escenario, ya que, en el instante del arresto, la gente que se manifestaba a su favor podría haber generado altercados y problemas de orden público. Y contribuye a esta hipótesis no solo que el Gobierno de Madrid esté guardando un expresivo silencio en todo este episodio (echándole el muerto a los Mossos) sino el hecho de que la policía catalana desplegara una espectacular operación jaula para localizar al fugado y la levantara en apenas hora y media. Es evidente que si había tanto interés en detenerlo, esa operación, más de cara a la galería que eficaz, todo hay que decirlo, se habría mantenido a lo largo del día, tal como ocurre cuando se trata de interceptar a delincuentes peligrosos o terroristas. Fue una operación jaula, sí, pero una jaula con muchas grietas y barrotes rotos para que el pájaro no quedara encerrado.
Moncloa buscaba rebajar tensiones, no crearlas, de modo que objetivo cumplido. Desde ese punto de vista, Sánchez quería evitar la imagen de Barcelona ardiendo en llamas, que perseguirá al PP durante años, y lo consiguió. Además, otro factor ha pesado en la estrategia de desinflamación. El acuerdo entre el PSOE y Junts a nivel nacional podría haberse roto en el caso de que el dirigente soberanista hubiese sido encarcelado. Otra razón más para que la policía no se empleara a fondo en la busca y captura.
Sin duda, que la movilización callejera se desinflara era el escenario que más convenía a los intereses del Gobierno de Sánchez. Y también ahí tuvo suerte el premier socialista. Apenas 3.000 personas se congregaron en la Ciutadella, a las puertas del Parlament, para mostrar su apoyo a su líder. Hay convocatorias del extinto Ciudadanos que tienen más asistentes. Así que desde primera hora de la mañana ya se vio que el campo de batalla se le ponía de cara, propicio, al presidente del Gobierno. No iba a haber una explosión de ira popular al estilo Tsunami Democràtic, y si el escenario se gestionaba con tacto y cabeza no llegaría la sangre al río. A fin de cuentas se buscaba que la jornada transcurriera sin incidentes graves y en la que lo verdaderamente importante fuese la investidura de Salvador Illa. Así fue. De ahí que el Ministerio del Interior delegara todo el operativo en los Mossos d’Esquadra, un cuerpo policial que no se esforzaría demasiado en la tarea de poner cerco al exhonorable president.
¿Quiere decir todo esto que la policía catalana y la nacional no saben dónde está Puigdemont? Todo apunta a que los agentes conocen cuál es su paradero y que, de momento, se ha optado por hacerle un seguimiento discreto. Es decir, encapsular el problema para evitar males mayores. Todos los que tenían algo que ganar ganaron ayer. Sánchez porque salvó el día más tenso en Cataluña desde el año 2017 sin apenas incidentes. Puigdemont porque podrá seguir en libertad un tiempo más. Y el socio preferente, Esquerra Republicana (de la que hoy por hoy dependen los Mossos de la Generalitat, no lo olvidemos), porque no sale mal parada del todo tras su acuerdo de investidura con el PSC que garantiza el traspaso del concierto económico o cupo a Cataluña. Qué diferencia entre aquellas imágenes de los antidisturbios cargando contra los manifestantes, captadas durante las horas más críticas del 1-O, y la instantánea de ayer, donde apenas hubo incidentes destacados y todo fue una balsa de aceite. Para terminar de ponerle la guinda a un pastel que salió a pedir de boca, un mosso de baja fue detenido a media mañana por ayudar a escapar a Puigdemont prestándole un coche, el famoso Honda blanco. Se habla de una persecución trepidante, una persecución de la que extrañamente no hay ni una sola imagen, lo que nos lleva a pensar que ese agente hará las veces de cabeza de turco tras pagar un alto precio por una farsa que seguramente se tramó en los más altos despachos del poder.