Pablo, al ultra se le combate con democracia, no con la violencia

El exvicepresidente del Gobierno entra en el cuerpo a cuerpo con el agitador ultraderechista que consiguió lo que buscaba: la foto del demócrata desquiciado que capta votos

09 de Abril de 2025
Actualizado a la 13:35h
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Pablo Iglesias arroja al suelo el micrófono de Vito Quiles.
Pablo Iglesias arroja al suelo el micrófono de Vito Quiles.

El encontronazo entre el exlíder de Podemos y exvicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, con el ultra Vito Quiles, supuesto reportero de EDATV (en realidad es un provocador, no tiene ni un pelo de periodista) reabre el debate sobre la forma de enfrentarse a toda esta gente que ha llegado para reventar el sistema democrático desde dentro. Iglesias cogió el micrófono de Quiles y lo tiró al suelo después de que el presunto enviado especial de la extrema derecha le preguntara por supuestas denuncias de acoso laboral. Lo idóneo hubiese sido darle un capotazo al morlaco con la capa de la ironía, desmontar su embestida en forma de acusación (si era posible) y devolverlo a los toriles.

El tenso encontronazo tuvo lugar a las puertas de la taberna Garibaldi, donde Iglesias presentaba su libro Enemigos íntimos. “Creo que los fascistas sobráis aquí, que eres un provocador, Vito, y que no deberías estar. Y que gente como tú es basura y ojalá te echen de actos como estos porque das asco”, le dijo, mientras algunos de los asistentes a la presentación del libro gritaban desde la calle “fuera fascistas de Madrid”.

Parece mentira que alguien de la experiencia de Iglesias siga cayendo en las provocaciones de los extremistas. La forma de combatirlos no es la violencia, ya que eso no hace más que rebajar al demócrata, colocarlo al mismo nivel, bajarlo al barro, que es donde quieren llegar los ultras. El fascista no dialoga, practica la guerra, la dialéctica y la otra. No podemos volver a los tiempos de Durruti, cuando dijo aquello de que “al fascismo no se le discute, se le destruye”, porque estaríamos cayendo en los mismos errores del pasado. Nostalgia comunista, que es tan contraproducente y perjudicial como la franquista. Estamos en el siglo XXI y ante novedosas formas de totalitarismo que exigen nuevas armas de enfrentarse a ellas. En plena ofensiva trumpista (un extraño engendro de la decadencia de la globalización) tenemos que combatir el fenómeno con inteligencia, con paciencia y con sosiego. Sobre todo, con mucho temple. Cogerle el micrófono a un ultra y pisotearlo solo dará argumentos a Vox y a Abascal, que presentará a Iglesias como un bolchevique agresivo y tóxico para la sociedad. No hay que concederles esa ventaja. La democracia, con las herramientas del Estado de derecho, terminará doblegando a este monstruo que pretende blanquear al nazismo. Lo hizo con la banda terrorista ETA, que era mucho más destructiva y letal, y lo hará con los trumpistas de nuevo cuño. Pero entretanto, nada de alimentar al trol. La escena de marras con Iglesias fuera de sí va a dar la vuelta al mundo. Y reportará votos a los ultras. Ha sido un grave error e Iglesias lo sabe.

Gestos de violencia solo contribuirán a enrarecer aún más el ambiente. A la serpiente se la combate indagando en las causas que la han alimentado, entre ellas, sin duda, el fracaso de una izquierda que, renunciando a la lucha de clases, se ha abrazado a otros movimientos que no han conectado con la sociedad. El feminismo, el ecologismo, el veganismo, el mundo queer y otras corrientes de la nueva izquierda posmoderna están muy bien como formas de enriquecer el proyecto, pero no deberían empañar el objetivo principal: la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, que para eso se inventó el socialismo. Por desgracia, esa mutación o alteración de valores se ha permitido demasiado tiempo, quizá por ceguera política, quizá por ingenuidad o pura moda. Porque se pensó que el mensaje cuqui atraparía a las nuevas generaciones. Y lo estamos pagando caro en forma de movimientos populistas de extrema derecha que se han apoderado de la bandera de la lucha obrera. No hay más que ver dónde triunfan los ultras: en los barrios marginales, en los cinturones del extrarradio de las grandes ciudades. En todo esto debería reflexionar Pablo Iglesias, dejándose de entrar en rifirrafes con payasos, clowns, marionetas o indocumentados enviados por las altas esferas para sacarlo de sus casillas o tirarle de la lengua.

En 1947, Albert Camus y Thomas Mann comprendieron algo que aún hoy nos cuesta admitir: la guerra había terminado, pero el fascismo no había sido vencido. Aunque tardara algunas décadas, volvería. No es fácil combatir el totalitarismo. Para empezar, necesitaríamos más medios de comunicación serios y rigurosos capaces de trasladar información veraz y contrastada al ciudadano. Información para desmontar los bulos. Y, por desgracia, cada vez son menos los periódicos de prestigio. El filósofo Rob Riemen, en su libro Para combatir esta era, destaca que la educación, la cultura y la filosofía son herramientas clave para resistir el fascismo. Propone fomentar individuos libres y responsables capaces de enfrentarse a ideologías basadas en el odio y el resentimiento. O sea, más colegio público de calidad y más cultura. Son caminos de largo recorrido, pero no hay otra forma. Lo que se ha hecho mal, lo que hemos hecho mal durante lustros, no se puede solucionar en un día.

Umberto Eco, en su ensayo sobre el Ur-Fascismo, subraya la importancia de identificar y resistir las características del fascismo eterno, como el culto a la tradición, el rechazo al modernismo y la explotación del miedo. Desde el materialismo filosófico, se analiza el fascismo como un fenómeno histórico y se propone una crítica profunda a las ideologías que lo sustentan, destacando la necesidad de un análisis riguroso y contextualizado. Otros pensadores sugieren que el fascismo se alimenta de la ignorancia y los prejuicios, por lo que combatirlo requiere promover el pensamiento crítico y la empatía en la sociedad. Y algunos análisis políticos proponen repensar el Estado para reducir la influencia de los lobbies económicos y financieros, y devolver el control a la ciudadanía. Esto incluye construir sistemas económicos y políticos más inclusivos y democráticos. Desde una perspectiva más activista, se sugiere la movilización social y la creación de alianzas amplias para enfrentar el auge de la extrema derecha, como se detalla en estrategias antifascistas. Hay mucho por hacer. Llamar facha al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, no evitará que el monstruo siga creciendo por la deserción de una izquierda que, por lo que sea, está fracasando en toda Europa.

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