Sigue dando que hablar el manotazo, bofetón o sopapo que Brigitte Macron, primera dama de Francia, obsequió a su esposo poco antes de bajar de un avión para visitar Vietnam. La pareja presidencial se disponía a asomarse a la escalinata de la aeronave cuando las cámaras de televisión captaron ese momento para la historia: el presidente francés de perfil y una mano misteriosa estampándose súbitamente contra el rostro estupefacto del premier. Chas. ¿Qué fue eso? ¿Una pelea conyugal que terminó mal? ¿Un accidente producto del mareo (en este caso más que un jet lag sería un jeta lag en toda regla)? ¿O será cierta la versión oficial difundida por el Gobierno francés que explica la escena como una broma cómplice y normal en una pareja de enamorados? Cualquier explicación sería plausible. En todo caso, nos encontramos ante un asunto apasionante que ya es trending topic mundial.
Desde Dumas y Balzac, Francia es un gran folletín mayormente sentimental, o sea más romance que política (no olvidemos que galán proviene del francés galant). Esto de la pareja del Elíseo no deja de ser la última frivolité parisina de un tiempo y una época llamada a su extinción ante otro manotazo mucho más duro y violento: el del fascismo posmoderno. “Se han dicho muchas estupideces. Mi esposa y yo estábamos bromeando, como solemos hacer”, dice el presidente francés saliendo al paso de la polémica.
No es la primera vez que Macron se ve envuelto en rumores y conspiranoias sobre su vida privada. Durante un viaje a Ucrania para verse con el canciller alemán Merz y el primer ministro británico Starmer en un tren nocturno, una extraña bolsa blanca sobre una mesa agitó las especulaciones de los ultras, que lo acusaron de cocainómano (Putin se encargó de amplificar el fake). Macron despachó el asunto asegurando que se trataba de un pañuelo que se guardaba en el bolsillo antes de la entrevista a tres bandas. Y hasta ahí. Pero el caso es que este tipo de pilladas o farsas, propias del inspector Clouseau, solo le pasan a él.
Ahora el premier vuelve a ser el centro de una nueva polémica viral, esta vez a cuenta de un episodio propio de los juegos prohibidos del marqués de Sade. El ser humano es morboso por naturaleza. Y no hay nada que enganche más que el culebrón de un matrimonio aireando sus trapos sucios o, quizá, quién sabe, sus aficiones amorosas. Millones de usuarios lo dejan todo para lanzarse a las hipótesis más descabelladas sobre el truculento episodio. El tema interesa más que el hambre de los niños de Gaza, que los misiles de Moscú sobre Kiev y que la última bobada arancelaria de Trump. A ese nivel ha llegado la civilización occidental como consecuencia de la frívola posmodernidad que nos han impuesto las élites mundiales. Hace tiempo que venimos manteniendo en esta misma columna, como alerta roja que nadie escucha, que el siglo XXI está viviendo una evolución desde la cultura de la globalización hacia la cultura de la bobalización. Triunfan los retos virales (gente tirándose por puentes, bebiendo veneno o estrangulándose con sus propias manos), mientras que la política empalaga, carga y hastía profundamente al personal. La degradación de la democracia como espectáculo tiene mucho que ver con el aburrimiento de las sociedades opulentas y con un intento de escapismo hacia nuevas realidades paralelas. En ese contexto de decadencia, el político en horas bajas es capaz de todo para atraer la atención del votante desafecto, incluso meterse en el papel de showman o clown, que ahí radica el éxito rotundo y total del nuevo Tío Gilito de la Casa Blanca.
No nos extrañaría nada, por tanto, que todo este sainete de los Macron (que recuerda mucho a Los Roper, aquella entrañable serie de nuestra infancia en la que George y Mildred andaban todo el rato a la gresca y tirándose puyas) hubiese sido preparado o guionizado por la propia parejita del Palacio del Elíseo para que se hable de ellos, ahora que Francia empieza a pintar más bien poco en la esfera internacional. El país de la liberté, la egalité y la fraternité, antaño primera potencia hegemónica económica y militar europea, ni siquiera es capaz de frenar un horroroso genocidio como el que está sufriendo el pueblo palestino. Los índices de popularidad del presidente francés caen hasta niveles subterráneos, los diferentes gremios se echan a la calle para protestar contra la pérdida de poder adquisitivo como preludio a una huelga general y la posfascista Marine Le Pen prepara vestido de gala para tomar posesión como presidenta de la V República. La cosa está tan mal que prestigiosos analistas y politólogos como Sami Nair creen que el país está abocado a unas elecciones anticipadas a corto plazo.
En ese escenario diabólico de decadencia de la democracia liberal (y por ende de decadencia de la Unión Europea), los Macron quedan como la pareja perfecta de aquellos típicos vodeviles franceses de los felices años veinte, cuando el Estado de derecho se hundía sin remedio y emergía el nazismo. La gente reía con el cabaret mientras las botas hitlerianas avanzaban por Europa. El manotazo de Brigitte a Emmanuel, la maestra y el alumno aprendiz, es pura Nouvelle Vague. Truffaut hizo historia con Los cuatrocientos golpes; a la esposa del dirigente le ha bastado con uno. Se han marcado un forzado dúo Pimpinela a la francesa para subir audiencias, mejorar índices de popularidad y vender futuras exclusivas. No tardará en llegar el libro autobiográfico sobre las intimidades de la pareja. Triste final para la democracia. Au revoir.