La figura de Miguel Hernández, símbolo de la lucha republicana y víctima de las brutales condiciones de las cárceles franquistas, vuelve a estar en el centro del debate político. En los últimos meses, las críticas desde sectores conservadores a quienes califican su muerte como un asesinato han desatado una tormenta mediática, dejando al descubierto un intento sistemático de reescribir la historia.
El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, se refirió recientemente a la muerte del poeta oriolano como un "asesinato político". Las palabras no tardaron en ser atacadas por la prensa de derechas, que tildó la declaración de "bulo" y acusó al ministro de ignorante o manipulador. Según estos medios, Hernández murió de tuberculosis, “una enfermedad natural” que nada tuvo que ver con la dictadura. Sin embargo, detrás de esta narrativa se oculta una peligrosa estrategia para blanquear los horrores del franquismo.
Miguel Hernández fue encarcelado por sus ideas en las cárceles franquistas durante años.
— Ernest Urtasun (@ernesturtasun) December 11, 2024
Fue allí donde contrajo la tuberculosis que le mató. Y sí, encerrar a alguien en condiciones infrahumanas hasta matarlo es asesinato. https://t.co/UdldAfKDh6
El contexto que la derecha ignora
Miguel Hernández fue condenado en 1940 a pena de muerte por el régimen franquista, acusación que posteriormente fue conmutada por cadena perpetua. Su único delito: haber sido un poeta comprometido con la causa republicana. Durante los dos años que pasó en prisión, padeció hambre, hacinamiento, enfermedades y una ausencia total de atención médica.
Reducir su muerte a un caso de "mala suerte" o "desgracia natural" oculta el papel activo que jugó el régimen en crear las condiciones que lo llevaron a su fatal desenlace. Como han documentado historiadores y estudios científicos, las cárceles franquistas eran centros de exterminio encubierto, donde el hambre, las enfermedades y la violencia acababan con miles de presos políticos.
En el caso del penal de Valdenoceda, un estudio reciente demostró que los reclusos tenían hasta cuatro veces más probabilidades de morir de tuberculosis que las personas en libertad. Este patrón se repitió en todas las cárceles de la España de posguerra, donde las muertes por enfermedades infecciosas, desnutrición y torturas no fueron accidentes, sino consecuencias premeditadas de un sistema diseñado para aniquilar a los disidentes.
Alevosía y ensañamiento: el asesinato político según la RAE
La Real Academia Española define el asesinato como "matar con alevosía, ensañamiento o por recompensa". En el caso de Miguel Hernández, todos estos elementos están presentes:
- Alevosía: el régimen franquista sabía que sus cárceles eran letales.
- Ensañamiento: las condiciones de hacinamiento, hambre y falta de atención médica agravaron su calvario.
- Intención política: su muerte, al igual que la de otros miles de presos republicanos, no fue casualidad, sino parte de una maquinaria de represión y exterminio.
El franquismo no solo se limitó a encarcelar a Hernández; también intentó borrar su legado. Las cárceles franquistas no eran meras instituciones penitenciarias, sino herramientas de terror destinadas a castigar a los vencidos y silenciar cualquier disidencia.
La manipulación histórica como estrategia política
La prensa de derechas, al negar estas evidencias, no solo busca exonerar al franquismo de sus crímenes, sino que también utiliza la figura de Miguel Hernández como un arma en la batalla cultural actual. Este revisionismo histórico no consiste únicamente en negar los hechos, sino en tergiversarlos: omitir el contexto de la represión sistemática y presentar las muertes de miles de personas como eventos inevitables de la posguerra.
La narrativa que reduce la muerte de Hernández a una tuberculosis "natural" es un ejemplo de cómo se utiliza el silencio para manipular la memoria histórica. Una placa colocada en la antigua cárcel de Torrijos en 1985, que recuerda al poeta por componer allí las "Nanas de la cebolla", omite deliberadamente el motivo de su encarcelamiento, las condiciones inhumanas que padeció y la represión que sufría. Este silencio es complicidad.
Las cárceles franquistas: un sistema de exterminio encubierto
Según datos oficiales de la posguerra, más de 100.000 personas fueron encarceladas en condiciones inhumanas en toda España. En Madrid, prisiones como Porlier, Ventas, Yeserías y Santa Engracia superaban su capacidad al triple, con presos obligados a dormir en turnos, sin alimentos suficientes ni acceso a mantas en invierno.
El testimonio de antiguos reclusos y las investigaciones históricas coinciden en que las muertes por desnutrición, infecciones y palizas eran el pan de cada día. Los consejos de guerra sumarísimos, como el que condenó a Hernández, procesaban a cientos de personas en pocas horas, sin posibilidad de defensa real.
Miguel Hernández fue un poeta del pueblo y para el pueblo cuyos versos son parte de la cultura común que conforma la identidad de nuestro país.
— Ernest Urtasun (@ernesturtasun) December 10, 2024
Después de la anulación de su juicio por parte del Gobierno, hoy rendimos homenaje a quien fue asesinado por transmitir sus ideas. pic.twitter.com/P56L7ruwWQ
Para el régimen, estas muertes no eran inconvenientes, sino parte del sistema. Los presos no morían; los mataban. Como señaló el sociólogo Pierre Bourdieu al hablar de los campos nazis: morir por falta de comida o atención médica no es menos asesinato que morir en un paredón.
La batalla por la memoria histórica
La polémica en torno a Miguel Hernández no es un caso aislado. Refleja una lucha más amplia por el relato de lo que fue la dictadura franquista. Mientras sectores progresistas buscan justicia y reparación, la derecha se aferra a un relato blanqueador que justifica las atrocidades del régimen.
El reciente fallo del Tribunal Supremo, que rechazó el derecho al olvido del secretario judicial que firmó la pena de muerte de Hernández, es un paso importante en esta lucha. Al primar el interés público sobre el derecho a la privacidad, el tribunal ha dejado claro que la historia no puede ser enterrada ni silenciada.
Recordar para no repetir
Miguel Hernández murió a los 31 años, pero su legado como poeta y símbolo de resistencia sigue vivo. Su vida y su muerte no deben reducirse a un episodio anecdótico ni ser manipuladas con fines políticos.
Es necesario recordar que las condiciones que llevaron a su muerte no fueron inevitables, sino producto de un sistema represivo que no dudó en exterminar a quienes pensaban diferente. Frente a los intentos de reescribir la historia, es imprescindible mantener viva la memoria de quienes, como Hernández, dieron su vida por defender la libertad y la justicia.
El pasado no se puede cambiar, pero sí se puede aprender de él. El silencio y la manipulación no pueden ser las armas con las que se sigan justificando las atrocidades de un régimen que nunca debe volver.