El mundo al revés de MAR: el chorizo a los altares y el fiscal en la picota

El montajista Miguel Ángel Rodríguez consigue convertir un caso gravísimo de fraude al fisco en un asunto de revelación de datos para acabar con el fiscal general del Estado

17 de Octubre de 2024
Actualizado el 18 de octubre
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La trampa MAR Miguel Ángel Rodríguez y Ayuso en una imagen de archivo.
Miguel Ángel Rodríguez y Ayuso en una imagen de archivo.

La Justicia ve solo por el ojo derecho. Esa es la sensación que queda después del auto del Tribunal Supremo que pide investigar al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, por el extraño asunto de las filtraciones en el caso de Alberto González Amador, el novio de la señora Ayuso confeso de dos delitos fiscales. ¿Estamos, una vez más, ante un caso de lawfare o guerra sucia judicial? Todo apunta a que sí. Resulta inaudito comprobar cómo un asunto que va sobre un tipo que se ha pasado los impuestos de Hacienda por el forro de sus caprichos (como todo buen ácrata derechista) termina convirtiéndose en una causa general contra el fiscal que lo investigó, contra el sistema judicial, contra el propio Gobierno. El mundo al revés; el villano chorizo convertido en héroe y el cazador cazado; el bulo distópico elevado a la categoría de arte por obra de Miguel Ángel Rodríguez, el gurú o spin doctor de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Alehop.

Llama la atención cómo el jefe de gabinete de la lideresa maneja información confidencial, privilegiada, de primera mano y en exclusiva, sobre los grandes casos que se llevan en este país. MAR, cuando tuiteó aquello de que García Ortiz iba a recibir un kinder sorpresa del Supremo, sabía, con un cien por cien de fiabilidad, que el alto tribunal iba a atravesar el Rubicón para imputar a un fiscal general del Estado por primera vez en la historia de nuestra democracia. “Mañana toca el fiscal ese del Sanchismo. Vais todos pa’lante”, sentenció en su cuenta de la red social X. Solo se equivocó de fecha: no fue el martes, sino el miércoles. Antes, ya venía avisando de que sabía más que cualquier otro español. “Hasta donde sé, a esta hora: Begoña va pa’lante; el hermano va pa’lante; Koldo va pa’lante; el fiscal general del Estado va pa’lante; y Ábalos va muy pa’lante... Sánchez está terminado”. Ningún juez Peinado investigará esas presuntas filtraciones.

MAR es el hombre que sabía demasiado, como en aquella vieja película de Hitchcock. Es más, es el hombre que lo sabe todo. El ideólogo que mueve los oscuros hilos del montajismo trumpista en este país debe tener línea directa con las altas esferas jurídicas, con el cerebro central del lawfare, sea quien sea, porque si no, no se entiende que afine tanto con sus primicias o scoops. Impresiona su talento para el mal, (de MAR a mal solo hay una letra); sobrecoge la habilidad del personaje no solo para poner la oreja donde hay que ponerla, sino para crear mundos paralelos (o para lelos) que terminan funcionando. MAR ve a un muchacho como el novio de Ayuso, noqueado y hundido por sus problemillas con Hacienda, lo coge por la pechera, lo levanta del barro, le sacude la mugre y el polvo, le echa un vaso de agua en la cara como a un boxeador sonado, lo adecenta un poco, levantándole la moral, y lo exhibe otra vez guapo, fresco y aseado ante la opinión pública, como a un inocente ciudadano destrozado por la apisonadora letal del fiscal general del Estado. Si MAR es capaz de convertir a una sencilla community manager en la nueva Margaret Thatcher del facherío madrileño, también puede transformar a un evasor fiscal de tomo y lomo en un buen chico, en un honrado contribuyente que no ha hecho daño a nadie. Tan fascinante como aterrador.

Esa ha sido la última genialidad del experto en técnicas de masa goebelsianas, del especialista en aquella máxima de que basta con repetir una mentira mil veces para acabar convirtiéndola en verdad. Y lo ha hecho visto y no visto, sin que la opinión pública acierte a percibir el cambiazo. Nada más saberse que el novio de Ayuso había caído en manos de los inspectores de Hacienda, MAR se puso manos a la obra para fabricar el gran bulo: que la Fiscalía había propuesto un pacto al defraudador para evitar la cárcel. El Ministerio Público se vio obligado a emitir una nota de prensa aclaratoria (el acuerdo de conformidad lo ofrece la defensa, no la Fiscalía) y en esa red bien tejida por MAR ha terminado cayendo García Ortiz, a quien el entorno de Ayuso acusa ahora de difundir una serie de correos electrónicos confidenciales sobre su pareja.  

En su reciente auto, el Supremo considera que la publicación de la nota de prensa, así como su contenido, no conlleva la comisión de ningún delito, pues “no hay información indebidamente revelada, ante el conocimiento público de los hechos”. No obstante, sí que observa que “horas antes de la nota de prensa”, los correos entre el fiscal asignado al caso y el abogado de Amador “fueron revelados, estando los mismos en poder del fiscal general del Estado y de la fiscal jefa provincial”. Ni Maquiavelo hubiese urdido semejante bochinche.

Lo que queda hoy tras la fabulosa ceremonia del ruido es una tremenda campaña difamatoria puesta en marcha por el Partido Popular, que ha salido al rescate del soldado Ryan, en este caso el pobrecito soldado Amador, una víctima a la que el jefe de la Fiscalía le ha espiado los mails y hasta los calzoncillos, si cabe. Ya nadie se acuerda de los 350.000 euros de vellón que le robó a todos los españoles, ya nadie se acuerda del escandalazo de los dos fraudes tributarios, una menudencia, una bagatela al lado de las maniobras del siniestro inquisidor Ortiz, a quien por momentos, y con la debida campaña de MAR en los medios afines de la caverna, se le está poniendo una cara de Darth Vader que tira para atrás. Después de esto, qué más le podemos decir al jefe de los fiscales. Que no dimita, que se quede, que aguante lo que le echen, aunque solo sea por tocarle las narices a esta formidable y prodigiosa maquinaria de arruinar vidas ajenas en que se ha convertido la macartista derechona española.

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