La deslealtad política no compra estabilidad, acelera la caída

Traicionar principios para sostener el control es el primer paso hacia la pérdida total del poder

28 de Abril de 2025
Actualizado el 29 de abril
Guardar
La deslealtad política no compra estabilidad, acelera la caída

En política orgánica, no todo error es un simple desliz: algunos son actos de autodestrucción en cámara lenta. Pactar con quienes representan lo que se combatía no fortalece el poder, lo socava. La deslealtad no construye estabilidad: dinamita las bases de confianza, envenena las estructuras y deja a los dirigentes atrapados en un derrumbe inevitable. La verdadera autoridad no nace del control forzado, sino de la coherencia y la lealtad ganadas día a día.

En política interna, en esa política de organización y militancia, hay errores que no son simples equivocaciones: son actos de autodestrucción. Y uno de los más graves —demasiado frecuente entre quienes ostentan el mando en plaza— es pactar con aquellos que representan exactamente lo que uno decía combatir. Se pacta con el demonio no para construir, no para crecer, sino para sostener artificialmente el control de un territorio que, en el mismo acto de traición, empieza a resquebrajarse.

Todo suele empezar con una justificación: la necesidad de "tener la situación bajo control", de "no abrir un frente interno", de "conservar posiciones". Desde ahí, se abren rendijas por las que se cuela todo lo que, en teoría, se quería evitar: la descomposición, la falta de confianza, el debilitamiento de la estructura.

El mecanismo siempre es el mismo. Un dirigente, con poder real en un ámbito concreto, ante una amenaza interna o una disputa orgánica, elige el atajo. Prefiere cerrar acuerdos con sectores, personas que están en las antípodas de los principios que decía defender.

Cree —ingenuamente o por soberbia— que podrá manejar a quienes deja entrar en su casa. Se convence de que podrá seguir liderando, aunque el precio sea entregar coherencia y traicionar a sus propios compañeros.

Pero pactar con el demonio nunca sale gratis. La primera traición es la que recibe de esos nuevos "aliados", que jamás fueron leales, que solo usaron el acuerdo como vía de acceso a más poder interno.
La segunda —la más dolorosa— es la traición hacia los compañeros de verdad: aquellos que pusieron el cuerpo en las asambleas, que militaron las decisiones más difíciles, que apostaron sin pedir nada a cambio. Esos compañeros, cuando ven los pactos contra natura, no necesitan explicaciones: entienden que les han soltado la mano.

La política orgánica se sostiene sobre una materia prima frágil y valiosa: la confianza. Cuando se rompe, no hay estructura que aguante. Se puede sostener durante un tiempo el cascarón, la apariencia de control, pero por dentro todo se ha podrido ya.

El error de fondo es evidente: no pensar a largo plazo. No poner "luces largas".
Creer que con tener un territorio "cerrado" hoy, todo está resuelto. Pero en política orgánica no se trata de controlar estructuras como quien amarra muebles en un vendaval; se trata de construir autoridad real, basada en la confianza, en la coherencia y en el respeto ganado día a día.

Pactar para sobrevivir un tiempo es, casi siempre, empezar a morir lentamente. Porque el verdadero poder en una organización no se mide en listas, ni en despachos, ni en territorios. Se mide en la lealtad que inspiras. Y nadie sigue lealmente a quien traiciona para salvarse a sí mismo.

Al final, quien pacta con el demonio no sólo pierde la guerra orgánica: pierde su lugar, su historia y el respeto de aquellos que de verdad importaban. Todo por no haber sabido esperar, resistir y construir en vez de claudicar.

La política interna no perdona la cobardía ni la traición. Y, cuando llega el ajuste de cuentas, no hay territorio controlado que valga. Porque en política orgánica, quien sacrifica principios por un poco de poder circunstancial, no solo se traiciona a sí mismo: dinamita todo lo que decía representar.

Puede que aguante un tiempo en el cargo, puede que conserve las formas durante un tiempo más. Pero su destino está sellado: acabará solo, sin compañeros, sin estructura real, sin historia que defender. Será apenas un nombre olvidado en alguna vieja lista, recordado no por lo que construyó, sino por cómo lo echó todo a perder.

 


 

Lo + leído