La división del feminismo, la terrible consecuencia de aplicar políticas que son contrarias a la igualdad

Hoy, 8 de marzo, se volverá a mostrar la división de las mujeres en su lucha por la igualdad, un hecho que ha provocado la pérdida de fuerza del movimiento feminista

08 de Marzo de 2025
Actualizado el 09 de marzo
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Manifestación por el Día de la Mujer en Madrid | Foto: Agustín Millán

El feminismo, en su búsqueda de la igualdad real entre hombres y mujeres de género, ha transitado por diversas etapas y corrientes (desde el feminismo liberal hasta las posturas más radicales) cada una abordando la opresión desde ángulos distintos. Eso sí, siempre utilizando la legítima discrepancia como herramienta de fortalecimiento. Por su parte, el pensamiento queer surgió en respuesta a las normas heteronormativas, abriendo el camino a la crítica de las categorías fijas de identidad sexual y de género.

Sin embargo, en la intersección de estas dos corrientes han surgido tensiones que han derivado en una guerra que ha dividido a las mujeres en dos bandos irreconciliables, sobre todo porque el movimiento queer nace con una base ideológica cimentada en la misoginia.

Uno de los focos de tensión ha sido la inclusión y representación de las personas trans dentro del feminismo. El feminismo real sostiene, con razón, que la lucha de las mujeres debe centrarse en las experiencias compartidas de opresión basadas en el sexo asignado al nacer, mientras las queer se focalizan en una argumentación utópica que afirma que el género es una construcción mucho más fluida y que la experiencia trans enriquece la comprensión de la identidad de género.

Esta divergencia ha llevado a una verdadera guerra, donde se pone en cuestión la definición misma de lo que significa ser mujer y, en consecuencia, quién puede ser parte legítima de ciertos debates feministas. Los enfrentamientos se han visto reflejados en conferencias, publicaciones y, en ocasiones, en declaraciones públicas que polarizan a distintos grupos dentro del activismo. Incluso, se llegaron a perpetrar amenazas de muerte a feministas por oponerse a las leyes queer. 

Otro punto conflictivo es la estrategia y el lenguaje empleado para abordar las desigualdades. Mientras el feminismo real defiende un discurso que centra la atención en las estructuras patriarcales históricas, los queer plantean la necesidad de desmantelar cualquier categoría fija que pueda limitar la diversidad de identidades. Este choque metodológico ha generado interrogantes sobre la eficacia de las reivindicaciones de cada movimiento y sobre el riesgo de fragmentar la lucha contra diversas formas de opresión. Por tanto, la entrada de los grupos queer ha debilitado al feminismo y lo ha transformado en un movimiento que, ahora mismo, genera rechazo, algo que contrasta con la situación previa a la entrada de Irene Montero en el gobierno.

Más allá de la guerra entre los dos movimientos, la realidad es mucho más compleja. La polarización que se observa responde a la amplificación de las voces más radicales, dejando en un segundo plano las propuestas de diálogo y de trabajo conjunto que existen en diversos ámbitos.

Por otro lado, es evidente que la división es una estrategia política del movimiento queer para obtener una visibilidad que jamás han tenido, salvo en determinados foros muy minoritarios.

El movimiento queer ha fortalecido a la extrema derecha

Es un hecho que en los últimos años se está produciendo un resurgimiento de la extrema derecha, fenómeno que se ha convertido en un desafío para los movimientos sociales que abogan por la igualdad y la justicia, entre ellos el feminismo.

El feminismo, en sus múltiples olas y variantes, ha impulsado cambios significativos en la búsqueda de la igualdad de género. Desde el derecho al voto hasta la lucha contra la violencia de género, el movimiento feminista ha conquistado avances fundamentales en derechos y visibilización social. Sin embargo, estos logros siempre han sido objeto de crítica y rechazo por sectores de extrema derecha, que perciben en la agenda feminista una amenaza a un orden tradicional basado en valores históricos, familiares y de género.

Los ultras, por su parte, han aprovechado contextos de crisis económica, migratoria y cultural para promover discursos que apelan a la nostalgia de un pasado idealizado y a la exclusión de aquellos que consideran «diferentes». En este sentido, la retórica antifeminista se integra en un marco mayor de resistencia a los cambios sociales, presentando al feminismo como una fuerza desestabilizadora que cuestiona estructuras consideradas sagradas y tradicionales.

El problema es que el mensaje está calando y conquistas que el feminismo real había logrado durante décadas, se están desmoronando por culpa de la estrategia de incluir los postulados queer dentro del ámbito del feminismo cuando, en realidad, no tiene nada que ver.  

Uno de los instrumentos clave de la extrema derecha es la manipulación del discurso a través de la deslegitimación de las luchas feministas. Se utilizan narrativas que equiparan las demandas de igualdad con un supuesto «ataque a la familia» o con la promoción de una agenda «ideológica» que corroe los valores nacionales. Mediante campañas mediáticas y el uso intensivo de redes sociales, estos grupos han conseguido construir un imaginario colectivo en el que el feminismo se vincula a lo negativo, generando rechazo y polarización.

Esta estrategia retórica se fundamenta en el miedo: miedo a lo desconocido, al cambio y a la pérdida de una identidad que, en opinión de los sectores ultras, se encuentra en peligro. La desinformación, la asimilación de los postulados queer con el feminismo y la simplificación de conceptos complejos permiten que ciertos discursos antifeministas ganen tracción, debilitando el impacto de las propuestas por la igualdad de género y enturbiando el debate público.

Frente a esta embestida ideológica, el feminismo ha desarrollado múltiples estrategias de resistencia y diálogo. Activistas, intelectuales y organizaciones han optado por fortalecer el tejido social mediante la educación, la protesta pacífica y la incidencia política.

Además, la visibilidad mediática y el uso estratégico de las plataformas digitales han sido esenciales para contrarrestar la narrativa de la extrema derecha. Iniciativas que promueven historias de empoderamiento, testimonios de víctimas de violencia de género y análisis críticos han contribuido a desmitificar la imagen distorsionada del feminismo, evidenciando la importancia de avanzar hacia sociedades más justas e inclusivas. Sin embargo, la extrema derecha está ganando esa lucha.

La lucha entre el feminismo y la extrema derecha no puede reducirse a una guerra de discursos sin más. Se trata de un reflejo de las tensiones profundas que atraviesan la sociedad en la transición hacia modelos políticos y culturales que reconozcan la diversidad y promuevan la equidad.

El feminismo real, no las arribistas defensoras de teorías misóginas como es la queer, son conscientes de que el desafío consiste en no permitir que la retórica del miedo y la polarización eclipse las necesidades reales de quienes han sido históricamente marginados. Fortalecer las redes de solidaridad y fomentar espacios de debate en los que converjan distintas perspectivas puede ser la clave para superar la confrontación y avanzar hacia una sociedad en la que el feminismo no sea visto como un enemigo, sino como un aliado indispensable en la búsqueda de justicia social. Pero eso sólo se logrará cuando el feminismo vuelva a estar unido y deje claro quienes se presentan como feministas pero sólo buscan la destrucción desde dentro del movimiento.

El feminismo, como movimiento social y político, ha sido históricamente un motor de transformación, impulsando avances significativos en derechos y visibilización de las desigualdades de género. Sin embargo, la diversidad inherente a sus múltiples corrientes y enfoques también ha generado divisiones internas. Si bien el debate y la pluralidad de perspectivas pueden enriquecer el discurso, la excesiva fragmentación puede acarrear consecuencias negativas que debilitan la eficacia y la credibilidad de la lucha feminista.

Uno de los efectos más visibles de la división interna es la fragmentación del mensaje. En un contexto en el que la comunicación es fundamental para movilizar apoyos y generar cambios legislativos, la dispersión de voces y la multiplicidad de narrativas pueden diluir el mensaje central de la lucha por la igualdad de género.

Cuando el discurso feminista se presenta de forma dispersa, se corre el riesgo de confundir a la ciudadanía y de perder la fuerza persuasiva ante sectores conservadores o reaccionarios que, a su vez, explotan estas discrepancias para cuestionar la legitimidad y la coherencia del movimiento. En lugar de consolidar un proyecto común, la división abre la puerta a la deslegitimación de las demandas feministas, facilitando que los adversarios señalen al movimiento como fragmentado y falto de consenso.

La fragmentación interna no solo afecta la comunicación, sino que también tiene implicaciones en el terreno político. La falta de unidad se está traduciendo en una disminución de la capacidad de incidencia en políticas públicas y en la representación de las demandas feministas en espacios de toma de decisiones. Los partidos y los grupos de extrema derecha están aprovechando estas divisiones para minimizar la urgencia de las reformas y presentar el feminismo como un conjunto de intereses dispersos y contrapuestos.

Asimismo, la división interna limita la formación de alianzas estratégicas con otros movimientos sociales. La construcción de coaliciones es fundamental para generar cambios estructurales, pero cuando las discrepancias internas impiden la definición de objetivos comunes, se complica la tarea de sumar fuerzas en la lucha por la igualdad real. Este debilitamiento de la acción colectiva, a su vez, reduce la capacidad del feminismo para enfrentar desafíos globales y locales en materia de derechos humanos y justicia social.

La división evidente que ha provocado el movimiento queer también repercute en el ámbito de la representación, tanto interna como externa. En el interior del movimiento, las disputas están generando sentimientos de exclusión y marginación entre aquellos sectores que se sienten menos representados o que consideran que sus experiencias y necesidades son ignoradas. Este efecto divisorio no solo debilita la cohesión interna, sino que puede contribuir a la formación de burbujas ideológicas donde cada grupo se aísla, reduciendo el intercambio de ideas y la posibilidad de construir soluciones integrales.

Externamente, una imagen de conflicto interno puede disminuir la capacidad del feminismo para atraer a nuevos aliados y simpatizantes. Los mensajes contradictorios y la lucha interna generan incertidumbre en la sociedad, haciendo que algunos potenciales simpatizantes opten por distanciarse del movimiento o se sientan confundidos respecto a sus objetivos y métodos. La percepción pública de un feminismo dividido, en consecuencia, resta fuerza al discurso colectivo y facilita que fuerzas contrarias presenten una narrativa de retroceso o peligro para el orden social tradicional. El problema está cuando el enemigo se ha infiltrado y ya está dentro.

 

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