Tras las elecciones europeas del pasado mes de junio, todo parecía indicar que el rally electoral se había terminado. España llevaba unos años de enlace de comicios que hacían imposible una gestión adecuada desde los diferentes parlamentos. Cuando los partidos políticos están con la maquinaria electoral en marcha, su actividad legislativa y ejecutiva queda al margen. Todo está focalizado a la captación de votantes.
Hubo analistas que rebosaron optimismo al afirmar que, al no haber elecciones a la vista, el gobierno de Pedro Sánchez podría empezar a aplicar su agenda social. En realidad, se confundió el deseo con el análisis. El actual Ejecutivo tiene una mayoría parlamentaria sin un acuerdo de legislatura que lo cimente, lo que provoca una enorme debilidad.
Pedro Sánchez echó el resto con los pactos alcanzados con el independentismo catalán y con el nacionalismo vasco para lograr ser investido presidente. Pagó un precio tan caro, más de 160.000 millones de euros, que ahora no tiene capacidad de maniobra porque las exigencias de sus socios ya son desproporcionadas, tal y como se ha visto con el pacto con ERC para que Salvador Illa sea presidente de la Generalitat que incluía un concierto económico y la cesión de la recaudación del 100% de los impuestos. Sánchez firmó acuerdos de investidura, no de legislatura. Esa es la razón por la que Yolanda Díaz afirmó, tras perder una votación en el Congreso, «así no se puede gobernar».
Esta realidad, que en la izquierda no se quiere ver, los movimientos de las últimas semanas están acercando la convocatoria de unas elecciones generales para primeros de año.
El primer escollo que tendrá que superar el gobierno de Pedro Sánchez es la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Junts, cuyos 7 votos son imprescindibles, ya ha advertido de que volverá a votar en contra «a la misma cosa que votamos que 'no', volveremos a votar que 'no'. Si la cambian, hablemos».
En un post en X (Twitter), refiriéndose a la votación de la semana que viene sobre la senda de estabilidad, que es previa a la presentación de los PGE, Carles Puigdemont afirmó que «como veo que consideran un crimen que cambiemos de voto, la respuesta a lo que ahora nos piden será la misma que hemos dado siempre, no tendrán sorpresas. Mezclar las cosas para confundir a la opinión pública y estigmatizar a Junts no es para nada una buena idea».
Es cierto que el gobierno puede prorrogar una vez más los presupuestos, pero, con la actual aritmética parlamentaria no sería más que un aplazamiento de lo que todo el mundo sabe que va a tener un fin inmediato. Además, las consecuencias sociales serán tremendas.
Sánchez tiene muchos problemas y su constate alegación a que va a agotar la legislatura no es más que una boutade, un brindis al sol. Sobre todo porque sus socios se le están escapando de las manos por, precisamente, confundir los acuerdos de investidura con los inexistentes pactos de legislatura. Y así se lo están haciendo ver desde el sector más conservador de los partidos que le dieron el voto para ser presidente.
El propio Puigdemont ya advirtió esta semana que el PSOE no puede dar por descontado el voto de Junts para aprobar las iniciativas legislativas. «Perder el respeto al que tiene los votos que necesitas y no sudar la camiseta intentando ganártelos en cada votación es el camino más directo al fracaso. Lo reitero: estas eran las reglas de juego que expusimos desde el primer día, de manera que no se pueden hacer los sorprendidos».
El líder de Junts advirtió al gobierno que no debe decirles lo que el partido independentista puede hacer o no hacer. «El parlamentarismo tiene estas cosas, y presentarlo como un problema es dar alas a los discursos populistas que pregonan gobiernos 'fuertes' que no se tengan que preocupar de elecciones ni parlamentos».
Por su parte, el PNV, otro de los socios de investidura, consideró a través de su presidenta de Vizcaya, ltxaso Atutxa, que Sánchez «lo tiene cada día más difícil».
Estas declaraciones, realizadas en una entrevista concedida esta semana a Onda Vasca, reafirmaban lo que todo el mundo sabe, que Sánchez tiene un serio problema «con su forma de trabajar porque a veces se olvida que, en las cosas que se llevan al Congreso, se necesitan consensos previos».
Atutxa advirtió de que Sánchez «sabía que en esta legislatura necesitaba todos los votos todos los días. Y esos votos hay que trabajárselos». La dirigente jeltzale recordó que su pacto con el partido de Sánchez era de investidura, no de legislatura. «No le vas a dejar colgado al día siguiente, haces un esfuerzo por seguir manteniendo esa mayoría que tú has posibilitado, pero tienes que ver un poquito también por la otra parte».
Más allá de los votos nacionalistas e independentistas, Sánchez tampoco tiene seguros otros apoyos que da por sentados, como es el de Podemos o, incluso, el del exministro José Luis Ábalos. La mayoría parlamentaria es tan precaria que cualquier gastroenteritis repentina puede hacer caer una iniciativa del gobierno.
Esta situación se la recordó a Sánchez el portavoz de ERC en el Congreso al advertir que los socialistas se equivocan si piensan que Junts no se va a atrever con ese pacto con derecha y extrema derecha porque, según ha afirmado Rufián, tienen una «enorme capacidad de blanqueamiento mediático» que hará que ese pacto con el nacionalismo español les salga gratis.
Rufián, además, le ha dado los datos que matan el relato del sanchismo sobre la estabilidad del gobierno. En concreto, en 35 ocasiones la formación de Puigdemont ha votado en el mismo sentido que los de Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal. La última vez fue en el día de ayer cuando Junts votó, junto al PP y Vox, en contra de las medidas de control de los alquileres temporales.
Sánchez ya ha demostrado que tiene inventiva, sobre todo cuando está en juego su supervivencia política. Esa es la razón por la que ha adelantado un año la celebración del Congreso Federal Ordinario del PSOE, para blindarse frente a la cada vez mayor oposición que hay entre su militancia. Hay mucho más ruido de fondo interno del que se cree. Sánchez es un maestro en manipular los tiempos en su partido, siempre en su favor. Lo hizo en 2016, cuando retrasó durante meses la celebración de ese mismo congreso. Tras su ridículo electoral en las elecciones de diciembre de 2015 (90 escaños) inició una carrera ridícula para intentar ser investido presidente con los votos de Albert Rivera renunciando al 90% de su programa electoral. Tras un segundo batacazo en junio de 2016 (85 escaños), inició una carrera para hacer creer a su partido de que podría gobernar siguiendo el mismo proyecto de Pablo Iglesias Turrión.
El adelanto del Congreso Federal de 2025 a este año no tiene más objetivo que blindarle en la Secretaría General que le garantice la candidatura de cara a unas nuevas elecciones generales. Por otro lado, hay una finalidad aún más espuria: purgar a los discrepantes. Se está viendo con los movimientos en Aragón y en Castilla-La Mancha. Sánchez se quiere cargar a Javier Lambán y a Emiliano García-Page pero, tal vez, su obsesión con estos dos líderes regionales, le esté desviando la atención de que el golpe discrepante le va a llegar desde el lugar más inesperado.
La suma de todos estos movimientos políticos hace que el ambiente político español apeste a elecciones generales prácticamente inmediatas. The End.