El pasado sábado se celebró el Comité Federal del Partido Sanchista con algunos integrantes del prácticamente extinto PSOE entre sus miembros. Casualmente, coincide que éstos son los más críticos con el modo de actuar del líder supremo. Pedro Sánchez llegó a esa reunión tranquilo y con la intención de hacerse la víctima, como hace siempre que tiene problemas y ahora los tiene muy serios.
La razón de esa tranquilidad es sencilla: el Comité Federal no tiene poder porque Sánchez se lo quitó en el 39 Congreso, justo después de volver después de que en 2016 el órgano máximo entre congresos le defenestrara. «Esto no me va a volver a pasar», se le escuchó decir en privado en más de una ocasión. Y vaya si lo hizo. Ahora el Comité Federal es una reunión de colegas donde no hay capacidad para realizar los movimientos que el PSOE necesita para no morir: acabar con Sánchez. No se puede olvidar que en su anterior reunión, el líder máximo ni se presentó porque estaba más ocupado en engañar y mentir a sus propios militantes tras la infamia de aquella primera carta a la ciudadanía. Él mismo reconoció que nunca tuvo intención de dimitir, mientras en aquellos fatídicos cinco días una importante parte de los militantes vivían con la angustia de la posibilidad de una dimisión.
Sánchez ha impuesto un régimen personalista, una dictadura que ha dejado medio muerto al PSOE para dar paso al Partido Sanchista. En los regímenes totalitarios las personas críticas suelen ser torturadas, represaliadas y asesinadas. Eso puede ser aplicable a las organizaciones. Pedro Sánchez ha secuestrado, torturado y está a punto de asesinar al Partido Socialista para que sólo quede espacio al Sanchista.
El sábado fue una nueva mejor demostración de ello. Sánchez llegaba a la reunión con los acuerdos con el independentismo catalán y, como ya ocurrió en 2016, en la semana previa llegó, incluso, a desafiar a los críticos a que tuvieran el valor de hablar en el Comité Federal. Una evidente muestra más del autoritarismo de un hombre que parte de se cree líder pero que confunde el liderazgo con la imposición dictatorial.
Los críticos, que en lo referido al concierto económico catalán y a la Ley Sánchez de Amnistía son los que tienen a sus espaldas la razón objetiva, no se amilanaron ante las amenazas del autócrata y su entorno de palmeros. Expusieron con claridad lo que Sánchez no ve porque su obsesión por el poder le tiene cegado. Cada vez recuerda más a Thror, a Thorin o a Aerys.
Respecto al concierto económico catalán pactado con ERC, un acuerdo que destruye totalmente el sistema de financiación autonómica, Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, fue contundente al afirmar que «no se pueden poner patas arriba consensos constitucionales para tener gobiernos», recordando que el cupo es «más egoísta que socialista».
«De dinero entiende todo el mundo, no sé si de amnistía o de la Constitución» y fue absolutamente certero al condenar que miembros del gobierno pretendieran comparar de manera bastarda el concierto catalán pactado con ERC para que Salvador Illa fuera investido con los incentivos en las cotizaciones de la Seguridad Social de provincias como Soria, Cuenca o Teruel, incentivos que tienen como misión la atracción de empresas para generar puestos de trabajo en las regiones de la España Vacía.
Además, el presidente castellanomanchego reprochó la falta de explicaciones existentes en este asunto por parte del PS y del gobierno. No se dan explicaciones porque el líder supremo no se va a rebajar a ello. Sánchez vive en el mundo en el que sus decisiones son la palabra de Dios.
Por su parte, Javier Lambán fue durísimo al dejar absolutamente claro que lo que pretende Sánchez es la soberanía fiscal de Cataluña, es decir, una independencia encubierta. «El pacto está en las antípodas de lo que nosotros hemos defendido siempre. Es inconstitucional, un cambio estructural que atenta contra la Constitución y la España unida. El pacto hace saltar por los aires muchos de los resortes por los que se rige el país».
No fueron sólo Lambán y Page los que expusieron su oposición. Territorios supuestamente conquistados por el sanchismo también expusieron sus dudas y, si no se cumplen con determinadas condiciones, su oposición al concierto catalán.
Sánchez, por su parte, calló sobre este asunto. No hizo ninguna mención ni dio explicaciones. Es lo que suele hacer cuando está acorralado, pero no porque tenga miedo, sino porque cree que él está por encima del bien y del mal. Los autócratas y dictadores no están obligados a dar explicaciones y él no las da.
Ahora es la cuestión del concierto catalán, pero ya ha hecho lo mismo con el cambio de política exterior respecto a Marruecos. Ahí no sólo traicionó la tradición de apoyo a la autodeterminación del Sáhara Occidental del PSOE, sino que violó directamente el derecho internacional y se puso en el punto de mira de poder ser acusado de complicidad con crímenes contra la humanidad.