La crisis de 2008 fue el punto de partida de una conquista mundial por parte de las élites económicas, financieras, empresariales y de las grandes fortunas globales. La quiebra de Lehman Brothers inició un proceso sísmico por el que los privilegiados, de manera coordinada o no, están acumulando riqueza como si no hubiera un mañana. Mientras esto sucede, las clases medias y trabajadoras están sufriendo un empobrecimiento de tal calibre que ni siquiera se vio tras el final de las dos guerras mundiales del siglo XX.
Hay un nuevo orden mundial. Esto es un hecho indiscutible. Tal vez no sea como lo exponen en los ámbitos conspiracionistas o antiglobalistas, pero existe y para entenderlo no hay más que ver las cifras que dan organismos supranacionales que no son sospechosos de estar formados por anticapitalistas.
Según el Banco Mundial, tras la pandemia de Covid19, el año 2022 fue el año de la incertidumbre. 2023 ha sido el de la desigualdad. Los países que esperaban recuperarse de las devastadoras pérdidas provocadas por la pandemia, la recuperación se ha vuelto más difícil debido a las amenazas combinadas del cambio climático, la fragilidad, los conflictos y la violencia o la inseguridad alimentaria, por nombrar solo algunas, que dificultan la plena recuperación de todas las economías.
Como en la mayoría de las crisis, los países más pobres del mundo son los más afectados. Muchos de estos países, que ya se encuentran en situación de sobreendeudamiento, deben enfrentar una escasez de recursos aún mayor, mientras los ricos acaparan riqueza.
El trabajo esporádico en línea es un aspecto esencial del mercado laboral y una fuente de ingresos, pero solo para aquellos que pueden acceder a él. Y no hay que olvidar la crisis actual de los refugiados. Las políticas migratorias mejoradas no solo pueden ayudar a aliviar la crisis; también pueden impulsar el crecimiento económico y la prosperidad. Es decir, lo contrario a lo que ha hecho la Unión Europea durante la Presidencia de turno de Pedro Sánchez con el último acuerdo migratorio que busca la militarización de las fronteras.
Aunque la pobreza extrema ha disminuido en los países de ingresos medios, el problema sigue siendo peor que antes de la pandemia en los países más pobres y afectados por fragilidad, conflictos o violencia. La persistencia de la pobreza en estos países hace que otros objetivos de desarrollo mundiales clave sean mucho más difíciles de lograr. Todo ello, mientras las grandes fortunas personales o empresariales continúan acumulando riqueza y escondiéndola en paraísos fiscales sin que la clase política y la judicial hagan nada para evitarlo.
Es más, se están dando las circunstancias por las que los gobiernos se están viendo obligados a endeudarse para poder garantizar el bienestar y el mantenimiento de los derechos fundamentales de los ciudadanos. Este incremento de la deuda soberana, evidentemente, a quien beneficia es a las élites financieras y a los mercados del capital.
El informe sobre la deuda internacional del Banco Mundial puso de relieve el aumento de los riesgos relacionados con la deuda en todas las economías en desarrollo, tanto de ingreso bajo como mediano, pero la tensión se intensificó para los países más pobres del mundo, que se vieron presionados por pagos del servicio de la deuda más elevados. La presión continúa este año.
Los países en desarrollo gastaron en 2022 una cifra récord de 443.500 millones de dólares en el servicio de su deuda externa pública y con garantía pública. Los países más pobres que pueden recibir financiación de la Asociación Internacional de Fomento (AIF) del Banco Mundial pagaron una cifra récord de 88.900 millones de dólares en costes del servicio de deuda en 2022, un 4,8% más que en 2021. Los países más pobres corren el riesgo de sufrir crisis de deuda a medida que aumentan los costos de los empréstitos. El incremento de los costos llevó a que se desviaran recursos y se desatendieran necesidades críticas como la salud, la educación y el medio ambiente.
Todo esto, además, con un crecimiento de la deuda en los países desarrollados que está limitando el crecimiento económico y la captación de inversiones que generen empleo de calidad con salarios dignos, cosa que, evidentemente, no interesa a las élites. La nueva esclavitud es, precisamente, el endeudamiento público y privado, puesto que somete los ciudadanos y a los gobiernos, además de generar un escenario de falsa prosperidad acuciado por el miedo a perderlo todo.
Por otro lado, los jueces y fiscales de la gran mayoría de los países, tanto avanzados como en desarrollo, no realizan las investigaciones necesarias para poder controlar los abusos de esas clases dominantes. La oposición de éstas a colaborar con la Justicia se ve apoyada por, precisamente, las decisiones de determinada clase política, tanto progresista como conservadora o liberal, que finalmente es la que recoge réditos que, en realidad, no son más que migajas corruptas si se compara con los beneficios que obtienen esas clases dominantes. Sin jueces ni políticos, las élites no podrían estar perpetrando lo que en muchos ámbitos se podría catalogar como un crimen contra la humanidad.
A todo lo anterior hay que sumar el estancamiento del crecimiento económico mundial debido a la inflación generada por la crisis energética que se incrementó tras la invasión ilegal de Rusia a Ucrania.
La economía mundial tiene una proyección de crecimiento del 2,7% en 2024. Las previsiones para 2023 se han visto corregidas a la baja en el 95% de las economías avanzadas y en el 70% de los países en desarrollo. A todo lo anterior, hay que sumar que los cuatro primeros años de la década de los años 20 del siglo XXI han sido las más débiles de los últimos 30 años. Mientras tanto, las clases dominantes han visto incrementada su riqueza. ¿Cómo se puede entender esto salvo por el hecho de que sean esas mismas élites las que estén provocando el debilitamiento para incrementar la desigualdad?
En el largo plazo, las perspectivas tampoco son muy halagüeñas. De acuerdo con las tendencias actuales, se prevé que la tasa máxima a largo plazo a la que puede crecer la economía mundial sin provocar inflación caerá al nivel más bajo de los últimos 30 años en lo que queda de la década de 2020. Ello se debe a que la mayoría de las fuerzas que han impulsado la prosperidad desde principios de la década de 1990 se han debilitado, incluido el aumento de la población en edad de trabajar.