Pedro Sánchez no lleva muy bien el hecho de tener que contar con terceros para gobernar. Incluso, no le gusta nada el hecho de estar obligado a compartir el Ejecutivo con otra formación política. Esa es la razón principal por la que se somete sin problemas a las exigencias del independentismo catalán y gaste cientos de miles de millones de euros para mantenerse en el poder. A Sánchez lo que le gustaría es poder gobernar con la mano de hierro que aplica en su partido, donde los opositores o disidentes son fulminados al amanecer.
Por esa razón, el actual presidente del Gobierno tiene envidia insana de Isabel Díaz Ayuso, Juan Manuel Moreno Bonilla o de Emiliano García-Page. Ellos no necesitan de nadie para gobernar porque tienen mayoría absoluta en sus parlamentos.
Pedro Sánchez nunca ha tenido eso y sólo ha podido ejercer el poder en su partido de la manera que él lo concibe, es decir, desde el autoritarismo más absoluto. No hay más que analizar cómo ha manipulado la convocatoria de los congresos federales ordinarios, atrasándolos o adelantándolos en base a sus intereses, cómo ha impuesto la redacción de unos estatutos que prácticamente le blindan, y, sobre todo, cómo se ha ido cargando cualquier atisbo de disidencia o de líderes que podrían convertirse en una amenaza a su divino poder.
Juan Lobato, uno de los últimos purgados, explicó a la perfección, sin mencionarlo directamente, cómo era la forma de ejercer el liderazgo de Pedro Sánchez: “Siempre he dejado claro que la política en la que creo tiene como esencia el diálogo y el debate, el servicio público, la honestidad y el interés general. Creo en la política en la que personas con posiciones diferentes podamos acordar cosas que beneficien a los ciudadanos. Porque el bien común tiene que estar por encima de cualquier posición política. Yo no creo en la destrucción del adversario, en la aniquilación del que discrepa y del que piensa diferente. Insisto: para mí la política es otra cosa […] Es mucho más importante en todo momento proteger y fomentar la buena política que a quienes la ejercemos circunstancialmente. Sin duda mi forma de hacer política no es igual ni quizá en ocasiones compatible con la que una mayoría de la dirigencia actual de mi partido tiene. No pasa nada. Lo asumo democráticamente […] Gente con distintas opiniones pueden sumar y aportar ideas. Es la política que he aplicado en cualquier lugar o posición en la que he representado a la ciudadanía y a mi partido. La que escucha, la que argumenta, la que no insulta o aniquila al propio o al de enfrente, sino que trata de convencerle y buscar puntos en común […] Un partido que debe tomar las decisiones por mayoría y esas decisiones se deben argumentar, compartir y no imponer. Y en el que, una vez acordadas, se defienden y se aplican por todos. Un PSOE en el que no se ataca o se denosta al que no coincide con la opinión de la dirección del partido en cada ámbito territorial”.
El último ejemplo de ese modo autoritario de entender el ejercicio del poder por parte de Pedro Sánchez se verá con el incremento del presupuesto de defensa. Todas las formaciones políticas que pasaron esta semana por el Palacio de la Moncloa han coincidido en una cosa: Sánchez no quiere que se debata y se vote en el Parlamento. Ya lo dijo Patxi López: “puede haber otras figuras que no tengan que pasar por aquí”.
Sánchez sabe que necesitará del Partido Popular para sacar adelante esta iniciativa porque las fuerzas de la izquierda y el independentismo progresista, es decir, el núcleo de su asociación parlamentaria, se van a oponer. Y Sánchez no quiere algo que debería ser lo habitual, que debería ser, precisamente, el centro del actual gobierno: el consenso con el principal partido de la oposición.
Por esa razón envidia a Isabel Díaz Ayuso, Juan Manuel Moreno Bonilla y Emiliano García-Page. Con una mayoría absoluta no tendría problema alguno. Es más, en este tema de defensa, es posible que envidie a José María Aznar, quien metió a España en una guerra ilegal sin tener que negociar con nadie.
Los autócratas no reconocen el valor del consenso, ni siquiera con los que están en el polo ideológico opuesto. Sin embargo, más allá de la necesidad del rearme por la amenaza de otro autócrata y la inseguridad que genera otro ser autoritario, es decir, Donald Trump y Vladimir Putin, lo que está claro es que Pedro Sánchez no ha entendido aún lo que precisa el país. Eso sí, sabe perfectamente lo que necesita él y actuará en consecuencia, caiga quien caiga, se destroce lo que haya que destrozar.