«No puedo seguir con esto. No puedo seguir mintiéndome. Es simplemente mi final. Se terminó». Esta frase de Mike Tyson bien podría planteársela Pedro Sánchez. A día de hoy, es un político y un dirigente acabado. Sus propias acciones han convertido a lo que hace 10 años parecía un gran activo en un pasivo tóxico que ha terminado con el PSOE y con la esperanza que muchas personas depositaron en el gobierno de coalición progresista.
Lo que le está pasando a Pedro Sánchez no es nuevo en la historia de la política. El mejor ejemplo de ello fue el de Margaret Thatcher, quien pensó que era inmune e impune a sus propios actos. Finalmente, fue derrocada por su propio partido cuando dejó de ser el activo que fue en los primeros años de sus mandatos.
Las cesiones al independentismo catalán de Pedro Sánchez se han convertido, como se advirtió en repetidas ocasiones en este Ágora, en su final. La Ley Sánchez de Amnistía, las cesiones de competencias, la condonación de 15.000 millones de euros de deuda a Cataluña, y ahora el regalo de la soberanía fiscal son un cúmulo de decisiones que han terminado con él.
La falta de análisis político y el no saber marcar adecuadamente los tiempos a la hora de tomar decisiones han acabado con Pedro Sánchez. Ni la baraka que le sostenía, ni su manual de resistencia van a evitar que el actual presidente del Gobierno sea democráticamente derrocado por el pueblo español.
El pacto con ERC en el que Sánchez le regala la soberanía fiscal a Cataluña sólo para que Salvador Illa sea investido presidente de la Generalitat ha sido la gota que ha colmado el vaso. El síndrome de Hubris que padece Sánchez le hace sentir capaz de realizar grandes tareas, creer que lo sabe todo saberlo todo y que de él se esperan grandes cosas, por lo que ya actúa sobrepasando las líneas rojas de la ética política y humana.
Sánchez, en contra de lo que podría pensar, se ha encontrado con la oposición de prácticamente todos los líderes regionales de su partido. Sólo lo han apoyado aquellos que han actuado de una manera humanamente imperdonable, como es el caso del líder andaluz Juan Espadas. Andalucía sería uno de los territorios más perjudicados por la soberanía fiscal catalana, pero, aún así, el secretario general del PSOE-A ha demostrado su sumisión a Pedro Sánchez. Lo mismo puede decirse de Galicia. Es lo que tiene haber traicionado al PSOE para defender al Partido Sanchista.
Sin embargo, como sentenció Jean de La Fontaine, «la avaricia lo pierde todo por quererlo todo». Sánchez va a caer por su pretensión de acumular poder. El pacto del régimen fiscal singular para Cataluña ha abierto demasiadas heridas como para que salga inmune de ello.
El posible regreso de Carles Puigdemont a España, con la consiguiente detención, eliminará cualquier apoyo de Junts en Madrid. Esto supondrá la no aprobación de los Presupuestos Generales del Estado y, en consecuencia, la inmediata disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales.
Esta vez no tendrá la baraka del 23 de julio de 2023. Es como el cuento de Pedro y el lobo. Los ciudadanos, tras ver lo sucedido en esta breve legislatura, no apoyarán a Pedro Sánchez por el miedo a que la extrema derecha entre en el gobierno. Se acabó y los neosanchistas que han crecido como las setas defendiendo el argumento del mal menor, ¿qué harán? Porque el escenario electoral no es halagüeño, porque más del 60% de los votantes del PSOE están en contra de la única ley que se ha aprobado durante esta legislatura, la Ley Sánchez de Amnistía. Entonces, ¿qué le queda a Sánchez?
El actual presidente del Gobierno, por su crónico síndrome de Hubris, no sólo ha destrozado al PSOE, sino a toda la izquierda. Sólo le queda una opción: dimitir y dejar el testigo del gobierno a una persona que no haya tenido ni un solo contacto con él, a un político socialista que no esté contagiado ni contaminado por el sanchismo. El Ejecutivo de coalición progresista puede sobrevivir perfectamente sin Pedro Sánchez y sin la caterva de ministros sanchistas. Tampoco es solución aquellos que están contagiados y contaminados por el felipismo como es el caso de García-Page o Javier Lambán.
Como dice el famoso poema de Robert Herrick, «Coged las rosas mientras podáis / veloz el tiempo vuela / La misma flor que hoy admiráis / mañana estará muerta». O como escribió Horacio, «Carpe diem quam minimum crédula». La flor de Sánchez ya está muerta, no hay que esperar más. Es hora de actuar.