A los políticos, tanto de la derecha como de la izquierda, se les llena la boca con que hay que aplicar políticas para incentivar la natalidad. Se presentan planes y subvenciones para las familias que demuestran su ineficacia en el mismo momento en que el Instituto Nacional de Estadística (INE) publica nuevos datos demográficos.
La sociedad está envejeciendo, no nacen apenas niños que cubran, al menos, la ratio de fallecimientos y para encontrar una razón no hay más que mirar a sólo 16 años atrás. Ahí empezó todo.
La natalidad en España, según se verifica con los datos del INE, comenzó a descender en el año 1976, cuando nacieron 677.456 niños. El pico más bajo antes de 2008 se produjo en 1995 con 363.469 nacimientos. A partir de ese momento comenzó a crecer hasta 2008 en que se alcanzaron los 519.779. Ese es el punto de inflexión en el que la natalidad en España no ha parado de caer hasta los 322.098 de año 2023, el registro más bajo desde que se tienen datos registrados.
La razón de esto tiene que ver más con razones económicas que sociales. La crisis de 2008 afectó en muchos aspectos, pero, sobre todo, en la generación de una desigualdad nunca vista en el mundo desde el siglo XIX. Esa es la razón de que la crisis de la natalidad tenga como causa fundamental las nefastas políticas sociales y laborales aplicadas por los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.
La desigualdad ha ampliado la brecha entre las rentas altas y las bajas. Los que están en la parte de arriba de la pirámide salarial siguen teniendo importantes incrementos que se sustancian gracias a las políticas de remuneración de las empresas que privan la especulación por encima de la productividad. La masa laboral ha descendido por la revolución digital y la supresión de puestos de trabajo que fueron permitidas por las reformas laborales de Zapatero y Rajoy, algo que no ha sido arreglado por la legislación laboral de Pedro Sánchez.
Por el otro lado, las rentas medias y bajas se mantienen o descienden. Los empleos son cada vez de peor calidad y peor remunerados, lo que impide que una familia se pueda plantear siquiera un horizonte con hijos.
Ahí está el quid de la cuestión: los ingresos. Toda familia de clase media y trabajadora se hace la misma pregunta: ¿cómo puede permitirse criar a un hijo? Traer a un niño al mundo supone una serie de gastos que son imposibles de afrontar con los salarios que se pagan hoy en día. ¿Por qué subió la natalidad a partir de 1995? Muy sencillo, los sueldos que cobraban los trabajadores eran dignos, tanto que en aquellos 13 años hasta 2008 el hecho de tener una nómina de 1.000 euros netos al mes suponía una especie de estigma. Se era mileurista y eso no sonaba bien.
Las familias que tienen hijos se obligadas a gastar una parte cada vez mayor de sus ingresos en el cuidado de los niños. En algunos casos puede superar los 10.000 euros al año. ¿Cómo es posible que se pretenda incentivar la natalidad si en muchas ocasiones los ingresos familiares anuales no alcanzan siquiera esa cantidad? Es absolutamente lógico que se opte por no tener hijos porque las parejas no pueden pagarlos. Es así de sencilla, a la vez que cruel.
Procrear puede ser la mayor maldición en la actualidad. No solo son los gastos propios como la compra de ropa, sillas, cunas, pañales, etc. Luego hay más, puesto que, una vez terminadas las bajas maternales o parentales, o se tiene a los abuelos (que tantas familias han salvado) o hay que llevar a los hijos a las guarderías. Ese es un gasto privativo que no se encuentra dentro de la protección social del Estado.
Según los datos del INE, un 17% de los trabajadores en España cobra menos que el salario mínimo. Cerca de la mitad, un 48,16%, no alcanza los 2.000 euros brutos mensuales y la ganancia media es de 26.948 euros brutos anuales. En consecuencia, un 65% de los españoles tienen un salario basura.
Tener un hijo debería ser un acontecimiento alegre, no un hecho profundamente estresante, y todo por la ineficacia de la clase política que sigue gobernando, independiente de que sean socialistas o populares, pensando en la macroeconomía, en el crecimiento del PIB o en la balanza comercial. Sin embargo, olvidan lo más importante, como han hecho siempre porque, por desgracia, los hechos demuestran que no hay diferencia alguna entre los unos y los otros, sólo distintos modos de afrontar la gobernanza.