Estrategias de comunicación política calculadas, que a veces se alejan de la verdad

Cómo la derecha instrumentaliza la comunicación política para moldear emociones, desinformar y debilitar la democracia

23 de Marzo de 2025
Actualizado el 24 de marzo
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Estrategias de comunicación mentiras

En las democracias contemporáneas, la comunicación política ha dejado de ser un mero vehículo de transmisión de ideas para convertirse en un instrumento de control, persuasión y, en muchos casos, de manipulación deliberada. Lejos de buscar una ciudadanía informada y participativa, las estrategias que hoy dominan la escena política —particularmente en sectores de la derecha— operan con la lógica del marketing, priorizando la emocionalidad, el miedo y la desinformación como herramientas de construcción de poder.

Aunque este fenómeno no es exclusivo de un solo espectro ideológico, resulta imposible ignorar cómo buena parte de la derecha global —y también nacional— ha sofisticado y naturalizado prácticas comunicativas que distorsionan la verdad, dinamitan los matices del debate público y siembran la desconfianza como táctica recurrente.

El viraje hacia la propaganda emocional

La derecha contemporánea, especialmente en su vertiente más populista o reaccionaria, ha comprendido que en el actual ecosistema mediático los hechos pesan menos que las emociones. Bajo ese supuesto, ha construido una narrativa centrada en enemigos difusos (el inmigrante, el feminismo, el “lobby globalista”, los medios “progresistas”) y en una supuesta defensa de valores tradicionales constantemente amenazados. Este discurso busca activar reflejos emocionales primarios —miedo, ira, nostalgia— que sustituyen el análisis racional por la reacción visceral.

El relato se simplifica hasta el extremo: ellos representan el “sentido común” de la gente corriente frente a una élite ilustrada y desconectada. En ese marco, las verdades incómodas son tachadas de manipulaciones ideológicas, mientras que las mentiras útiles se validan como “opiniones legítimas”. La derecha ha encontrado en este cinismo comunicacional un terreno fértil donde toda crítica puede ser desactivada bajo la acusación de corrección política.

La profesionalización del engaño

No se trata solo de una narrativa emocional: hay detrás un trabajo técnico y profesionalizado que apunta a modelar el comportamiento electoral más que a informar o convencer desde la verdad. El uso de datos personales para construir perfiles psicológicos, el envío de mensajes segmentados según sesgos y creencias individuales, y la explotación algorítmica de plataformas digitales configuran una maquinaria que no busca diálogo, sino manipulación encubierta.

En este esquema, la derecha ha sido especialmente eficaz. Mientras sectores progresistas a menudo se debaten entre la complejidad y el respeto por los hechos, muchas fuerzas conservadoras operan sin escrúpulos éticos, ajustando su discurso a lo que “funciona” sin importar si es cierto. Prometen orden sabiendo que no pueden garantizarlo, ofrecen soluciones simples a problemas estructurales, y presentan datos distorsionados para justificar políticas excluyentes.

De la omisión a la mentira, formas de eludir la verdad

En este tipo de comunicación, la mentira no siempre es explícita. A veces basta con omitir una parte de la información, presentar un dato descontextualizado, o insistir en una media verdad hasta que se imponga como sentido común. Lo vemos en campañas contra la inmigración donde se exageran cifras de criminalidad, en el discurso antifeminista que tergiversa estadísticas de violencia de género, o en el ataque constante a instituciones democráticas tachadas de “vendidas” o “ideologizadas” por el simple hecho de no alinearse con sus postulados.

La repetición es clave: si una falsedad se difunde lo suficiente, adquiere una apariencia de legitimidad. La derecha lo ha entendido perfectamente y ha creado redes de medios, influencers, cuentas automatizadas y núcleos de desinformación que alimentan y retroalimentan ese relato. En este entorno, la verdad se vuelve irrelevante: lo importante es instalar una percepción que beneficie políticamente.

Consecuencias para el sistema democrático

Esta deriva comunicativa no solo genera ruido; erosiona el mismo tejido democrático. La ciudadanía, expuesta a una constante manipulación emocional, pierde la capacidad de deliberar críticamente. El pluralismo se debilita cuando la mentira se normaliza y se criminaliza el disenso. Y el populismo autoritario encuentra en este ambiente el caldo de cultivo perfecto para avanzar con discursos de odio disfrazados de patriotismo, de censura travestida como libertad de expresión.

No es casual que los grandes retrocesos democráticos en los últimos años hayan estado precedidos por campañas de comunicación profundamente calculadas, donde la derecha articuló el resentimiento social en narrativas aparentemente espontáneas pero meticulosamente diseñadas para dividir y polarizar.

Hacia una política de la verdad

Frente a este panorama, urge recuperar el valor de la verdad en la política. Pero no basta con denunciar la mentira: es necesario construir discursos alternativos que sean emocionalmente potentes y éticamente sólidos. El progresismo no puede limitarse a defender datos; debe narrar también un horizonte de sentido. Pero sobre todo, es imprescindible exigir responsabilidad política en el terreno comunicacional.

No se puede seguir aceptando que la eficacia justifique el engaño, que la viralidad exonere la mentira o que la estrategia sustituya la ética. La comunicación política debe ser compatible con la verdad, o estará sirviendo a la posdemocracia antes que a la ciudadanía.

Las estrategias de comunicación política que se alejan de la verdad son hoy una amenaza directa al pensamiento crítico, a la convivencia democrática y al ejercicio consciente del voto. Aunque las usan actores de diversos signos ideológicos, es evidente que la derecha ha convertido estas prácticas en uno de sus principales capitales políticos, sacando rédito del miedo, el rechazo y la distorsión de la realidad.

 

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