Los disturbios por el encarcelamiento de Pablo Hasél, el rapero elevado a los altares de la libertad de expresión por los movimientos antisistema, se multiplican por todo el país. Madrid, Barcelona, Valencia, en todas partes se propaga la fiebre del mártir, una manifestación de protesta que empezó como una reivindicación pacífica para adquirir tintes de brutal estallido de violencia. Decenas de detenidos, policías y manifestantes heridos, una joven mutilada, batallas campales en un escenario de guerrilla urbana, destrozos del mobiliario público... ¿Quién está detrás de los altercados violentos? ¿Obedecen a una mano negra? ¿Están siendo manipuladas las masas de jóvenes, muchos de ellos menores de edad que acaban en los calabozos de la Policía?
A esta hora hay demasiadas preguntas en el aire y pocas respuestas. Sin duda, el origen de la ola de violencia que vive el país no hay que buscarlo solo en la decisión de la Justicia de encarcelar al polémico rapero, sino en una ley tan absurda como restrictiva de la libertad de expresión impulsada por el dúo ministerial del PP Ruiz-Gallardón/Jorge Fernández Díaz y que genera más problemas de los que trata de solucionar. El enaltecimiento del terrorismo, los delitos de injurias a la Corona y contra los sentimientos religiosos, en general las conductas que penalizan la libertad de expresión y de opinión, son anacronismos del pasado que no tienen cabida en las sociedades modernas. El Código Penal no está para juzgar ideas, sino para sancionar actos y conductas que causan un daño o un perjuicio cuantificable. El Gobierno, por boca de su ministra portavoz, María Jesús Montero, garantizó ayer que acelerará los trámites para derogar la actual regulación. En medio del caos y la violencia desatada, esa una buena noticia que puede servir para sofocar un tanto el incendio social que se propaga en todas partes.
Pero más allá de que hayamos llegado a esta situación por una ley fallida más propia del franquismo que de una sociedad democrática llama la atención la nefasta gestión que ha hecho el Gobierno de coalición de los gravísimos altercados y cómo la derecha, una vez más, ha avivado el fuego con el fin de hacer tambalear el Consejo de Ministros presidido por Pedro Sánchez. De nuevo ha quedado acreditado el descontrol del Ejecutivo, ya que mientras la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, reprobaba la violencia callejera como no podía ser de otra manera (“ningún derecho se puede defender con violencia; es una línea roja absoluta”), el portavoz del grupo parlamentario de Unidas Podemos en el Congreso de los Diputados, Pablo Echenique, montaba un Dos de Mayo con un tuit bastante desafortunado en el que mostraba todo su apoyo “a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles”. De un representante del Gobierno cabía esperar una declaración mucho más afinada, atemperada e institucional, y no el bidón de gasolina que ha decidido arrojar a la hoguera de forma irresponsable. Su defensa del músico Hasél, lícita en cualquier caso, no era incompatible con un desprecio a todo tipo de acto vandálico o violento, pero Echenique se calentó y pasó a modo activista, de modo que sus palabras recordaron a aquel “apreteu apreteu” con el que Quim Torra arengaba a sus CDR en los días más convulsos de la sedición del 1-O, solo que en plan revolución zaragozana, o sea a la maña.
Lógicamente, a los comandos antisistema les faltó tiempo para tomar la soflama de Echenique como una invitación, patente de corso, barra libre y ancha es Castilla a la hora de emplearse a fondo con los escaparates de Zara y los antidisturbios. Rita Maestre, nada sospechosa de ser una retrógrada falangista, se lo ha explicado con claridad al bueno de Echenique al recordarle que se gobierna con el BOE para cambiar lo que haya que cambiar y no a golpe de adoquín o pedrada. En los últimos años hemos retrocedido no ya en calidad democrática sino en calidad de nuestros políticos y hay que andar explicándolo todo, los conceptos más básicos como lo bueno, lo malo, lo justo y lo injusto. Parece mentira que algo tan elemental como eso se les haya pasado por alto a los sesudos catedráticos de Derecho Político de Unidas Podemos, que por lo visto están muy duchos en teoría de Gramsci pero escasos de lógica y sentido común político. Por descontado, las explicaciones de un balbuciente Rafa Mayoral, que no ha sabido cómo salir del marrón, no ha hecho más que aumentar la sensación de barullo y esperpento del Gobierno. Su frase “el problema es que si no haces las cosas bien y no recibes reprimendas, los que las hacen bien no tienen incentivos para hacerlo bien, y las prácticas de los que lo hacen mal se convierten en opciones viables para quienes no hallan espacios para la participación democrática” es sencillamente antológica y la mejor muestra de que cuando no se condena la violencia sin paliativos se suele caer en el ridículo. Ahora la parrafada de Mayoral podrá competir en el futuro con aquel trabalenguas también imposible de María Dolores de Cospedal sobre el finiquito en diferido de Luis Bárcenas.
Para terminar de completar el triste espectáculo que estamos dando como país faltaba la habitual reacción exagerada e histérica de las derechas. Tal como era de esperar, el error mayúsculo de la gente de Podemos ha sido de inmediato aprovechado por el trifachito madrileño para presentar los graves disturbios como una segunda guerra civil española con un Madrid tomado por las hordas anarquistas y comunistas dispuestas a quemar conventos. Esta vez los chicos de Podemos se lo han puesto fácil a Casado, Abascal y Arrimadas, ya que las imágenes del fuego y los violentos enfrentamientos que llegan por la televisión son espeluznantes y hablan por sí solas. Pero faltaba la guinda del pastel, el habitual Show de Ayuso. “Ya lo que nos faltaba es jalear la fiesta de niñatos que se manifiestan por un delincuente que tiene menos arte que cualquiera de los que estamos aquí con dos cubatas en un karaoke”, ha sentenciado la presidenta de Madrid. Ni Winston Churchill.
Al final, lo que queda de esta jornada triste es que una buena causa como es protestar cívicamente por un exceso legal queda empañada por las salvajadas de esta nueva kale borroka que produce espanto a la mayoría de ciudadanos de buena fe de este país. Hoy Hasél seguirá en prisión y lo único que se ha conseguido es remover el odio, además de un paisaje urbano de cenizas y escombros tras una cruenta batalla que al final han ganado las derechas sin moverse del salón de casa.