El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos marca el enésimo capítulo de una ofensiva internacional de la extrema derecha que ya no se oculta. En Europa y América Latina, líderes como Meloni, Milei, Abascal y Le Pen conforman una red informal de autoritarismo populista que comparte enemigos, estilo y estrategia. Mientras tanto, la derecha tradicional juega a distanciarse de su retórica, pero gobierna con ellos, normaliza su discurso y les allana el camino.
Una estrategia compartida
Trump, Meloni, Milei, Abascal, Orbán, Le Pen. Nombres distintos, misma fórmula: populismo reaccionario, guerra cultural, desprecio por los hechos y exaltación de una identidad nacional excluyente. No les une tanto una ideología clara como una narrativa eficaz: nosotros contra ellos. "El pueblo" frente a "las élites", "los patriotas" frente a "los traidores", "la libertad" frente a "la dictadura progre".
No gobiernan para resolver problemas: gobiernan para destruir consensos. Y lo hacen con el combustible inagotable del resentimiento, amplificado por redes sociales, medios afines y una polarización cuidadosamente alimentada. Allí donde pisan, se recortan derechos, se criminaliza la diferencia y se desmantelan los mecanismos de control democrático.
El papel de la derecha tradicional
En España, esta deriva tiene nombres y apellidos. Mientras Vox promueve sin pudor políticas abiertamente autoritarias, el Partido Popular actúa como su socio silencioso. Isabel Díaz Ayuso encarna esa nueva derecha que ha interiorizado el marco de la extrema derecha mientras mantiene un barniz institucional. Su discurso, calcado del trumpismo más cínico, convierte cualquier crítica en censura, cualquier gestión en guerra cultural.
Y mientras el PP simula un rechazo retórico a Vox, en la práctica gobierna con ellos en ayuntamientos, comunidades autónomas y acuerdos parlamentarios. Lo que antes se denunciaba como “inaceptable” hoy se normaliza. La moderación ya no es un valor: es un disfraz.
La democracia no se quiebra de un día para otro. Se erosiona lentamente, entre pactos oportunistas, indiferencia ciudadana y titulares que relativizan el peligro. Frente a la Internacional del rencor, el tiempo para reaccionar se agota.