La nueva Guerra Fría ya está aquí

03 de Abril de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Xi y Putin

La conformación de un bloque euroasiático, conformado inicialmente por Rusia, Bielorrusia y China, con sus ramificaciones en África, Asia y Latinoamérica, es ya un hecho y una realidad sobre el terreno. Rusia y China, por motivos coyunturales y haciendo gala de la realpolitik que se impone en determinadas circunstancias, establecen esta alianza no tanto por razones de cooperación comercial, política, militar y económica, sino de confrontación con un Occidente liderado por los Estados Unidos que considera que les desafía abiertamente en varios escenarios.

A Moscú, según la versión oficial del Kremlin, la OTAN le acechaba al haberse ampliado hacia el Este de Europa y poner en peligro su periferia, después de la integración en la Alianza Atlántica de Polonia, los países bálticos y Hungría. Rusia todavía defiende la doctrina de la soberanía limitada de los tiempos soviéticos según la cual se considera con el derecho a intervenir en los países vecinos si considera que sus intereses se pueden ver en peligro, tal como ha hecho con Moldavia, Georgia y ahora con Ucrania.

Mientras que China, sumida en una larga guerra comercial con los Estados Unidos desde los tiempos del presidente Trump, pretende en un futuro -tal como ha anunciado su presidente Xi Jinping- anexionarse la “isla rebelde” de Taiwán, protegida, armada y tutelada por los Estados Unidos.

La Unión Europea (UE) también apoya las tesis norteamericanas y considera inaceptables las pretensiones chinas, incluidas sus acciones intimidatorias contra Taiwán por vía aérea y marítima, que se han incrementado en los últimos meses elevando el clima de la tensión y la posibilidad de que un incidente entre ambas partes provoque un conflicto de impredecibles consecuencias. ¿Se quedarían los Estados Unidos de manos cruzadas si China se aventurase de una forma irresponsable a intentar ocupar la isla por la vía militar?

Ambos países, además, cuestionan abiertamente a la OTAN; detestan a la UE (especialmente Putin, que nunca vio con buenos ojos que los antaño aliados comunistas del Este de Europa ingresaran uno tras otro en la institución multilateral); conciben a Occidente como un universo decadente y degenerado; y comparten el mismo ideario político autocrático y autoritario, despreciando los modos democráticos, violando sistemáticamente los derechos humanos y persiguiendo el más mínimo resquicio de libertad de prensa.

Paradójicamente, este discurso antidemocrático, casi totalitario y ajeno a los principios y valores occidentales, que hunde sus raíces en la persistencia de una mentalidad totalitaria de los tiempos del “socialismo real”, en el caso ruso, y la pervivencia de la cultura comunista que ha sobrevivido a los cambios sociales y económicos, en el de China, cuenta con numerosos apoyos en el mundo. Resulta asombro que, por ejemplo, en el viejo continente exista una convergencia sorprendente entre la extrema derecha y la extrema izquierda a la hora de apoyar la agresión rusa a Ucrania y de justificar la brutalidad de Putin. Personajes como Silvio Berlusconi y Viktor Orbán exhiben sin ningún pudor su admiración por Putin y comparten su simpatía con los partidos comunistas aún existentes en Europa por la agresión rusa a Ucrania.

Luego está el caso de la India, que daría para un análisis pormenorizado por sí solo, país que se ha mantenido alejado de las posiciones occidentales en la crisis ucraniana y coquetea abiertamente con China y Rusia, principal proveedor de armas y energía del gigante asiático. Olvidando los viejos litigios territoriales con China y sus lazos históricos con Occidente, India ha apostado por una neutralidad, cuando no equidistancia, en un conflicto que considera como un asunto interno europeo y una continuación de la vieja Guerra Fría entre Occidente y el bloque comunista liderado por la URSS.

Dinámica de bloques en un mundo cada vez más bipolar

Aparte de la India, la nueva alianza sellada entre Putin y Xi Jinping tiene sus partidarios, me atrevería a decir que incondicionales, en América Latina, donde los gobiernos de Argentina, Brasil, Colombia y México, entre otros, no se han sumado a las sanciones occidentales contra Rusia y han mantenido un discurso tibio y poco contundente a la hora de defender la soberanía territorial de Ucrania. Mención aparte son los aliados de Rusia en el continente, Venezuela, Nicaragua y Cuba, claramente posicionados con las tesis rusas y alineados con el Kremlin, aunque en unas las votaciones de las Naciones Unidas contra Rusia los embajadores nicaragüense y cubano se abstuvieron de apoyar una resolución condenatoria del Consejo de Seguridad de esta organización internacional.

Solamente Ecuador, Uruguay y Chile, que por cierto cuenta con un gobierno de corte izquierdista que en teoría sería proclive a las tesis rusas, se han mantenido en una actitud coherente y absolutamente favorable al fin de la ocupación rusa en Ucrania. El presidente chileno, Gabriel Boric, fue bien claro cuando se cumplía un año de la agresión rusa en su cuenta de Twitter:” A un año del comienzo de la guerra de agresión iniciada desde Rusia en Ucrania, desde Chile envió mi solidaridad al pueblo ucraniano y a su presidente. La paz se debe basar en el respeto al derecho internacional y los derechos humanos”.

En lo que respecta al resto del mundo, en esta fase inicial de la nueva Guerra Fría, China intensifica su presencia en África y América Latina, mientras que Rusia aparece como un actor mucho más debilitado en la escena internacional y cada vez más dependiente de Pekín, que no sufre el peso de las sanciones y se aprovecha del vacío político y económico dejado por Rusia en el planeta.

Las consecuencias de la guerra de Ucrania, que no parece tener en el corto plazo un escenario político para su resolución, son evidentes y se hacen notar en todo el mundo. Aparte de los graves daños económicas para la mayoría de los países, la militarización es creciente, sobre todo en Europa y Asia, los gastos en seguridad y defensa aumentan, la polarización en torno a la guerra es evidente y los lazos políticos y diplomáticos entre ambos bloques parecen no conducir a nada más que en un diálogo de sordos, tal como escenificaron en una reciente cumbre nuestro presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente chino, que parecía absolutamente distante de lo que le planteaba su homólogo español y hablaba otra lengua, en estos días.  Desgraciadamente, aunque algunos no lo quieran ver o miren para otro lado, estamos en la nueva Guerra Fría y nada bueno se aventura en el horizonte en este nuevo periodo histórico; solamente la ausencia de diálogo y el terreno abonado para futuros conflictos.

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