Leales o letales, el riesgo de confiar en traidores en política

Un traidor no critica, conspira. Cuando se gobierna con quienes ya traicionaron una vez, el poder se vuelve ingobernable desde dentro

31 de Mayo de 2025
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Leales Traidor
Foto: FreePik

Disentir fortalece la democracia; traicionar destruye desde el núcleo. Gobernar rodeado de traidores no es un gesto de tolerancia, sino un suicidio estratégico. Quienes sabotean desde dentro deshacen la legitimidad, debilitan la autoridad y alimentan el colapso institucional.

Traicionar desde dentro: el sabotaje invisible

Un traidor no es simplemente alguien que cambia de opinión o se aleja de una posición política. El traidor opera desde la sombra, susurra hacia el exterior mientras aparenta lealtad dentro. Sus armas son la filtración, la dilación, el doble discurso. Su objetivo no siempre es el poder: a veces es el caos, la venganza, o simplemente el ego.

Gobernar con traidores equivale a construir sobre arena. Los proyectos estratégicos se filtran antes de ser lanzados, las decisiones se sabotean internamente, y lo más grave: se erosiona la confianza colectiva en la palabra y la dirección del gobierno. Cuando un dirigente se ve forzado, o decide, incluir traidores en su círculo de poder, compromete la gobernabilidad.

La traición interna genera parálisis, desconfianza y desgaste. Los equipos de trabajo se fracturan, la toma de decisiones se vuelve lenta y se instala una cultura de la sospecha que impide cualquier cohesión duradera.

El precio político y moral de la traición tolerada

Uno de los efectos más corrosivos de gobernar con traidores es la señal que se envía al resto del aparato político y al electorado: la lealtad no se premia, y la deslealtad no se castiga. Se debilita la autoridad moral del liderazgo, y con ella, su capacidad para inspirar, convocar y disciplinar.

La historia política está plagada de casos en los que los traidores dentro del gobierno terminaron por entregar el poder al adversario. No lo hicieron abiertamente, sino dinamitando lentamente la credibilidad, las alianzas y la estabilidad. Peor aún, lo hicieron en nombre de una supuesta “renovación”, “crítica constructiva” o “voz propia”, ocultando su ruptura bajo discursos de legitimidad.

La gobernabilidad no exige sumisión, pero sí exige coherencia estratégica, compromiso con el proyecto y ética política. Un traidor no es un disidente: es alguien que, conociendo el rumbo acordado, trabaja activamente para desviarlo o destruirlo. Gobernar es elegir. Y en política, la peor elección no siempre es el enemigo declarado, sino el aliado desleal. Porque el enemigo al menos se enfrenta de frente; el traidor actúa cuando la espalda está expuesta.

Tolerar la traición es convertirla en doctrina. Y ningún gobierno sobrevive mucho tiempo en manos de quienes ya han demostrado que no saben ser fieles ni siquiera a su propia palabra.

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