El gobierno de Joe Biden está en sus últimos días y su sucesor, Donald Trump, amenaza con una escalada de la violencia, desde Estados Unidos hasta Palestina. Pero, aunque la sociedad estadounidense civilizada se está preparando para el desastre que se avecina con el nuevo inquilino de la Casa Blanca, esa misma ciudadanía democrática no ha olvidado la catástrofe indescriptible de la que Biden es responsable: el genocidio israelí en Gaza que la Casa Blanca de Biden ha armado y defendido.
La razón principal por la que esto sigue presente, por mucho que el octogenario presidente quiera cambiar de tema, es que el genocidio continúa. Aunque los funcionarios de la Casa Blanca siguen insistiendo en que están «trabajando sin descanso para lograr un alto el fuego», Estados Unidos sigue apoyando a Israel mientras arrasa hospitales en Gaza y extermina a palestinos con aviones no tripulados aéreos y terrestres.
De hecho, desde octubre de 2023, cuando Hamás perpetró sus ataques terroristas con la complicidad y permisividad de Israel, la Casa Blanca ha combinado la participación en negociaciones entre diferentes partes —y eventualmente llamados retóricos a un alto el fuego— con una política real que ha armado y apoyado el asalto israelí sin condiciones.
La política de Biden, responsable por complicidad de delitos de lesa humanidad, ha producido un daño generacional a la sociedad palestina y ha violado tanto el derecho estadounidense como el internacional. Por ejemplo, Biden ha obstruido los esfuerzos de alto el fuego en la ONU, ha apoyado los ataques a las agencias de ayuda de Naciones Unidas y ha mirado para otro lado cuando Israel atacó a los trabajadores humanitarios estadounidenses. Además, ha desplegado tropas en una región que ya tenía una enorme presencia militar estadounidense e involucró a las fuerzas norteamericanas en operaciones israelíes.
Todo esto no sólo ha sido catastrófico para los palestinos, sino que también ha acabado con la vida de muchas personas en todo Oriente Próximo. Lejos de disuadir la violencia, la política estadounidense la ha intensificado, con ataques contra Yemen o Irán. Israel ha ampliado su ofensiva de exterminio (que en nada se diferencia de la aplicada por Adolf Hitler en los inicios de la II Guerra Mundial) al Líbano y bombardeando Irán. Israel está llevando a cabo un ataque masivo contra Siria, tras haber bombardeado el país cientos de veces en cuestión de días y haber desplazado tropas hacia el interior del país.
Con las fuerzas israelíes aniquilando y exerminando sistemáticamente a los palestinos y sus ciudades en Gaza, y con Trump prometiendo que «se desatará el infierno» si los rehenes israelíes no son liberados antes de que asuma el cargo, un alto el fuego para detener la violencia más aguda de la ofensiva israelí sigue siendo crucial.
La parte civilizada de los pueblos democráticos del mundo exige un embargo total de las armas estadounidenses a Israel, incluso ahora, bajo el mandato de Biden, pero también cuando Trump asuma el cargo.
Independientemente de que el aún presidente participe o no en un acuerdo de alto el fuego antes de dejar el cargo, nada puede absolver su papel central en el genocidio. Este es el legado de Biden.