Los políticos siguen con sus miserias, el gran incendio devora el país

13 de Septiembre de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Imagen del incendio en Sierra Bermeja, Málaga.

El fuego arrasa Málaga en lo que parece ser el primer incendio de sexta generación que se registra en España. Este tipo de siniestros provocados o agravados por el cambio climático lleva tiempo cebándose con países como Australia, Grecia y Turquía y ha reducido a cenizas regiones enteras como la Amazonia o el estado norteamericano de California, pero es la primera vez que los bomberos ven algo así en nuestro país.

Las llamas en Sierra Bermejahan desbordado todas las previsiones de los efectivos del Plan Infoca, que trabajan desde el miércoles en la lucha contra el diabólico “pirocúmulo”, una gran nube llena de brasas incandescentes que explota como una bomba de fuego y lo arrasa todo a su paso. El desastre ha quemado ya más de nueve mil hectáreas y sigue engullendo la masa forestal de un hermoso paraje enclavado a caballo de siete municipios malagueños cuyos habitantes no pueden hacer otra cosa que huir de sus casas, salvar lo que puedan y mirar al monte con lágrimas en los ojos. La misma escena que se repite una y otra vez, hoy aquí, mañana allí.

Un superincendio es un monstruo casi imposible de combatir: se comporta de forma especialmente virulenta, se propaga a una velocidad endiablada y a medida que avanza cambia de dirección y muta traicionera y engañosamente. Es como si las llamas jugaran al gato y al ratón con los bomberos hasta que consiguen arrinconarlos en una trampa mortal, de ahí que la mayoría de las ocasiones el alto mando dé la orden de retirada a las fuerzas desplegadas sobre el terreno para que sigan actuando los medios aéreos, impotentes ante la envergadura del siniestro. No hace falta decir que la mayoría de las veces el fuego se origina por la mano humana, ya se trate de locos pirómanos, inconscientes ganaderos o agricultores que queman rastrojos, desalmados especuladores urbanísticos o madereros o el típico tonto al que se le va de las manos la barbacoa. Todos ellos merecen la etiqueta de terroristas medioambientales y deberían pagar por ello. 

Incendio devastador

Todavía no somos conscientes del poderoso enemigo al que nos estamos enfrentando. En los próximos años (no solo en verano, el cambio climático alarga las temporadas de máximo riesgo) constataremos con horror cómo aumenta la frecuencia y la magnitud del incendio de sexta generación. En unos pocos lustros, la superficie forestal de España se habrá reducido a la mitad, un cataclismo monumental cuyas consecuencias económicas y sociales aún no somos capaces de calibrar pero que generará desertización, sequía, destrucción de cosechas, pastos y sectores económicos y desaparición de especies animales y vegetales. El final de la vida en grandes entornos y parques protegidos, regiones enteras de árboles centenarios reducidos a esqueletos de carbón. Un país enterrado en un gran manchurrón negro, esquilmado, desolador.

No hace falta decir que el problema de los incendios va a convertirse a corto plazo en el más grave desafío de nuestra sociedad, no solo porque nos jugamos la riqueza y el futuro del país, sino porque nos va la vida en ello. Los científicos ya han alertado de que un ambiente insano formado por contaminación, polvo y arena es un caldo de cultivo perfecto para la aparición de nuevos virus y epidemias.

Y ante la magnitud del desastre que está llamando a nuestras puertas, ¿qué es lo que hacen nuestros políticos de uno y otro bando? Seguir con sus juegos malabares retóricos, mirar para otro lado y esperar a que se sofoque el incendio, que hoy nos horroriza pero del que nadie se acordará mañana, salvo los vecinos de las zonas afectadas, que de la noche a la mañana pasarán de vivir en un hermoso vergel a un paisaje lunar yermo y muerto. Regiones como Galicia han perdido buena parte de su masa forestal en solo unas décadas y la misma evolución siguen los demás territorios de la Península Ibérica.

El inmenso desafío al que nos enfrentamos no es ninguna broma y ya no basta con que el político de turno se dé una vuelta en helicóptero por la zona afectada y vuelva a su casa a la hora de comer. Estamos ante una cuestión de Estado que exige, con urgencia, cumbres de presidentes autonómicos para coordinar esfuerzos; inversiones en medios humanos y materiales; debates y congresos científicos cada semana; movilización del Ejército si es preciso para luchar contra la calamidad; y campañas de concienciación en los medios de comunicación con programas educativos en los colegios para que nuestros escolares empiecen a entender las cosas que nuestra generación no ha sabido o no ha querido entender.

Si en lugar de resignarnos al rutinario goteo de incendios de cada verano pusiéramos el foco en el apocalipsis que se nos viene encima quizá tendríamos una esperanza de futuro. Lamentablemente, hoy la noticia de portada no será que la hermosa Sierra Bermeja se ha perdido para siempre, sino cuestiones tan triviales como el navajeo político entre casadistas y ayusistas en el PP, las cuitas y rencillas de los magistrados del Poder Judicial o la matraca de la mesa de negociación con Cataluña. Historias, todas ellas de medio pelo, que al lado de la imagen pavorosa de un mundo quemado dan ganas de reír. O de llorar.

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