Va para tres años ya que Pablo Casado se hizo con las riendas del PP y es momento de hacer balance, no solo de su gestión como presidente nacional del partido, sino como jefe de la oposición. Sobre el momento crítico por el que atraviesan los populares qué podemos decir que no se haya dicho ya. Los escándalos de corrupción siguen brotando como setas, Bárcenas no para de tirar de la manta (esa manta que parece no tener un final), los casos de transfuguismo se acumulan y a la sede de Génova 13, gran faro y emblema del poder pepero, le han tenido que colgar el cartel de Se Traspasa ante la amenaza de quiebra económica.
Internamente, no parece que el Partido Popular esté viviendo sus horas más felices, los tiempos de las mayorías absolutas han pasado a la historia y la cúpula directiva tiene que andar mendigando votos y escaños a la extrema derecha de Vox. El episodio de Murcia, una de las páginas más abochornantes y tristes de nuestra democracia, es reveladora de la crisis endémica que vive el proyecto casadista. El barón murciano, López Miras, ha conseguido amarrarse al mástil del poder en medio de la tormenta de la moción de censura gracias a tres tránsfugas de Ciudadanos, tres vendidos, tres mercaderes del zoco persa de la política. El suceso viene a añadir más mugre a la imagen decadente del partido.
Por mucho que lo nieguen en Génova 13, el feo asunto del tamayazo murciano ha sido un caso flagrante de compra de voluntades que aún está por aclarar, como también deberá explicar Casado cómo puede ser que vaya presumiendo por ahí de ser el líder de la derecha española clásica y presentable que ha roto con los ultras de Santiago Abascal cuando la turbia operación ha necesitado, además de los votos de los tres trashumantes de Cs, de otros tres diputados que en su día fueron expulsados de Vox y que ya han anunciado su “no” a la moción anunciada por socialistas y naranjas. ¿Qué les han ofrecido los populares a los franquistas más duros al oeste del Segura? Nadie lo sabe a esta hora.
Nada tiene sentido en la estrategia política de Casado, que parece moverse como pollo sin cabeza, y hay constancia de que algunos barones están hasta el moño de él. Sus bandazos tácticos, unas veces hacia el centro y otras hacia el franquismo posmoderno que practica Abascal, tiene desconcertados a los Feijóo, Moreno Bonilla y otros. Solo la madrileña Isabel Díaz Ayusoparece conectar ideológicamente con el jefe en esa especie de trumpismo populista castizo que se han inventado y que ambos parecen practicar a capela. El eslogan de campaña a las autonómicas del 4 de mayo que han elegido los populares de Madrid (“comunismo o libertad”) quizá termine arrasando entre los votantes de derechas de la capital, pero es una supina estupidez que provoca sonrojo e hilaridad y que reduce al partido a la categoría de proyecto poco serio, fast food de la política o cómic barato de superhéroes.
No es de recibo que un partido de gobierno como el PP, con su historia y tradición de poder, tenga que recurrir a semejante spot publicitario sobre el retorno del demonio rojo que no se creen ni ellos mismos. Y no solo porque no estamos en el 36, ni peligran los conventos, ni la libertad está amenazada con el Gobierno de coalición Sánchez/Iglesias, sino porque todo el mundo sabe que en este PP hay sujetos nostálgicos, y no pocos, que no creen en esa pretendida libertad en peligro y que están más por la restauración de un régimen político caudillista, autoritario y ultra que recupere las esencias del franquismo y del triunfante Movimiento Nacional. Es evidente que el PP de Casado, lejos de haber recuperado el centro político (esa cantinela con la que se le seca la boca pero que nunca se hace realidad) ha retrocedido hasta los planteamientos más conservadores, o sea España unida y centralista, familia tradicional, nacionalcatolicismo y orwelliana propaganda anticomunista.
Ese polémico eslogan, el burdo “que vienen los comunistas” que se ha sacado de la chistera el alquimista de la propaganda goebelsiana Miguel Ángel Rodríguez, podrá servir para ganar las perentorias autonómicas madrileñas, pero no dará para construir un proyecto sólido de partido y de país. La ficción de que España está al borde de la dictadura del proletariado, como en los tiempos de la Rusia de 1917, es pan para hoy y hambre para mañana, pero el líder del PP ya ha decidido que el pilar fundamental de su proyecto de futuro no se asiente sobre un programa político sensato sino sobre una columna de humo populista.
En cuanto al balance del Casado jefe de la oposición es más bien pobre, exiguo, decepcionante. Ayer mismo, durante el debate en el Congreso de los Diputados, dio muestras preocupantes de haberse transformado en un mitinero o charlatán de feria más que en el estadista que necesita España. Abusar de la tribuna de las Cortes, subirse a ella con un megáfono mental para hacerle la campaña electoral a su párvula pupila IDA, es de político pequeño, oportunista y de corto recorrido. Como también es de marrullero tramitar una pregunta parlamentaria para que Sánchez haga balance del primer año de la pandemia y a última hora cambiar el guion para ponerse a echar el mitin apresurado.
“El país se le está yendo de las manos”, le afeó a Sánchez el todavía líder de las derechas españolas (Santi Abascal mediante). Ante la maniobra de brocha gorda, el presidente del Gobierno resolvió con retranca: “Señor Casado, ya veo que estamos en campaña, el mitin de los miércoles”. La respuesta estaba cantada. El espectáculo que llegó después con el infame “vete al médico” del diputado popular Carmelo Romeroa Íñigo Errejón lo dice todo sobre el proceso de degradación ética y política en el que ha caído el PP. Malas artes, falta de respeto y de formas democráticas, maquiavelismo a calzón quitado, transfuguismo y corrupción. Demasiado lastre para un hombre que quiere arreglarlo todo con una simple mudanza.