El pensamiento acrítico: una patología moderna

La prisa, la sobreinformación y la falta de análisis están debilitando nuestra capacidad de pensar con criterio

09 de Julio de 2025
Actualizado a las 10:29h
Guardar
pensamiento acrítico

Cada vez es más común opinar, decidir y actuar sin detenerse a pensar realmente lo que se está pensando. El pensamiento acrítico — aceptar ideas sin analizarlas— se ha convertido en una forma de funcionamiento mental habitual, con consecuencias profundas en la vida individual y colectiva. En un entorno que premia la rapidez y desalienta la reflexión, recuperar el juicio propio se vuelve una necesidad urgente.

Pensar, en sentido estricto, no es simplemente tener ideas. Es analizarlas, revisarlas, cuestionarlas. Sin embargo, en muchos contextos actuales, este proceso está desapareciendo. Se adoptan opiniones, se repiten argumentos y se toman decisiones sin detenerse a revisar de dónde vienen esas ideas ni si tienen fundamento. Este hábito de aceptar sin analizar está tan extendido que puede considerarse una forma de disfunción mental moderna: el pensamiento acrítico.

Una mente que funciona sin filtros

Cuando no se aplican mecanismos de control sobre lo que uno piensa, el pensamiento se vuelve automático. Se actúa por impulso, se opina por imitación o se toma como cierto lo que más se repite, sin comprobar si es lógico, correcto o útil. Esta forma de pensar no implica pasividad total, sino una actividad mental sin dirección consciente.

Lo preocupante es que esto no ocurre solo en personas con poca formación. También es frecuente entre profesionales, técnicos o personas con acceso constante a información. La diferencia no está en la cantidad de datos disponibles, sino en la capacidad de analizarlos con criterio. Una persona puede estar bien informada, pero pensar mal si no revisa sus propias ideas.

Un entorno que desactiva la reflexión

Hay varios factores que favorecen este tipo de pensamiento. Uno de los principales es la velocidad. Vivimos en una cultura que exige respuestas rápidas, decisiones urgentes, opinión inmediata. Pensar con calma se considera lento e ineficiente. Esto limita el tiempo disponible para revisar lo que uno cree, y refuerza la idea de que pensar mucho es perder el tiempo.

Otro factor es la saturación de estímulos. La cantidad de mensajes, imágenes y contenidos que recibimos a diario impide procesar la información de forma profunda. Se impone la lógica de la reacción inmediata: se comenta, se comparte, se opina… pero rara vez se analiza con calma.

A esto se suma un lenguaje cada vez más simplificado y polarizado. Se habla en extremos: blanco o negro, bueno o malo, a favor o en contra. Esta rigidez impide matizar y obliga a tomar partido sin reflexionar. Cuestionar o dudar suele verse como una muestra de debilidad, cuando en realidad es señal de pensamiento sólido.

Por último, muchos entornos educativos siguen premiando la respuesta rápida, no la reflexión. Se enseña a dar con la solución correcta, no a hacerse las preguntas adecuadas. Poco a poco, se entrena a las personas para cumplir, no para pensar.

Efectos visibles y riesgos ocultos

El pensamiento acrítico tiene consecuencias tanto a nivel individual como colectivo. Una persona que no examina sus ideas es más vulnerable a la manipulación, más sensible a las modas ideológicas y más propensa a adoptar creencias sin evidencia. Decide en función de lo que siente, de lo que otros dicen o de lo que ya tiene interiorizado, no de lo que ha razonado.

Esto, a escala social, genera climas de polarización y empobrece el debate público. Las opiniones tienden a radicalizarse, la argumentación se reemplaza por frases hechas, y las diferencias de criterio se vuelven enfrentamientos personales. La desinformación se propaga más fácilmente cuando el pensamiento crítico no forma parte del hábito mental colectivo.

Recuperar el juicio propio no es una tarea individual aislada. Requiere un cambio de enfoque en la forma en que aprendemos, nos comunicamos y consumimos información. Hace falta volver a valorar el tiempo para pensar, enseñar a cuestionar, y fomentar entornos donde no todo tenga que resolverse en segundos.

Pensar con claridad y profundidad no es una tarea elitista ni una habilidad especial. Es una necesidad básica para cualquier persona que quiera tomar decisiones con autonomía. En un mundo que empuja a opinar rápido, pararse a pensar se vuelve un acto de conciencia y responsabilidad. Combatir el pensamiento acrítico no es solo una mejora intelectual: es una forma de proteger nuestra capacidad de entender y actuar con sentido.

Lo + leído