Escuchar, ese gesto olvidado

Hoy, detenerse a escuchar sin interrumpir parece un lujo exótico, una rareza en la era del ruido. La escucha activa es una extravagancia, una capacidad casi olvidada de prestar atención genuina sin juicio ni prisa

21 de Junio de 2025
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Escuchar, ese gesto olvidado

Vivimos en un mundo donde todos queremos hablar, pero pocos queremos escuchar. Quizá por eso se hable tanto de la palabra, de su uso torticero, de la retorcida metamorfosis que está experimentando y del daño que nos ocasionan esas palabras de nueva creación tan vacías de contenido como de sentido. Y es que escuchar no es lo mismo que oír, como tampoco ver es igual a mirar. Oír y mirar son actos pasivos y automáticos, ocurren aun cuando no lo deseemos y no suelen dejarnos huella. No constituyen elementos de cambio y transformación.

Por el contrario, escuchar y ver requieren de voluntad, atención y presencia. Se trata de actos deliberados en los de que alguna manera, nos dejamos el alma en busca de la del contrario porque cuando escuchamos, nos convertimos en partícipes de la vida del otro y dejamos de ser tan solo unos espectadores distraídos.

Pero a pesar de lo interesante y enriquecedor que es, no nos atrae escuchar. No tenemos el tiempo ni la paciencia necesarios. Preferimos responder, reaccionar. Imponer nuestros puntos de vista y argumentos porque creemos estar en posesión de la verdad. Hoy, detenerse a escuchar sin interrumpir parece un lujo exótico, una rareza en la era del ruido. La escucha activa es una extravagancia, una capacidad casi olvidada de prestar atención genuina sin juicio ni prisa con la única intención de comprender al otro.

La escucha como presencia

Como decía el maestro zen Thich Nhat Hanh: "La escucha compasiva es escuchar con el único propósito de ayudar al otro a vaciar su corazón". Esa clase de escucha no juzga, no corrige, no interrumpe. Solo está.

Cuando escuchamos así, se produce algo profundo porque nos convertimos en contenedores de la experiencia del otro, en lugar seguro, en refugio. El otro se siente visto.  Y cuando alguien se siente visto, se siente amado.

La escucha activa transforma las relaciones. Nos permite conectar desde la empatía, generar confianza, reducir tensiones y conflictos. Es una de las habilidades más poderosas y, sin embargo, menos valoradas en nuestra cultura de la inmediatez, esta cultura tan necesitada de esa anticuada costumbre que consiste en mirar a los ojos y sonreír.

Esa apertura interna no es fácil. Requiere desactivar nuestros filtros, dejar a un lado la necesidad de defendernos, de tener razón, de parecer inteligentes o de temer quedar como estúpidos. Implica humildad y respeto.

Sócrates, maestro del diálogo, comprendía el poder de la palabra, pero también el de la escucha. Su método —la mayéutica— no consistía en hablar sino en hacer preguntas que ayudaran al otro a descubrir su verdad. Escuchar, para Sócrates, era una herramienta de transformación interior que involucraba a todos, tanto al que preguntaba como al que respondía.

¿Por qué estamos dejando de escuchar?

La respuesta no es sencilla, pero sí evidente. Estamos inmersos en una cultura de velocidad, ruido y distracción. El teléfono vibra, el correo llega, las redes sociales nos interrumpen. La atención es un recurso escaso, y la dispersión es la norma. Vivimos rodeados de estímulos que compiten por cada segundo de nuestra conciencia. En este contexto, escuchar se vuelve una forma de resistencia porque no nos importan los mensajes recibidos, solo los expresados.

Además, se ha instalado la idea de que tener una opinión —y expresarla sin filtros— es más importante que comprender al otro. Nos enseñan a debatir, no a dialogar. Y mantenemos mal llamadas conversaciones que terminan convirtiéndose en soliloquios en los que se repiten argumentos poco originales como si la reiteración les confiriera veracidad o acaso, una pizca de interés. Tenemos prisa y la escucha no es compatible con la rapidez porque requiere detenerse a acoger al otro ya que, a través de su mensaje, se nos entrega. Y lo hace en vano porque a nosotros, a nuestro ego, solo le importa tener razón y que todo el mundo lo sepa. Apenas somos marionetas que nuestro ego utiliza para expresarse. No puedes negarlo, tu ego (el mío) es el protagonista, siempre se encuentra en el centro de nuestra existencia.

Y el ego no quiere comprender, quiere ganar. Quiere destacar, demostrar que sabe y si puede, humillar al contrario. Pero escuchar activamente es lo opuesto al deseo de convencer. No busca ganar, sino comprender. Ese tipo de escucha nos expulsa de la trinchera que hemos construido con nuestras creencias, rígidas, duras e intransigentes creencias que pueden llegar a separarnos incluso de nosotros mismos.

Escuchar no es lo mismo que oír, como tampoco ver es igual a mirar. Oír y mirar son actos pasivos y automáticos, ocurren aun cuando no lo deseemos y no suelen dejarnos huella

Aceptar que el otro puede tener una experiencia distinta y válida es una muestra de madurez emocional. Escuchar al otro con apertura no implica rendirse sino reconocer que la verdad no es un objeto que se posee sino un espacio de encuentro y es que escuchar no nos debilita, nos fortalece al tratarse de un gesto de amor, y uno bien profundo que exige la renuncia al yo, aunque sea de manera momentánea. Es decirle al otro: importas. Supone escuchar con todo el cuerpo: mirar a los ojos y asentir con la cabeza de manera natural sintiéndonos relajados, libres de resistencias y barreras. Todos estos gestos comunican presencia. Cuando alguien nos escucha de verdad, sentimos que existimos. Y eso, en un mundo donde la desconexión reina, es un regalo inmenso.

HERRAMIENTAS PARA FOMENTAR LA ESCUCHA ACTIVA

La buena noticia es que la escucha activa se entrena, no se trata de un don divino o de un complemento caro y escaso que se tenga que adquirir.

De manera que, si estás interesado en cultivar la escucha activa, a continuación te ofrezco algunas sencillas herramientas con las que puedes comenzar.

1. La pausa consciente. Adopta esta sana costumbre: antes de responder, respira. Haz una pausa breve de 2 o 3 segundos, nadie lo notará y supondrá una enorme diferencia en tu respuesta. Es suficiente para frenar el impulso de reaccionar y te conecta con el momento presente. Así, tus respuestas serán más equilibradas, serenas y sensatas.

2. Parafrasear con empatía. Durante el transcurso de una conversación, cuando llegue tu turno de réplica, intenta repetir con tus palabras lo que entendiste del discurso de tu interlocutor. Esto no solo demuestra que escuchaste, sino que te importa haber comprendido bien y verás cómo la calidad de la conversación aumenta de manera exponencial.

Y por último, propongo una llamada a la rebelión. En un mundo que premia la velocidad y la respuesta rápida, escuchar activamente es un acto de rebeldía. Es elegir conscientemente salir del piloto automático, dejar de lado el ego y hacer espacio al otro. Porque al final, todos queremos lo mismo: expresarnos en libertad y ser escuchados de verdad, sin juicios ni interrupciones. Y para que eso ocurra, alguien tiene que empezar. ¿Por qué no ser tú?

Si tienes alguna pregunta, escríbeme a [email protected] y si quieres conocer mi trabajo puedes hacerlo en www.concepcionhernandez.com 

Recuerda que estoy aquí para escucharte.

 

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