¿Cuándo fue la última vez que te miraste al espejo? Quizá haya sido hoy. Sí, casi puedo afirmar que hoy te has mirado al espejo. O al menos eso crees, porque no me refiero a esa mirada superficial que nos dedicamos cada mañana. Así que pon a trabajar tu memoria e intenta recordar cuándo te encontraste en el reflejo del espejo, cuándo fue la última vez que te perdiste en tu propia mirada.
Te diré que el espejo es una valiosa herramienta de trabajo personal. Lo sé por experiencia: llevo años utilizándola tanto en los talleres que imparto como en la consulta. En muchos sentidos, resulta de gran utilidad: nos facilita el reencuentro con nosotros mismos, nos permite sanar desde el interior —desde lo más profundo— y, por supuesto, nos ayuda a perdonarnos y aceptarnos.
A través del espejo somos capaces de enamorarnos de nosotros mismos, de lo que somos más allá de lo que aparentamos. Conseguimos reconocer nuestra valía intrínseca mientras caen las máscaras que vamos construyendo. Más que protegernos —no hay lugar donde esconderse, y diría que ni siquiera hay de qué o de quién hacerlo—, esas máscaras nos convierten en seres engreídos y vanidosos.
Ante el espejo
He podido constatar, en cientos de personas, la dificultad que entraña mantenernos la mirada ante el espejo. El reencuentro no es sencillo. La primera mirada que nos dirigimos va hacia lo externo: la usamos para atusarnos el cabello, peinarnos las cejas, sonreírnos o hacernos una mueca. Y solemos acompañar esos gestos con pensamientos de juicio desprovistos de piedad y con críticas feroces hacia nuestro aspecto, hacia los estragos del paso del tiempo, hacia todo aquello que acentúe nuestros complejos. Aprovechamos cualquier oportunidad para no olvidar cuánto nos despreciamos.
Y las emociones —no hay que dejarlas atrás— también se suman a esa mirada cargada de desaprobación. No solemos gustarnos —siempre encontramos razones para el rechazo—; nos cuesta aceptarnos. ¿Qué ocurre cuando la valentía nos permite sostener nuestra propia mirada?
He presenciado, en multitud de ocasiones, cómo aparece el llanto. Un llanto casi silencioso, tranquilo, emocionado. Un llanto suave y lánguido. Un quejido que esconde un reproche —o varios—: ¿Dónde has estado? ¿Por qué me has fallado? ¿Por qué te he fallado? ¿En qué momento te perdí? Te echo de menos. Te necesito.
Pon a trabajar tu memoria e intenta recordar cuándo te encontraste en el reflejo del espejo, cuándo fue la última vez que te perdiste en tu propia mirada
El llanto es la manifestación de una emoción de desamparo, de la orfandad de uno mismo. Un reencuentro doloroso por inesperado, y necesario.
Hay que reencontrarse. Tenemos que hacerlo. Tenemos que volver a mirarnos a los ojos—incluyendo los propios—. Perdonarnos: todos cometemos errores. Aceptarnos, abrazarnos y hablarnos con ternura, con verdad, desde el corazón.
Atrevernos. Acallar esa voz interna que nos critica con insistencia y dar espacio a la otra: la verdadera, la voz de la fuerza y la presencia.
Therapy mirror
Louise Hay, autora y conferencista estadounidense, es considerada una de las pioneras del movimiento de crecimiento personal. Su enfoque parte de la idea de que nuestros pensamientos y creencias influyen directamente en nuestra salud física, emocional y espiritual. A través de afirmaciones positivas y del amor propio, propuso un camino de sanación accesible y transformador y uno de sus legados más potentes es la llamada mirror therapy o terapia del espejo.
Esta técnica invita a las personas a mirarse a los ojos frente al espejo y dirigirse palabras de aceptación, perdón y amor. En su libro El poder del espejo (Editorial Urano), Louise Hay enseña que este ejercicio, practicado a diario, puede ayudarnos a sanar heridas profundas, mejorar la autoestima y transformar la relación con nosotros mismos.
A todos mis pacientes recomiendo, como actividad diaria por las mañanas, contemplarse con consciencia en el espejo y, tras buscarse en sus ojos, dedicarse unas palabras como:
¡Buenos días! Hoy te acepto, te apruebo. Dime, ¿qué puedo hacer por ti? Es una magnífica manera de dar la bienvenida a un nuevo día. Una sencilla actividad que puede cambiar el tono de la jornada y reforzar el vínculo con uno mismo.
Pero más allá del ámbito emocional, la terapia del espejo también ha sido adaptada a otros contextos. En fisioterapia, por ejemplo, se emplea en el tratamiento del síndrome del miembro fantasma, especialmente en pacientes amputados. Esa técnica ayuda al cerebro a reorganizar su percepción corporal, reduciendo el dolor al “engañar” visualmente al sistema nervioso. Asimismo, ha mostrado beneficios en la rehabilitación tras accidentes cerebrovasculares, al estimular zonas cerebrales a través del reflejo del miembro sano.
Una acción tan cotidiana como mirarse al espejo o, mejor dicho, encontrarse en él, puede convertirse en un puente de comunicación, aceptación y sanación. Usarlo con intención es una poderosa invitación a volver a casa: a uno mismo.
Herramientas
A continuación, te ofrezco dos herramientas sencillas y poderosas que puedes incorporar fácilmente en tu día a día.
1. Conversaciones ante el espejo. Utilizaremos el espejo para reforzar nuestra autoestima. Cualquier momento del día es adecuado, aunque es importante que asegures al menos 20 minutos sin interrupciones. Con una vez por semana es suficiente, aunque, como todo, cuanto más lo practiques, mejores serán los resultados. Frente al espejo, mírate a los ojos e inicia una conversación contigo mismo que incluya:
-Un logro que hayas alcanzado y que te haga sentir orgulloso. Puedes decir: Te amo. Te amo de todo corazón. Estoy muy orgulloso de ti por…
-Un sueño que te encantaría alcanzar. Puedes decir: ¿Qué es lo que quiero? Quiero… ¿Qué puedo hacer para ser feliz? Puedo…
-Una despedida amorosa. Termina dándote las gracias por estar siempre contigo y pídele perdón a tu reflejo por haberte juzgado y condenado tantas veces.
Estas conversaciones amables con uno mismo tienen efectos sorprendentes en nuestra vida. Con el tiempo, transforman la forma en que nos tratamos… y en cómo permitimos que los demás nos traten.
2. Reconocer nuestra valía. Cada mañana al despertar, mírate a los ojos en el espejo, sonríe y date los buenos días. Di algo positivo sobre ti, con sinceridad. Por la noche, antes de dormir, repite el gesto: vuelve al espejo, fija tu mirada en tus ojos, agradécete por el día compartido y felicítate por algún logro —por pequeño que te parezca—. Todos los pasos que damos son importantes.
Recuerda que, tal y como afirmaba Hay: “Cuando nos amamos a nosotros mismos nos convertimos en un imán para los milagros, la prosperidad y la abundancia”.
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