La frustración como maestra

Retos para afrontar esta reacción emocional desagradable que surge cuando los resultados que ansiamos no se producen, cuando los sueños que alimentamos no se materializan

20 de Julio de 2025
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La frustración como maestra

Todos, en mayor o menor medida, soñamos. Aspiramos a alcanzar nuestros objetivos y dirigimos nuestras acciones hacia su consecución. Nos gusta sentir que avanzamos, porque la promesa del éxito es embriagadora. Sin embargo, la decepcionante sensación de ‘quiero ser mar, solo consigo espuma’, que de manera tan hermosa reflejó Manolo Tena en una de sus canciones, se presenta con más frecuencia de la que quisiéramos.

La frustración es una reacción emocional desagradable que surge cuando los resultados que ansiamos no se producen, cuando los sueños que alimentamos no se materializan. Por desgracia, para algunos supone una compañera de viaje incómoda y persistente.

En ocasiones, la vida —con su crueldad característica— pretende saciarnos y nos permite disfrutar de burdas aproximaciones a nuestros sueños, envolvernos en una caricatura del éxito, concedernos apenas unas gotas de néctar envenenado que, tan pronto como aparece, se nos arrebata… quiero ser mar, solo consigo espuma.

Y cegados por la satisfacción que intuimos al final del camino, emprendemos una carrera frenética —o muchas, en realidad— hacia el cumplimiento de nuestras expectativas, el auténtico nombre que deberían recibir los sueños. Fijamos la mirada en una meta que ha sido establecida por nuestra mente diminuta: una mente repleta de miedos y límites, fascinada por fantasear y por adornar nuestros objetivos con atributos temporales, espaciales y circunstanciales, a los que la realidad debe ajustarse si queremos sentirnos realizados. Es la mente de la concreción, esa que cree saber y se deleita alimentando la ilusión de control. Pero es, también, una mente diminuta que alberga peligrosos “me apetece”: apetitos transitorios y caprichosos que nos lanzan hacia metas tan insignificantes como la mente que las concibió.

¿Dónde se encuentra el éxito?

¿Y si el éxito no residiera en alcanzar objetivos autoimpuestos sino en afrontar —o al menos intentar afrontar— los desafíos que el camino nos propone? ¿No se suceden, acaso, los objetivos, uno tras otro, en una espiral de insatisfacción que parece no tener fin?

No nos engañemos. A veces llegamos a la meta; otras, no. Pero el estado emocional que emerge al no cumplir nuestras expectativas o aspiraciones es profundamente castrante. Lo conocemos como frustración. Y la frustración duele. Se sufre calladamente, aunque a menudo sus manifestaciones sean visibles.

Se resiente la autoestima ante los fracasos repetidos, que minan la confianza en nuestras capacidades y refuerzan una dolorosa sensación de impotencia. Sentimos ansiedad frente a la incertidumbre de si lograremos o no aquello que nos proponemos; nos invade la tristeza, el desánimo, e incluso podemos reaccionar con ira.

¿Y si el éxito no residiera en alcanzar objetivos autoimpuestos sino en afrontar —o al menos intentar afrontar— los desafíos que el camino nos propone?

Ante un fracaso, podemos volver a intentarlo o renunciar. Perseverar o abandonar: esa es la encrucijada en la que nos deja la punzada de la frustración. ¿Qué hacer? ¿Continuar? ¿Renunciar? ¿En qué momento un sueño se convierte en decepción? ¿Cuándo la ilusión cede su lugar a la frustración? ¿Vale la pena perseverar hasta la extenuación?

Pero el dilema no se resuelve respondiendo esas preguntas.  Si decidimos continuar, cabe preguntarse: ¿lo hacemos porque creemos en nosotros, porque mantenemos viva la ilusión del éxito, o simplemente por terquedad?

La diferencia entre perseverancia y testarudez reside en la lucidez con la que enfrentamos la realidad. Perseverar es aprender a esperar, a demorar recompensas. Es saber fracasar sin quebrarse. Es, en el fondo, fortalecerse.

El “esfuerzo correcto”

Desde la perspectiva budista, se considera que la perseverancia sabia es el “esfuerzo correcto”: aquel que nos mantiene en el camino sin violencia hacia nosotros mismos. Se trata de una apreciación profundamente valiosa, porque en nuestro empeño, en nuestro apego a la meta —y en el desprecio por el camino— suele esconderse una forma de agresión interna. Un afán por demostrar que valemos, despreciando nuestra valía intrínseca.

Muchas veces, la vida tal y como se nos presenta puede ser dolorosa. Necesitamos evadirnos y para ello, emprendemos un sinfín de actividades que nos mantienen ocupados, llenan nuestro tiempo y distraen nuestra mente.

Se trata de una necesidad de otorgarle sentido a la vida a través de la acción y la consecución de objetivos.  Queremos satisfacer a nuestro ego —que, por otra parte, nunca se satisface— y nos aboca a la frustración de la renuncia o a la extenuación de la persistencia.

El “esfuerzo correcto” supone saber cuándo perseverar con claridad y cuándo rendirse sin culpa, cuando aquello que sostenemos solo alimenta el sufrimiento.

Desde esta mirada, la frustración nace del apego a los resultados. No se trata de abandonar metas o sueños, sino de cambiar el foco: centrarnos en el camino, en los pasos que damos, y aprender a soltar expectativas. Es la actitud del me encaminaré hacia ese objetivo y pondré todo mi empeño en alcanzarlo; pero estaré presente a cada paso, aceptaré los retos que surjan y soltaré las ideas de cómo ‘debería’ ser el resultado. Si llego, bien. Si no, también bien.

Sería interesante ser capaces de contemplar nuestras metas como meras excusas para transitar ciertos caminos, y le concediéramos al camino la importancia que merece. No es un trámite, no es un medio: es el fin. Y, sin embargo, el camino suele incomodarnos. Queremos alcanzar nuestros sueños y los queremos ya. Y es que en estos tiempos de inmediatez, la paciencia es una virtud indispensable.

Herramientas

Hoy te comparto dos herramientas sencillas para gestionar la frustración en tu día a día y mantenerte conectado a tu proceso sin rendirte antes de tiempo.  Aunque si quieres rendirte, no te preocupes, convierte tu rendición en un acto de liberación y no de fracaso. Reconoce cada paso dado en el camino y acoge el aprendizaje que te ha proporcionado.

1. La lista de qué depende de mí

Por la noche, elabora un listado con aquellas acciones que hayas efectuado a lo largo del día y dependan tan solo de ti, de tu esfuerzo y otro con aquellas que escapan a tu control.

Este ejercicio te ayudará a clarificar dónde perseverar y dónde es el momento de soltar sin culpa.

Es una herramienta muy sencilla que te ocupará apenas unos minutos, además de ayudarte distinguir entre lo que puedes hacer y lo que no, reforzará tu sensación de eficacia y reducirá la percepción de estancamiento.

2. La pausa consciente

Cuando sientas que la frustración aumenta, haz una pausa de un minuto.

Inhala profundamente por la nariz contando hasta cuatro, mantén el aire unos segundos antes de exhalar y a continuación expúlsalo por la boca contando hasta seis.

Repite el ciclo en varias ocasiones.

Esta técnica breve calma el sistema nervioso y te permitirá tomar decisiones con más claridad.

Cuando sueltas aquello a lo que te aferras, dejas espacio para que entre lo que la vida te ofrece. Lao-Tsé.

Siempre he creído que eso que llamamos ‘crecimiento personal’ no consiste en adquirir cualidades o conocimientos, sino en desarrollar la habilidad de dejar ir.

Brillamos cuando nos desprendemos de todo aquello tras lo que nos ocultamos.

Si tienes alguna pregunta, puedes escribirme a [email protected]

Y si quieres conocer más sobre mi trabajo, te invito a visitar: www.concepcionhernandez.com 

Recuerda que estoy aquí para escucharte.

 

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