Comprender el mundo
¿Cómo podríamos comprender el mundo sin las categorías y los conceptos? Esa es la función de los juicios: clasificar lo que el entorno nos ofrece en categorías como bueno/malo, adecuado/inadecuado, agradable/desagradable, correcto/incorrecto, entre otras. Pero los juicios no son perfectos, no nos procuran una visión de la realidad misma sino una proyección simplista distorsionada por nuestras experiencias, cultura y emociones. No son genuinos ni creativos, sino repeticiones de pensamientos, un guion preestablecido en nuestra mente que, debido a los refuerzos recibidos, nos empuja a reaccionar igual ante situaciones similares.
Por otro lado, pero estrechamente relacionadas, están las opiniones: interpretaciones subjetivas basadas en experiencias previas, influidas por las emociones y creencias personales. Cuando las elevamos a la categoría de verdad absoluta o información objetiva, surgen los problemas.
Juzgamos y somos juzgados sin descanso y por cualquier motivo. Estudios en psicología social han demostrado que la exposición constante a juicios y opiniones —especialmente en medios digitales— puede genera ansiedad, confusión y dificultar la toma de decisiones.
La clave está en la relación
No faltarán opiniones sobre ti. Pero tú no eres ninguna de ellas, como tampoco eres responsable de lo que otros piensen. Recuerda que los juicios y las opiniones tienen una naturaleza subjetiva, distorsionada, repetitiva, automática y pasajera. Nunca se trata de ti, aunque se dirijan a tu persona. Siempre es asunto del que emite el juicio.
Lo que importa no es la opinión, sino cómo te relaciones con ella. Así las cosas, una opinión no tiene poder sobre ti salvo que le permitas formar parte de tu cuerpo de pensamientos. No lo hagas, establece límites, conviértete en espectador de esa opinión y no te identifiques con ella.
Toma distancia. La clave reside en no reaccionar para no alimentar con tu atención esas opiniones, de lo contrario, se volverán voces internas que te sabotearán adoptando forma de ruido mental. No obstante, si tienes un concepto elevado de ti mismo, difícilmente una opinión ajena podrá hacerte tambalear. Por tanto, la solución no es aniquilar las opiniones que no nos gustan, consideramos amenazantes, aberrantes o políticamente incorrectas, sino fortalecer nuestra autoestima para no identificarnos con ellas.
¿Qué concepto tienes de ti mismo?
Nos quejamos de lo que otros opinan de nosotros, pero ante nuestras propias críticas permanecemos pasivos. Permitimos y aceptamos ser torturados por nuestra voz interior. No lo hagas más. Háblate con ternura, usa palabras amables y sé paciente con tus errores. Criticarte no cambiará las cosas; aceptar tus errores y cooperar contigo mismo, sí.
La conferenciante motivacional Louise Hay era muy clara a este respecto, decía que “cuando uno se regaña, autocritica o humilla, en realidad está riñendo al niño que lleva dentro porque casi toda nuestra programación, tanto negativa como la positiva es algo que aceptamos en nuestra niñez. Si tuvieras en tus brazos un niño de tres años asustado y temeroso, ¿qué harías?, ¿lo criticarías o lo amarías?”
El punto de atención eres tú
Estoy convencida de que seremos una sociedad más libre cuando dejemos de preocuparnos por lo que opinan los demás y nos enfoquemos en nuestras propias opiniones. Para lograrlo, debemos desarrollar cualidades como el respeto a la diversidad, ese respeto del que tanto se habla y tan poco se practica. Hoy parece que solo se respeta la diversidad si nos agrada o coincide con nuestra visión del mundo, lo cual es lógico, pues nos creemos garantes de la verdad absoluta, que además, casualmente, es la nuestra.
“Los juicios no son perfectos, no nos procuran una visión de la realidad misma sino una proyección simplista distorsionada por nuestras experiencias, cultura y emociones”
Quizá sería más acertado hablar de respetar la discrepancia, situarnos ante ella con apertura y escucha activa, porque si evitamos emitir juicios automáticos, entre tanto ruido, podremos aprender algo incluso cuando una opinión nos repugne. Comprender que el otro tiene derecho a equivocarse y, por supuesto, a cambiar de opinión, supone un importante avance hacia la armonía general. Cuando un cambio de opinión se produce desde la honestidad y es propiciado por el reconocimiento de un error, implica un cambio de paradigma y la ruptura con viejas creencias. Y eso crecer.
Pero hacen falta más cualidades para silenciar el ruido de opiniones enfrentadas: se precisa compasión y tolerancia hacia quien, quizá, no ha tenido en la vida las oportunidades de formación, apoyo o afecto que nosotros sí, y, fruto de su historia personal, percibe la realidad de un modo perverso. Muchas veces aquello que enjuiciamos como maldad no es más que ignorancia y carencia afectiva.
Herramientas
Hoy propongo tres herramientas muy sencillas para disminuir el ruido mental que producen los juicios y las opiniones:
1. Los tres filtros de Sócrates.Antes de hacer una publicación en redes sociales pregúntate: lo que voy a compartir: ¿es verdad?, ¿es útil?, ¿es necesario o prescindible? Así evitarás propagar opiniones innecesarias y reducirás el ruido mental.
2. Técnica de la etiqueta.Cada vez que surja un pensamiento crítico o de juicio, etiquétalo mentalmente: “opinión”, “juicio”, “preocupación”, “crítica” o algo más genérico como “basura” y luego, déjalo ir, imagina que se esfuma o lo tiras a un cubo de basura. Esto te permitirá no identificarte con ellos.
3. Micro-meditaciones.Dedica 1-2 minutos varias veces al día para cerrar los ojos y concentrarte en la respiración. Puedes hacerlo en cualquier momento: mientras haces cola, en un medio de transporte, antes de dormir. Te conecta con el presente y te libera de pensamientos automáticos. Para finalizar, lee y reflexiona, en lo sencillo encontramos la respuesta: Cuida tus pensamientos, que todos sean hermosos y honestos porque, así como pienses, así vivirás.
Próximo artículo: Silencio como solución. Es de vital importancia para nuestra salud mental aprender a sumergirnos en el silencio, aproximarnos a la quietud con la inocencia de un niño: sin miedo, sin expectativas, sin buscar experiencias, tan solo por el placer mismo que proporciona la calma.
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