El progresismo boliviano sufre una derrota histórica. La segunda vuelta será entre dos figuras de derecha, mientras el Movimiento al Socialismo, sin Evo Morales, queda fuera de juego y al borde de la desaparición legal.
Bolivia ha girado hacia la derecha. No es una oscilación moderada, sino un cambio de eje. Por primera vez desde el inicio del ciclo progresista en 2006, la izquierda queda excluida de una segunda vuelta presidencial. Con el 92,4% de los votos escrutados, el senador Rodrigo Paz Pereira (PDC) y el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga (Libre) se enfrentarán en octubre por la presidencia del país. El Movimiento al Socialismo (MAS), desgastado, dividido y sin Evo Morales, se ha derrumbado.
El dato no solo es simbólico. El candidato oficialista, Eduardo del Castillo, apenas roza el 3,1% de los votos, muy por debajo del umbral necesario para conservar la personalidad jurídica del partido. Es decir, el MAS no solo pierde el poder: puede desaparecer del mapa institucional. Un final abrupto —y políticamente devastador— para la fuerza que transformó Bolivia durante casi dos décadas, con sus aciertos, sus errores y sus contradicciones.
La derecha vuelve vestida de novedad
La segunda vuelta, prevista para octubre, será un duelo entre dos caras del mismo espectro: el conservadurismo. Rodrigo Paz Pereira, del Partido Demócrata Cristiano, encabeza el conteo con el 32,2%, seguido por Quiroga con el 26%. Ambos opositores, ambos herederos de proyectos políticos que históricamente combatieron la agenda social y plurinacional que el MAS puso en el centro.
Paz Pereira se presenta como una novedad, un rostro nuevo. Pero no lo es. Hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, es parte del linaje político tradicional boliviano, con vínculos familiares, históricos y económicos con las élites de siempre. Su ascenso, eso sí, ha sido sorprendente: pasó de posiciones irrelevantes en las encuestas a liderar la contienda. ¿La clave? Un discurso ambiguo, un estilo moderado y una campaña bien financiada, dirigida al electorado urbano desencantado con la izquierda.
Jorge Quiroga, en cambio, es un viejo conocido. Fue presidente de Bolivia en 2001, tras la renuncia de Hugo Banzer, y lleva dos décadas orbitando el poder, con un discurso neoliberal, ultraconservador y abiertamente alineado con intereses empresariales y religiosos. Su presencia en segunda vuelta no representa cambio alguno, sino el retorno de un modelo que ya gobernó Bolivia antes de Evo Morales: privatizador, excluyente y subordinado al capital.
La izquierda sin brújula, sin liderazgo y sin narrativa
El desplome del MAS no se explica solo por el desgaste natural de 20 años en el poder. La ausencia de Evo Morales como candidato, la falta de renovación real, la división interna y la incapacidad de construir un relato creíble sin su figura dominante han dejado a la izquierda boliviana sin dirección.
Andrónico Rodríguez, presidente del Senado y aspirante del espacio oficialista, quedó cuarto con un pobrísimo 8,2%. Del Castillo, el candidato formal del MAS, fue aún más abajo. Morales, fuera de juego por disposición constitucional, apostó por el voto nulo. Fue su manera de marcar distancia con un proyecto que ya no controla. Pero también fue una decisión irresponsable: cedió el terreno entero a la derecha, sin resistencias, sin disputa de futuro.
Bolivia no giró al centro. Giró hacia un conservadurismo que se presenta como sensato, pero que ya ha gobernado y fracasado. Lo hace en un contexto latinoamericano donde la derecha avanza, muchas veces más por errores del progresismo que por méritos propios. Lo hace en un país donde la memoria de las transformaciones sociales sigue viva, pero se encuentra huérfana de representación.
El progresismo boliviano no ha sido derrotado sólo en las urnas. Ha sido derrotado en su capacidad de renovarse, de escucharse, de proponer un nuevo horizonte. La derecha vuelve, no porque haya convencido, sino porque ha encontrado a una izquierda desorganizada, sin relato, sin liderazgo claro.
El 8 de noviembre Bolivia tendrá nuevo presidente. Sea quien sea, no será un gobierno popular, plurinacional ni transformador. Será, muy probablemente, el inicio de una restauración conservadora que buscará borrar los avances de los últimos 20 años.