Kamala Harris neutraliza a Donald Trump

La candidata demócrata ha demostrado en estas semanas que sí que puede representar «el cambio», no como el republicano que ya estafó a los estadounidenses en 2016

15 de Agosto de 2024
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Kamala Harris Cambio
Kamala Harris en un acto de campaña | Foto: X @KamalaHarris

En las elecciones de los Estados Unidos, cuando el candidato de uno de los dos partidos procede de la Vicepresidencia, lo normal es que apelen al continuismo de la anterior administración, sobre todo si el presidente saliente ha agotado los dos mandatos.

Por citar los casos más recientes, ocurrió con George Bush padre, quien sucedía a Ronald Reagan, y con Al Gore, que hacía lo propio con Bill Clinton. A Joe Biden no se le puede encajar en esa categoría porque, aunque fue el vicepresidente de Barack Obama, alcanzó la candidatura cuatro años después y a través de un durísimo proceso de primarias.

Para las elecciones del próximo mes de noviembre, es la vicepresidenta Kamala Harris quien opta a la Presidencia y, para sorpresa de todos, ha logrado en pocas semanas convertirse en la candidata del cambio, arrebatándole a Donald Trump esa pretendida categoría, porque el expresidente ya ha demostrado que los únicos que se beneficiaron de ese supuesto cambio fueron las clases dominantes del establishment, precisamente contra las que prometió luchar.

En su campaña contra Hillary Clinton, más allá de la inestimable y confirmada ayuda de los servicios de inteligencia de Vladimir Putin, Donald Trump se presentó ante la ciudadanía estadounidense como el garante del cambio, como el hombre que derribaría el statu quo frente a una representante de los grupos poder de Washington y Nueva York. Ese cambio prometido fue el que arrastró a apoyar a Trump a millones de personas que habían sido víctimas de la ineficacia de las políticas tradicionales frente al cambio de paradigma derivado de la crisis de 2008, junto a un mensaje nacionalista propio de la Guerra Fría. Ese fue un cóctel demoledor.

Pero no fue sólo Trump, es un fenómeno que se está dando en todo el mundo. Los partidos y formaciones de extrema derecha pretenden hacer creer a la ciudadanía que tienen un poder que no están utilizando y, en una situación de crisis económica, social y política, ese argumento es demoledor para las estructuras tradicionales de la política, estructuras que, por cierto, no se están dando cuenta de lo que sucede a su alrededor porque se han alejado tanto del pueblo que desconocen totalmente lo que necesita el pueblo.

Sin embargo, la estafa de Donald Trump ya no cuela en 2024, por más que haya encabezado las encuestas mientras Joe Biden era el candidato a la reelección. Ese era el quid de la cuestión y el miedo de los demócratas: volver a entregar la Casa Blanca a un personaje como Trump por culpa de presentar una candidatura liderada por un hombre viejo e impopular.

La renuncia de Biden, provocada principalmente por la imagen que dio durante su primer debate contra Trump, descubrió en los demócratas un poder que nunca habían utilizado: el uso del poder formal e informal como arma política de defensa contra el desastre al que Biden estaba abocando, no sólo a su partido, sino a los Estados Unidos.

En las dos primeras semanas, los votantes se dieron cuenta de que no estaban obligados a votar por Biden o por Trump, sino que la renuncia del primero abría la puerta a una nueva opción que, tal y como ya demostró durante las primarias de 2019, representaba el cambio.

Kamala Harris y su equipo de campaña son conscientes de esa nueva dinámica. «No vamos a volver atrás» es uno de los lemas más repetidos por la candidata demócrata, y el pueblo lo acepta con esperanza, porque es una forma de mostrar que Kamala está dispuesta a abrir una nueva página y a destruir todo lo malo de Trump…, y de Biden. Eso, en una sociedad tan atomizada, individualista y radicalizada, es un golpe de efecto muy importante, puesto que utiliza una argumentación disruptiva que, con otro tono y otras intenciones, son las que han machacado a los votantes desde las plataformas supremacistas de Steve Bannon o de Qanon, pero sin teorías de la conspiración ni discursos de odio.   

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