Donald Trump vuelve a tensar la cuerda del comercio internacional con una decisión explosiva: mientras anuncia una pausa de 90 días en su política de aranceles "recíprocos", impone una subida sin precedentes del 125% a todos los productos importados de China. Bajo un discurso de confrontación, bravatas populistas y desprecio por la diplomacia multilateral, el presidente norteamericano pone en jaque el equilibrio económico global.
En un mensaje publicado en su red social Truth Social —con su habitual tono grandilocuente y plagado de mayúsculas— Trump ha asegurado que más de 75 países no han tomado represalias, razón por la cual se les concede una tregua. No así a China, a la que castiga por lo que califica como una "falta de respeto" al haber respondido con gravámenes similares. La decisión tiene efectos inmediatos y ha sido recibida con preocupación por parte de la comunidad internacional.
Mientras Wall Street celebraba con subidas de hasta el 12% —reflejo de la euforia cortoplacista de los mercados—, expertos en relaciones internacionales y exdiplomáticos advertían de las consecuencias catastróficas de esta política errática. “Estamos contemplando la destrucción del orden internacional”, ha sentenciado Javier Rupérez, exembajador español en Washington.
Lejos de mostrar contención, Trump ha ridiculizado públicamente a los países que buscan negociar, asegurando que "le besan el culo" y que están desesperados por alcanzar acuerdos. Un lenguaje bochornoso e impropio de un jefe de Estado, que confirma su apuesta por la provocación y el enfrentamiento como herramientas de política exterior.
China, por su parte, ha denunciado ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) la actuación de EE.UU., acusándolo de violar las reglas del comercio internacional y de debilitar el sistema multilateral. La directora general de la OMC, Ngozi Okonjo-Iweala, ha advertido del riesgo de contracción del comercio bilateral entre ambas potencias, que podría alcanzar el 80%.
El secretario de Comercio estadounidense, Scott Bessent, ha intentado justificar la medida con un argumento de estabilidad. Según él, "el mercado valora la certidumbre", obviando que decisiones como esta generan precisamente lo contrario: incertidumbre, tensiones diplomáticas y desestabilización económica.
En un ejercicio de improvisación institucional, la Casa Blanca ha tenido que rectificar varias veces sus comunicados en relación a países como Canadá y México. El secretario mexicano de Economía ha tenido que aclarar en redes sociales que su país no está incluido en los nuevos aranceles, desmintiendo así al propio secretario de Comercio estadounidense.
El anuncio ha generado reacciones mixtas. Países como Japón, Corea del Sur o Taiwán han acogido con alivio la suspensión temporal, aunque de forma prudente. El primer ministro canadiense, Mark Carney, lo ha descrito como un “respiro bienvenido para la economía mundial”, pero también ha advertido que las futuras negociaciones con Trump podrían reconfigurar de forma radical y peligrosa el sistema comercial global.
Mientras tanto, China ha emitido una alerta oficial para sus turistas, advirtiéndoles sobre los riesgos de viajar a Estados Unidos debido al deterioro de las relaciones bilaterales y la situación de seguridad interna en el país. Un gesto que subraya el deterioro sin precedentes en las relaciones entre ambas potencias.
Con esta nueva escalada, Donald Trump no solo reafirma su visión de un comercio internacional basado en la coacción y la humillación, sino que lanza una peligrosa señal al resto del mundo: las normas ya no importan, solo la fuerza. En su cruzada personal contra China, el presidente estadounidense está dispuesto a sacrificar la estabilidad global, la diplomacia y el multilateralismo. El mundo, una vez más, asiste con preocupación al show destructivo de Trump, que confunde liderazgo con intimidación y estrategia con espectáculo.