Venezuela siempre ha dado mucho juego al PP (hoy también a Vox). El culebrón venezolano se estira como un chicle, a voluntad (cientos de capítulos en un serial tan interminable como rentable), y siempre proporciona material sensible para una de esas campañas de propaganda que tanto le gusta practicar a la derecha española. Los líderes de Podemos, por ejemplo, saben muy bien lo que es probar la hiel del culebrón venezolano. Desde el mismo momento del nacimiento de la formación morada, numerosos medios de comunicación y periodistas de la caverna vincularon a ese partido con una supuesta financiación ilícita proveniente de los gobiernos de Venezuela e Irán. Sin embargo, tras varias investigaciones prospectivas en diferentes juzgados de instrucción, el Tribunal Supremo terminó concluyendo hasta en tres ocasiones que las cuentas de Podemos estaban en regla, descartando cualquier inyección de dinero por parte de gobiernos extranjeros. En el año 2022, hasta una veintena de querellas judiciales e investigaciones por supuesta financiación irregular fueron archivadas por falta de pruebas o de indicios criminales.
Uno de los asuntos que más pólvora dieron contra Podemos fue el caso de Hugo Carvajal, conocido como ‘El Pollo’ Carvajal, que tuvo gran repercusión mediática. En septiembre de 2021, Carvajal, ex jefe de Contrainteligencia de los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, fue arrestado en Madrid en virtud de una solicitud de extradición de EE.UU. En ese momento, el detenido declaró que disponía de pruebas sobre la posible financiación irregular de Podemos a cargo de la petrolera estatal PDVSA. Carvajal presentó documentos con supuestas firmas de Chávez y el actual presidente venezolano y en octubre de 2021 acusó a varios líderes podemitas de haber recibido 143.000 dólares para gastos del partido. En las mismas fechas también acusó a Monedero de haberse embolsado 200.000 euros por supuestas “asesorías fantasma” para el régimen chavista. A pesar de que la prensa de la derecha montó una campaña de acoso y derribo sin precedentes, los documentos fueron desestimados por irrelevantes por la Justicia española. Según la Fiscalía, “el testimonio de Carvajal no aportaba datos concisos”. Las denuncias obedecieron a una “treta jurídica” del detenido para quedarse en España y evitar su extradición a Estados Unidos, pero tanto PP como Vox trataron de sacar partido a las acusaciones infundadas. Finalmente, en marzo de 2022, la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional rechazó las denuncias contra Podemos y recriminó al juez García Castellón que prolongara artificialmente las investigaciones. Pero el daño ya estaba hecho, y en ese momento empezó el declive de Podemos, una decadencia que no solo debe atribuirse a la pérdida de confianza de su electorado, sino a los montajes que, al viejo estilo de la caza de brujas macartista, ha venido sufriendo en los últimos años.
La derecha española, consciente de la crítica situación en Venezuela y del estilo “bocachanclas” de Maduro, no hace más que provocar al autócrata, tirarle de la lengua, apoyar a la oposición disidente y urdir complots en la sombra contra el régimen de Caracas. Ya se sabe que el culebrón vive del conflicto permanente, el lío familiar y el barullo. Y cada vez que estalla una crisis en el país caribeño tiembla Moncloa. La estrategia de convertir el problema venezolano en un asunto interno español puede resultar nociva, además de desleal (en medio siglo de democracia Gobierno y oposición siempre habían tratado de fijar una política exterior común), pero sirve a PP y Vox para desgastar a Pedro Sánchez.
Tras el último supuesto pucherazo de Maduro y su negativa a entregar las actas electorales a los observadores de la comunidad internacional, entre ellos el Centro Carter, el presidente del Gobierno español reaccionó con agilidad al ordenar que se fletara un avión de las Fuerzas Aéreas Españolas para traer a González Urrutia a Madrid, donde se le ha dado el trato de asilado político. De esta manera, y tras calificar de “héroe” al disidente, Sánchez desactivó la feroz campaña de las derechas, que quedaron prácticamente fuera de juego y sin argumentos a la hora de identificar al PSOE con la dictadura bolivariana. Lo cual no impidió declaraciones histriónicas y fuera de todo tono racional, como las que deslizó el eurodiputado y vicesecretario de Acción Institucional del PP, Esteban González Pons, quien aseguró: “El Gobierno está implicado en el golpe de Estado que se ha producido en Venezuela”. El lío en que se metió el PP fue monumental, ya que terminó menospreciando el papel de Edmundo González, calificándolo de hombre entregado al sanchismo y alegando que la verdadera líder de la oposición venezolana no es otra que María Corina Machado, la que “no se vende”. Por cierto, González Urrutia se ha comportado como todo un caballero en esta crisis galopante. Podría haberse puesto de lado de Feijóo y Abascal, pero decidió mostrarse agradecido por la ayuda prestada por el Gobierno español y su intermediador Zapatero.
La proposición no de ley de las derechas españolas para reconocer al opositor como legítimo ganador de los comicios (con el voto a favor del PNV alineado con gobiernos de extrema derecha como la Argentina de Milei y yendo bastante más allá de la posición oficial de la UE, que se ha mostrado cauta en esta crisis, sin reconocer a Edmundo González mientras no se dé a conocer el resultado de las actas) enervó al régimen de Caracas, que reaccionó con la declaración de “guerra” contra España de la Asamblea venezolana y la detención de los dos ciudadanos españoles acusados de espías.
El Partido Popular siempre ha utilizado Venezuela con fines partidistas y electorales. El país hermano interesa más bien poco al PP, como tampoco el destino que puedan correr sus miles de emigrados económicos y exiliados políticos. Lo que allí ocurra, a los populares solo les preocupa en la medida en que pueda suponer una patata caliente para Sánchez. Una vez más, los populares muestran una gran deslealtad con el Gobierno al romper la unidad de acción común del bipartidismo en asuntos internacionales de gran trascendencia e interés nacional. Hoy por hoy, Venezuela es el país de los más de 2.000 presos políticos, de los siete millones de emigrantes y de los dirigentes opositores exiliados o encarcelados. Pero quizá la ofensiva dura de la derecha española, sus maniobras secretas entre bambalinas y sus campañas mediáticas, lejos de acabar con el régimen chavista, no ha hecho sino darle argumentos, apuntalarlo, fortalecerlo aún más. El culebrón venezolano proseguirá mientras sea rentable para tanta gente. Y promete emitir mil capítulos más en largas temporadas.