La cruz que divide a la Iglesia

Las intervenciones de los prelados más radicales exponen la grieta interna en el episcopado tras el pacto con el Gobierno y el Vaticano

08 de Abril de 2025
Actualizado a las 14:16h
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La cruz que divide a la Iglesia

Lo que se vendió como una “unidad total y sin fisuras” en torno al acuerdo entre el Gobierno y el Vaticano para la resignificación del Valle de Cuelgamuros ha resultado ser una ilusión diplomática de corto recorrido. Apenas unos días después del cierre de filas en la Conferencia Episcopal, los sectores más ultraconservadores del episcopado han activado su resistencia, cuestionando abiertamente a sus propios hermanos en el episcopado y arremetiendo contra el Ejecutivo, el cardenal Cobo y hasta el mismísimo Papa Francisco.

Del aplauso al reproche en solo 48 horas

El espejismo del consenso episcopal duró lo que tardaron en escribir sus homilías los prelados más díscolos. La carta pastoral del arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, y la arenga radiofónica del obispo de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla, no sólo dinamitaban el discurso oficial de “unidad” difundido por la Conferencia Episcopal, sino que revelaban una fractura larvada, profunda y no resuelta.

Ambos prelados, símbolos del ala más refractaria al pontificado de Francisco, han alzado la voz en nombre de un sector del clero que considera que la Iglesia está capitulando ante un Gobierno que —según sus palabras— utiliza “a los muertos para ganar batallas perdidas” y alimenta una “fijación ideológica beligerante” contra la cruz del Valle. La narrativa de Sanz y Munilla no deja resquicio al matiz: la Iglesia estaría traicionando su memoria histórica y cediendo a una resignificación impuesta por intereses políticos.

Pero la protesta no vino solo de los púlpitos. Las mismas fuerzas que alimentan esa visión, los colectivos ultracatólicos afines a HazteOir y El Yunqu,  trasladaron su ira a las puertas de la Conferencia Episcopal. Con banderas franquistas, insultos y escraches, atacaron a los obispos a los que consideran “traidores” y “profanadores”. Una escena inaudita: prelados hostigados por los mismos sectores que antaño se presentaban como su base más fiel.

En una ironía amarga, solo los más críticos con el acuerdo se libraron del acoso. Sanz y Munilla pasaron indemnes mientras sus hermanos en el episcopado, incluso los conservadores, eran increpados a la salida de la sede de Añastro. “Nos están pegando los nuestros”, lamentó con desazón uno de ellos. La indignación interna por estas escenas llevó incluso a trasladar la última sesión reservada a un edificio alternativo, en un intento de esquivar el ruido de la calle.

Durante esa reunión, el cardenal José Cobo, epicentro del acuerdo y blanco predilecto de las iras ultras, detalló las negociaciones con el Vaticano y el Gobierno, recalcando que fue la Santa Sede —y no el Ejecutivo de Sánchez— quien determinó los términos de la resignificación. Aportó además el respaldo de los propios benedictinos del Valle, que, lejos de rechazar el pacto, agradecieron la mediación eclesiástica que garantiza su continuidad en la basílica.

El relato claro y documentado del cardenal de Madrid desactivó momentáneamente a los críticos. Incluso los más exaltados, como aquellos que pretendían “reventar la Plenaria”, se vieron forzados a guardar silencio ante la evidencia vaticana. Pero el silencio duró apenas unas horas. Lo justo para que Munilla y Sanz retomaran el discurso incendiario.

Un asedio desde dentro y desde fuera

Munilla, desde su púlpito radiofónico, se esforzó en redefinir la narrativa: no es la Iglesia quien ha claudicado, sino el Gobierno quien ha cedido, asegura. “La Iglesia ha permanecido firme”, insiste el obispo, obviando que fue precisamente esa firmeza , impulsada desde Roma, la que desactivó las posturas más maximalistas. A renglón seguido, lanza un salvavidas a los ultras: sus protestas, dice, “deberían haberse dirigido a La Moncloa, no a Añastro”.

En su intento por rescatar una épica afín, Munilla eleva a Santiago Cantera, ex prior del Valle, a la categoría de héroe nacional. “Ha dado a España la lección moral que necesitaba”, proclama, en una frase que condensa la nostalgia de quienes siguen viendo en Cuelgamuros un santuario identitario más que un espacio de reconciliación.

La carta pastoral de Sanz no fue menos beligerante. Acusa al Ejecutivo de querer “reabrir heridas” y construir una “memoria mal llamada democrática” sobre la base del “resentimiento”. En su discurso, la cruz del Valle es símbolo de paz y su resignificación una ofensa contra la historia cristiana de España. Nada nuevo, salvo que esta vez el ataque va dirigido también contra sus propios compañeros de mitra.

La crisis abierta en la Conferencia Episcopal deja al descubierto una lucha intestina mucho más profunda que un simple desacuerdo sobre un acuerdo político. Revela una pugna por el alma ideológica de la Iglesia española, atrapada entre las llamadas de Roma a la renovación y una parte del clero que se resiste a soltar el lastre de la cruzada.

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