Lo ha dicho Pablo Iglesias en El Intermedio: “Si vamos a nuevas elecciones nos corren a gorrazos”. Y no le falta razón al líder de Podemos. Los españoles empiezan a estar hartos de la ineficacia de nuestros políticos, de su falta de preparación y de altura de miras y lo que es aún peor: de que intenten tomarnos el pelo todo el rato. El espectáculo que están dando es abochornante. Los pactos a escondidas, los flirteos de adolescentes, el juego del gato y el ratón, las mentiras y engaños a la ciudadanía son constantes ante el estupor de la ciudadanía, que ve con horror cómo los plazos expiran y seguimos sin perspectivas de gobierno.

Estamos sin duda ante la gran estafa de una clase política inmadura y mediocre que nada tiene que ver con aquellos pioneros de la Transición, hombres y mujeres de verdad que supieron ponerse de acuerdo incluso con los muertos de la Guerra Civil encima de la mesa. La sombra de la parálisis y el bloqueo planean de nuevo sobre nuestras cabezas y de no cuajar un Gobierno a corto plazo, el que sea, corremos el riesgo de que España termine convirtiéndose en un Estado fallido. Hoy mismo el Tribunal de Cuentas certifica que la Seguridad Social está en quiebra técnica tras perder 100.000 millones desde 2010. ¿Qué significa eso? Que la estabilidad de la Sanidad pública está seriamente amenazada, que el certificado de defunción de las pensiones es una triste realidad, que en general el Estado de Bienestar se tambalea de forma inquietante como un castillo de naipes.

¿Y a qué se están dedicando mientras tanto los líderes de los principales partidos nacionales? A defender sus intereses como casta, a jugar a las guerrillas, a anteponer sus cuitas y sus ambiciones particulares al interés general de España mientras el país entero se va al garete, a la ruina, al carajo. Que los padres de la patria abran bien los oídos: necesitamos un Gobierno, el que sea, monocolor, de coalición, con apoyos puntuales o permanentes, con nacionalistas o sin ellos, pero un Gobierno. Y lo necesitamos ya.

El país no puede seguir esperando ni un minuto más a que Sánchez decida si se juega el todo o nada al rojo o al naranja, ni a que a Casado le entre por una vez en su vida un arrebato de responsabilidad como hombre de Estado, ni a que Rivera aclare su indefinición y su travestismo psicoanalítico, ni a que Iglesias sea capaz de poner orden en el gallinero de la izquierda. El tiempo del póker se ha terminado y los españoles piden, reclaman, exigen que el país empiece a funcionar, que en los hospitales repartan sábanas limpias y no harapos manchados de sangre y cagarros, que se arregle lo de Cataluña, que las pensiones se blinden, que suban los salarios y acabemos con la precariedad laboral, que modernicemos nuestra obsoleta economía, que se regeneren las instituciones, que limpiemos el aire de nuestras ciudades y que se haga política de verdad, no la farsa indigesta en la que nos tienen instalados.

España vive un penoso y dramático día de la marmota desde enero de 2016, cuando aquel señor gallego que fumaba puros y leía el Marca declinó ante el Rey formar un gobierno. Más de tres años ya desde aquel día de la histórica espantada. Y seguimos en el mismo carrusel maldito de inútiles elecciones con sus infames campañas electorales. Ahora el ministro Ábalos nos advierte de que podemos volver a las urnas si la situación no se desbloquea. El PP no solo no está por la labor, sino que ya ha dicho que piensa dificultar la investidura de Sánchez. Es decir, torpedear el futuro de España. Todo es de un cachondeíto intolerable y llegados a este punto a los ciudadanos solo nos queda decirles basta ya. O resuelven este sindiós de una vez, que para eso les pagamos, o vamos a San Jerónimo y los sacamos de allí a gorrazos. Como dice Iglesias.

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