Por tres tristes errores

Alberto Novoa
23 de Marzo de 2017
Actualizado el 29 de octubre de 2024
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Pablo Iglesias y Alberto Garzón

En estos tiempos en los que la derecha se consolida a escala nacional y mundial y la izquierda alternativa española continúa buscando su sitio sin dejar de mirarse el ombligo, conviene recordar algunos episodios recientes que nos han traído hasta aquí. Ni Vistalegres, ni gestoras, ni revisionismos históricos pueden disimular o esconder errores de dimensiones históricas que habríamos de reparar si seguimos pretendiendo aprovechar las oportunidades de cambio que aún nos quedan. Son más, pero tres me parecen determinantes para entender cómo hemos acabado así. Corrían los tiempos en que las encuestas señalaban a IU como una amenaza electoral para el infranqueable bipartidismo. Año 2013, los datos de intención de voto la situaban en porcentajes históricos nunca antes acariciados: un 15,6% en el mes de abril en el conjunto del Estado y un 19% en mayo para la Comunidad de Madrid. A finales de aquel 2013 y principios de 2014, IU cometió un tremendo error y el primero de la terna que en este artículo expongo. IU no aprovechó el momento de situarse al frente de la exigencia política que reclamaba la movilización social. Dejó pasar la oportunidad de impulsar un nuevo sujeto político amplio y plural que diese cobertura a las demandas del 15M, algo que se habría ajustado a su propia estrategia política aprobada tiempo atrás. No lo hizo y surgió Podemos. Con la formación morada en modo propulsión hacia las Europeas, a IU digamos que le faltó valentía para revolucionar democráticamente el proceso aprovechando el ofrecimiento de Podemos de ir a unas primarias entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón. Dejó estar al nuevo partido y se consideró suficiente como fuerza política aglutinadora de un electorado de izquierdas deseoso de comenzar a virar el rumbo de los acontecimientos a través de unos comicios que inauguraban un larguísimo periodo electoral. Los resultados, sobradamente conocidos, hirieron de muerte a IU. Era cuestión de tiempo que los acontecimientos se sucedieran a través de la agenda y los tiempos que fueran marcando otros. Lo que sí ocurrió es que por fin se abrió una grieta en el muro del bipartidismo tradicional, que trajo consigo la abdicación del rey Juan Carlos y la posible consolidación de una alternativa que ensanchara el hueco. Sin embargo, ya en 2015, algunos reaccionaron empeñados en saltar el muro del 20D en solitario, o de tumbarlo a la búsqueda del sorpasso seis meses después. El impulso electoral había llevado a Podemos a una rápida consolidación y se convirtió en el referente de cara a los procesos electorales municipales/autonómicos previos a las generales. La toma del cielo por asalto y su empeño por tomarlo en solitario colocó a la formación morada en una posición de privilegio, nunca antes conocida fuera del bipartidismo de PP y PSOE: 69 diputados. No hubo sorpasso, pero sí números con los que condicionar el sentido del nuevo gobierno necesario. Y ocurrió que la obsesión controladora de Podemos fue, en mi opinión, el segundo de los errores históricos, a mí entender garrafal: prefirió forzar un reparto de carteras con el PSOE a articular una propuesta de diálogo y negociación que condicionase a otros a situarse en clave de regeneración democrática y recuperación económica con derechos. Ni siquiera optó por dejar que otros asumieran el coste de un nuevo gobierno para evitar nuevas elecciones. Solo con su abstención ante el pacto PSOE-Ciudadanos hubiera sido suficiente para impedir un nuevo gobierno de Rajoy, objetivo común y unánime de todas las fuerzas políticas durante la campaña electoral de aquel diciembre cargado de millones de votos entusiasmados. La imposibilidad de acuerdo alternativo y el pasotismo estratégico de Rajoy hicieron el resto porque la repetición de elecciones el 26J le sirvió en bandeja su posibilidad de recuperación. El desencanto ciudadano y los datos en algunas encuestas así lo advertían. Sin embargo, Podemos insistió en la alternativa absoluta y confió en el sorpasso. Sustituyó el objetivo de impedir una victoria del PP por la nostálgica pretensión de adelantar al PSOE. En esta ocasión, con un pacto numérico y no programático con IU del que esta última obtendría una mejor posición en número de escaños, pero a un alto coste de visibilidad como fuerza política autónoma y con perfil propio. Tras el 26J, ni siquiera se planteó un posible diálogo, ni mucho menos negociación para intentar una alternativa al PP, al que más de 13 millones de personas nuevamente habían dicho no. Líneas rojas, ombliguismo y desgaste mutuo fueron las preferencias. Así llegó el tercer error, que llamaré morrocotudo: la inmolación del PSOE a través de la abstención para investir de nuevo a Rajoy como presidente del Gobierno. A su alcance estaba el dialogar y negociar una alternativa plural, diversa, no tan de izquierdas como nos hubiese gustado a otros, pero que impidiera cuatro años más de recortes económicos, de derechos y libertades. El triple desacierto podría resumirse así: en el mejor momento de movilización y protagonismo social, IU eligió una posición conservadora de partido en lugar de apostar por la ruptura democrática; cuando surgió un nuevo partido arropado por el entusiasmo del voto, Podemos, se antepuso el machacar al posible aliado; y cuando se dio la oportunidad (por dos veces) de un cambio de gobierno posible, se impusieron la soberbia, las líneas rojas y la inmolación en el PSOE para entregar de nuevo el gobierno a Mariano Rajoy. Como no queda otra que hacer de la necesidad virtud, hago un llamamiento a la autocrítica inexistente hasta la fecha. Reconocer estos y otros errores puede ayudarnos a argumentar la construcción de un proyecto alternativo que evidencie, desde la pluralidad de la izquierda y las fuerzas del cambio, que es posible articular un espacio alternativo a las políticas destructoras de la derecha. Seguimos teniendo la oportunidad de no resignarnos. Hay un espacio social que reclama una propuesta política a la situación actual de desamparo. Esa propuesta debe conformarse desde un discurso claro, un proyecto realizable y ser una alternativa real y solvente para dar respuesta a las necesidades de la gente. El reto es evidente y el tiempo apremia. Mirarse el ombligo acaba por marear y perder por completo la perspectiva. O rectificamos, o lo pagaremos en las urnas. Y lo que es peor, lo pagará la ciudadanía por el abandono.  

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